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Fuga de cerebros y de talentos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 48 [2003-09-11]
 

El rector de la Universidad Nacional, Juan Ramón de la Fuente, ha llamado la atención sobre problemas cruciales de la universidad pública: las limitaciones financieras que pueden convertirse en retrocesos educativos, la necesidad de abrir más espacios ante la creciente demanda por educación superior, a pesar del mal desempeño de la economía, de hacer transparentes las cifras oficiales y mejorar las estadísticas para reconocer la realidad, las discrepancias entre objetivos y logros. Más recientemente puso el dedo en la llaga de otro problema extraordinariamente transcendente: la fuga de cerebros.

El rector dijo que los jóvenes que van a estudiar al extranjero no quieren volver al país. Se trata de un proceso interactivo de factores de atracción y repulsión. En el extranjero les hacen ofertas que los alientan a quedarse mientras que en su país no se les brindan condiciones mínimas para regresar e incorporarse en actividades para las cuales fueron preparados. He aquí una explicación. Sin embargo, el fenómeno es más complejo.

Desde que inició campus MILENIO se han incluido textos de varios articulistas (Olivera, Rodríguez, Suárez y Valencia) que bordan sobre el tema. Partiré de ellos como referencia y agregaré mis puntos de vista. Los que terminan su doctorado en el extranjero tienen muchas dificultades para encontrar trabajo en México. Hay varios ejemplos de estudiantes a quienes se les rechaza sus solicitudes de empleo en varias instituciones académicas y en el sector privado de la economía reina todavía un gran desinterés por generar actividades propias de investigación.

También, la política seguida por la Secretaria de Hacienda para que no se creen nuevas plazas en las instituciones de educación superior es un factor que expulsa y estimula a buscar trabajo en el extranjero. Frente a la magnitud de las necesidades es evidente que las pocas plazas que se autorizan no alcanzan a cubrir la demanda de los jóvenes recién doctorados en el país o en el extranjero con lo cual se impide la renovación de la planta académica y nada menos que el progreso científico.

Se ha dicho insistentemente que para elevar la competitividad del país se requiere producir valor-conocimiento y desperdiciamos un capital que nos falta, así como también recursos invertidos en la formación de doctores que cedemos a otras naciones. Hace algunos años, al evaluar el problema de becas del CONACYT, se dijo que uno de cada cinco doctores formados no regresaba al país. Y esto ya lo considerábamos una sangría extraordinaria, no sólo por el número sino porque los que se quedan en el extranjero son los más calificados. El rector De la Fuente cita una encuesta hecha a estudiantes mexicanos que hacen maestría y doctorado en Estados Unidos en la cual se advierte que 45 por ciento de ellos tiene la intención de quedarse en ese país. Otra vez, estamos frente a una dinámica social que requiere más conocimiento y precisión, que no tenemos, si queremos revertirla. A ello se agrega que el programa de repatriación del Conacyt ha dejado de operar o no está operando con la oportunidad que debiera, lo cual agrega agua al vaso para que se derrame.

A estos hechos se añaden otros que impulsan al no retorno. Para nadie es un secreto que el desempleo es bastante mayor entre quienes tienen más alta escolaridad, ahora más agudo por la situación que atraviesa el país. Que los trabajos cuando se pueden obtener son mal remunerados y no se aprovecha en ellos las capacidades y habilidades adquiridas. Además, los jóvenes tienen claro que el ambiente social en el país está muy enrarecido, tienen desconfianza en los políticos y en los líderes de organizaciones sindicales, rechazan la corrupción, encuentran problemas de vivienda en una etapa en que construyen sus familias, mala educación para los hijos y un clima de inseguridad que ciertamente les molesta y les preocupa. Habría que hacer un estudio entre quienes no han regresado o piensan no regresar para ver si estos señalamientos son compartidos por ellos. Las evidencias que en este medio se han publicado me permitirían sostener que la hipótesis va a ser confirmada.

Igual que con otros problemas que tiene México, los tiempos están acotados, se siente que hay una especie de conjura burocrática que impide resolverlos, falta de coordinación en los ámbitos oficiales para aprovechar mejor los recursos y hacerlos más fluidos. Ahora que se nos va a quitar la confusión, según lo expresado el pasado 1 de septiembre en la Cámara, esperamos no sólo que haya sensatez y compromiso con los fines nacionales de largo plazo, sino también que se gesten políticas pertinentes para resolver asuntos graves, como el aquí tratado, que influyen en la historia porvenir. No impidamos que los jóvenes mejor formados sean los que dirijan al país.


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