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Los salarios de los académicos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 57 [2003-11-13]
 

La semana pasada ocurrieron hechos relevantes para la educación superior; el nombramiento de Juan Ramón de la Fuente para un segundo periodo al frente de la UNAM, con lo que ello significa para llevar a cabo la reforma de esta casa de estudios, y la presentación por parte del Poder Ejecutivo al Legislativo del paquete económico para el año 2004 y sus posibles repercusiones negativas en el presupuesto de muchas universidades públicas. Colateralmente, hubo una noticia sobre lo que ganan los funcionarios del gobierno que me llamó la atención, porque me ha permitido reflexionar sobre los ingresos que percibimos los académicos y algunas cuestiones afines.

Con la deshomologación salarial, los académicos comenzamos a recibir ingresos económicos muy diferentes. Los tabuladores fueron semi-congelados, mientras que el “pago por méritos” ha cobrado cada vez más importancia. Hoy, dos académicos que ocupan la misma categoría y nivel en una institución de educación superior pública pueden tener ingresos desiguales. Pero en cualquiera de los casos sus remuneraciones son menores a las que reciben los funcionarios de segundo y tercer nivel en el gobierno, a veces contando con menor escolaridad y sin ser responsables de tareas tan trascendentes como la de los académicos. Una de éstas: crear hombres y mujeres con capacidades para enfrentar los desafíos que tiene la sociedad, seres humanos libres, ética y moralmente preparados, con conocimientos pertinentes para fundar un nuevo orden cultural, una de las tareas nacionales más urgentes para darle gobernabilidad y perspectiva al porvenir de México.

Un ejemplo para ilustrar las disparidades de ingreso entre funcionarios gubernamentales y académicos: el de una persona contratada por la UNAM de tiempo completo, con 30 años de servicio ininterrumpido, nombramiento definitivo y con el más alto nivel de ingresos. Se trata del académico mejor pagado. Recibe entre sueldo y compensación por antigüedad, en términos brutos, 26 mil 82 pesos mensuales. A esta cantidad se agrega su beca al desempeño por un total de 27 mil 386 pesos al mes. Restando impuestos y el fondo de pensión, gana, en términos netos, alrededor de unos 46 mil 500 pesos. Este personaje, matemático y filósofo de reconocido prestigio nacional e internacional, con trayectoria y obra excepcionales, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores en el nivel tres por lo cual obtiene una beca mensual de 17 mil 780 pesos, aproximadamente. Su ingreso total neto es, entonces de 64 mil 280 pesos.

Sin embargo, por cada peso que recibe, setenta centavos provienen de becas. La mayor parte de su ingreso puede disminuir y hasta perderla en su evaluación o por una decisión del gobierno de no otorgar más estímulos. Vive con incertidumbre, estrés, ocupado en múltiples actividades para hacer de todo con tal de sumar puntos, desempeña largas jornadas laborales y está en competencia con él y con sus pares. Mantener el nivel de sus becas es una de sus principales razones de ser. Bajar de nivel no sólo le representaría menos dinero sino también desprestigio.

Los datos provenientes de la SCHP publicados en un periódico de circulación nacional indican que el foxismo tiene funcionarios que se han servido con la cuchara grande. Informa que el gasto corriente del gobierno federal ha crecido de manera exorbitante y que los beneficiarios han sido quienes pertenecen a la alta burocracia. Jefes de unidad, directores generales y subsecretarios reciben ingresos superiores al académico mejor pagado en un rango que, según la fuente, varía de 1.7 a 2.4 veces más (sin contar bonos, compensaciones y otras prerrogativas). Las diferencias se agrandan si la comparación se hace con la mayoría de los académicos.

La visión que tiene el gobierno del trabajo que hacemos los profesores e investigadores, desde la administración de Miguel de la Madrid, es de menosprecio. Por eso, nos deben evaluar en todo lo que hacemos, aunque después de treinta años de oficio ya se haya demostrado fehacientemente la calidad académica. El gobierno canceló la apertura de nuevas plazas y la planta se ha envejecido por ésta y otras políticas. El derecho a la jubilación, hasta para un académico de alto nivel, está prácticamente desechado, pues nadie es tan torpe para retirarse, que le quiten becas, recibir una pensión menor a una quinta parte de sus ingresos y empobrecerse rotundamente en un momento de la vida cuando la salud se encarece.

A pesar del gobierno, las universidades públicas continúan con sus tareas. A pesar del trajo injusto, los académicos mantienen sus compromisos. Necesitamos que nos paguen sin depender de becas, que los estímulos no pasen de un 10 ó un 15 por ciento del ingreso total como sucede en otros países. Tener una estrategia clara para renovar la planta, hacer económicamente atractiva la carrera académica para los jóvenes con vocación de seguirla, mejores condiciones de trabajo para enseñar e investigar, recursos para un retiro que nos permita sobrevivir bien en la vejez y nos brinde confianza. He aquí algunos lineamientos para abrir una nueva fase de la política educativa; la que se sigue ahora como continuidad de la establecida por gobiernos anterior está prácticamente por agotarse. Hay que ir hacia adelante con un pacto entre universidades, académicos y gobierno, que sea conveniente para que el país aproveche más el quehacer de sus instituciones educativas.

Con nuestros bajos sueldos tabulares, lo único que tenemos seguro los académicos, hemos sido parte de quienes han pagado la prolongada crisis que ha vivido el país y los rescates hechos por el gobierno. Es tiempo de que se sienta en la academia que hay atención a los problemas de este importante grupo social y a los de sus instituciones. A los académicos más nos vale que salgamos del inmediatismo e individualismo a los que fuimos empujados. Encontrar los foros para discutir las medidas que nos afectan y han cancelado nuestro futuro. Salir del conformismo político, dejar de ser súbditos de las burocracias, dignificarnos, reconocer intereses propios y organizarnos institucional y nacionalmente; recuperar la influencia que perdimos para marcar el rumbo de las universidades.


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