MOTOR DE BÚSQUEDA PARA ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

Autor  Periódico  Año 
Mostrar Introducción

En torno a la evaluación. Pensar bien para educar mejor
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 69 [2004-02-19]
 

La evaluación universitaria en México es como un rompecabezas desarmado. Se evalúa a los alumnos, al trabajo académico, proyectos de investigación, programas docentes, revistas científicas, desempeño institucional. Casi todo lo que acontece en una universidad lo han querido hacer objeto de la evaluación, pero cada cosa por su lado. Las instituciones de educación superior públicas, lo mismo que los académicos que trabajan en éstas, dispensan bastantes esfuerzos y tiempo para llenar informes. De su entrega oportuna y aprobación depende recibir recursos económicos extraordinarios que son cruciales para llevar a cabo lo sustantivo de las funciones sustantivas, en un caso, y sostener un cierto nivel de vida, en el otro. La evaluación también otorga prestigio y reconocimiento; está ligada a cuestiones de carácter valorativo que afectan los contenidos y las formas de la academia.

Varios colegas han puesto en claro que la evaluación representa la dimensión estructurante de las políticas públicas para la educación superior instrumentadas por los últimos tres gobiernos. Esta idea surge por el peso excesivo que tiene sobre la orientación del desarrollo institucional y el quehacer de profesores e investigadores. Por eso, de tiempo en tiempo, hay que volver a reflexionar sobre ella, analizar las implicaciones que va teniendo y volver a ubicarla en perspectiva.

Se entiende que la evaluación está compuesta por un conjunto de programas e instrumentos que atienden distintos ámbitos institucionales.

Por ello, se le considera como una dimensión o si se quiere como un vector. Entra como una línea que define políticas y reglas diseñadas, manejadas y aplicadas por las autoridades centrales del sistema educativo o de sus unidades componentes. Se puede analizar cada programa con su respectivo instrumento, pero es el agregado de todos ellos el que impone límites y afecta las potencialidades de desarrollo de las universidades y sus actores.

Los múltiples programas que integran la evaluación han sido funcionales para asentar la presencia de un Estado que, por sus limitaciones financieras y sus debilidades políticas, adquirió la fisonomía de evaluador para tener injerencia en la educación. Han servido a los funcionarios del gobierno para guiar a las universidades públicas hacia los objetivos oficiales valiéndose del financiamiento. La evaluación ha definido los mecanismos para regular y controlar los planes de desarrollo institucional, homogeneizar, en un universo heterogéneo, los estándares de calidad y la medición de los resultados vistos como productos.

Mediante la aplicación de programas de evaluación que definen perfiles, requisitos, mecanismos y criterios para medir los resultados a los cuales llegan distintas esferas del acontecer académico, las casas de estudio se han fraccionado unas de otras, cada cual con sus propios intereses. Para los académicos, vía el pago de becas, se establecieron jerarquías y una estratificación ajenas a la normatividad universitaria. Todo basado en una lógica economicista que enfatiza la eficiencia, la eficacia y la “pertinencia”, que disemina valores de una competencia contable, a través de los cuales se supone que la academia se acerca al mercado, que en el caso de México tiene fuertes imperfecciones por su incapacidad de elevar el empleo profesional y la demanda de conocimiento. El régimen evaluatorio practicado en México ha tenido dos efectos notables: debilitar a las universidades frente al gobierno y –en las palabras de Isabel Licha- destruir el “ethos” académico, que es uno de los hechos culturales más importantes en el cambio de siglo.

La evaluación puede tener efectos positivos, si se le concibe desde otros ángulos. Así, es necesario dar inicio a un debate de ideas que la reordenen bajo otros principios, con instrumentos que sean útiles a los universitarios para enfrentar todas las demandas sociales emergentes que tenemos en el horizonte. A la evaluación puede dársele un carácter inductivo para que promueva el avance de las instituciones universitarias y la superación de la planta académica. Los fondos que la acompañan se utilizarían, entonces, para corregir lo que va mal, enmendar desvíos a los planes institucionales, alcanzar objetivos que surgen en la marcha (como, por ejemplo, abrir una carrera), colectivizar el trabajo académico para que el juicio de los resultados sea asumido por la comunidad con convicción. La evaluación entendida como una crítica razonada impulsa a las instituciones y a sus miembros para tener mayor efectividad social.

Es indispensable, entonces, que la evaluación respete la autonomía, que permita ampliar los márgenes entre los cuales cada cual puede inventar su historia. Soltar la creatividad para elegir libremente los caminos, haciendo explícitos los rumbos para que la sociedad conozca el cumplimiento de objetivos mediante la rendición de cuentas. Asimismo, ería absolutamente deseable que las prácticas evaluatorias aplicadas a distintos ámbitos institucionales pudieran articularse. Armar el rompecabezas. La articulación permitiría comprender mejor la realidad académica e intervenir en aquello que realmente pone obstáculos al crecimiento de la calidad y al desarrollo de las funciones universitarias.

Finalmente, por la vía de la evaluación podría crearse un conjunto de indicadores globales para conocer cuál es el desempeño del sistema nacional de educación superior y el de cada una de sus unidades componentes. Dicho conjunto no sólo ayudaría a una toma de decisiones correcta sino que también le permitiría a la sociedad saber cuáles son los resultados de las políticas educativas instrumentadas por el gobierno en turno. El escrutinio como parte de la democracia nos posibilitaría evaluar a los evaluadores.

Señalaba José Saramago, en una entrevista, que es necesario “pensar en qué mundo estamos y qué podemos intentar cambiar. Por lo tanto, cuando digo que tenemos que regresar a la filosofía, no se trata de eso, sino sencillamente de reflexionar”. Y agregaba: “es necesario saber qué es lo que se ha hecho. Hacer las cosas bien no es suficiente, porque se pueden hacer bien las cosas malas. Y eso es lo que está pasando”. Lo dicho por Saramago invita, una vez más, a reflexionar sobre la política educativa y lo que ha pasado con la evaluación. A pensar cómo hacer bien las cosas buenas y a cambiar para educar mejor.


Instituto de Investigaciones Económicas
Seminario de Educación Superior
TEL: 56650210, FAX: 56230116
webmaster@ses.unam.mx
Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

Free Blog Counter