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Ciencia, tecnología, política y otras carencias
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 78 [2004-04-29]
 

La política de la ciencia que se sigue en el país concede demasiada importancia la competencia, la evaluación y a una orientación con criterios de mercado. En esta vertiente se busca un cambio de óptica para pasar de la oferta a la demanda en la producción de conocimiento. En el viraje la vinculación se establece de demandantes a oferentes. Se considera que producirlo sin que alguien lo demande, sin valor de cambio para quienes financian, carece de sentido.

Los instrumentos de financiamiento a la investigación que responde a este enfoque, expresados en breve, consisten en tres fondos: sectoriales, mixtos e institucionales. Los primeros se conceden de acuerdo con lo que los sectores, esto es la secretarías de Estado que participan en el Consejo de Ciencia y Tecnología, fijan como prioridades de conocimiento. En los segundos, las prioridades las establecen los gobiernos locales (estatales y municipales) que participan con recursos en combinación con otros que asigna el Conacyt. Los terceros se otorgan por concurso de acuerdo con las reglas que establece el mencionado organismo. Es necesario decir que los dos primeros fondos exceden por mucho el dinero del que se dispone en el tercero.

Así, se ha abierto un espacio cerrado para financiar a la investigación. Y lo que se cuestiona es que con tales instrumentos se responde casi exclusivamente a intereses de corto plazo, al aquí y ahora, para solucionar problemas urgentes que definen quiénes gobiernan por un periodo. Se pierde el largo plazo y se cancelan las perspectivas para atender las necesidades de conocimiento que pueda tener el país a futuro.

RESTAN IMPORTANCIA A LA CIENCIA BÁSICA

La actividad científica queda constreñida. A la ciencia aplicada se le otorga preeminencia, mientras que a la ciencia básica se le resta importancia. En los círculos oficiales hay el afán de sustentar la siguiente tesis: la generación y transmisión de tecnología son la solución a muchos de los problemas que obstaculizan el crecimiento económico, la competitividad de las empresas.

Por eso, lo relevante es el conocimiento aplicado. Fuera de tales ámbitos hay acuerdo en que la tecnología es sólo una palanca para tal propósito. Por más que se insista en que la ciencia básica es pilar de la ciencia aplicada, el argumento no se ve ni se oye, aunque se diga lo contrario. Los recursos son y serán canalizados a aquella investigación que tenga rentabilidad casi inmediata. Adiós a la astronomía –cuyos costos son muy elevados- a las ciencias sociales y a las humanidades. ¿Quién piensa en ellas?

NO HAY CULTURA CIENTÍFICA

No hay progreso no sólo porque carecemos de tecnología propia, también porque carecemos de cultura científica. La primera descansa en la segunda. Sin actitudes y valores sociales apropiados, la tecnología no puede ser creada ni operada.

Además, esta cultura es fundamental par que la sociedad cuente con seres humanos creativos, responsables y comprometidos con el avance del conocimiento y con las tareas nacionales. Es requisito indispensable para participar con provecho en la globalización. Quede claro que los avances tecnológicos logrados a través de la investigación, por ejemplo, en la bioquímica, forman parte de la cultura. Igualmente, el análisis histórico de las condiciones que le han permitido a nuestra sociedad superar sus dificultades para desarrollarse o de aquellas que la han sumido en crisis.

Actualmente, como en otras partes del mundo, es menester que la política de la ciencia propicie la proliferación de todas las disciplinas. En un entorno complejo e incierto, como el que se vive, la resolución de problemas sociales, desde el agua, la falta de crecimiento de la economía, la explotación de los recursos naturales, la violencia, hasta la pérdida de identidad nacional pasan por el análisis multi e interdisciplinario.

Para que el conocimiento auxilie verdaderamente al país no se puede privilegiar a unas ciencias sobre las otras, a aquellas que empatan con el economicismo. Son tan vastas las determinaciones que subyacen a cada problema en esta sociedad que resolverlos requiere la intervención de especialistas provenientes de diversos campos de conocimiento. Me atrevería a decir que el esfuerzo por organizarnos colectivamente a los fines del conocimiento para resolver los grandes problemas de México es un factor crucial para aprovechar mejor los escasos financiamientos que se le brindan a la investigación, en el entendido de que producir saberes responde a intereses y vocaciones intelectuales que deben respetarse.

LOS CIENTÍFICOS, FUERA DE LA JUGADA

Los académicos, evidentemente, desempeñamos un papel fundamental para establecer las agendas de problemas y temas que necesitan conocerse. Pero en el esquema político que se sigue todo parece indicar que estamos fuera de la jugada. Las altas esferas de la administración científica convocan a reuniones, escuchan y de todos modos deciden lo que les parece bien. Se trata de líneas verticales mediante las que nos hacen saber cuáles son las reglas a seguir.

No se dan cuenta que ése ya no es el camino; que México tiene una comunidad científica bien preparada y competente, cada vez más madura, a la cual no se le puede seguir tratando con desconfianza. Somos los primeros en comprometernos con el país par que no se derrumbe y, por ello, capaces de entrar y coincidir en la investigación de asuntos que refuercen la conducción del Estado. Pero también hay que reconocer que con ello no se agotan todas las necesidades de conocimiento que tiene la sociedad mexicana, además de aquellas que tiene el desarrollo de las disciplinas.

Sería bueno que se constituyeran programas indicativos que permitieran consolidar mucho más a la investigación que se lleva a cabo en las instituciones educativas, incluso para elevar la calidad de la docencia, sobre todo cuando 90 por ciento de ésta se lleva a cabo en universidades y centros de carácter público. Ignorar a las instituciones y sus comunidades, restringirles el apoyo financiero, es un error histórico contundente. La política de la ciencia tendrá una mayor probabilidad de ser exitosa en la medida que los intereses académicos estén verdaderamente contemplados en su formulación y ejecución.

El desarrollo de la investigación científica en el país, y su traducción a la docencia, tienen que fundarse en un enfoque que considere la situación y los requerimientos de las instituciones y de las disciplinas junto con una mejor distribución de las oportunidades en el territorio para hacer ciencia. No es factible que el conocimiento contribuya plenamente al desarrollo de la sociedad mexicana si está tan desigualmente producido y distribuido, sino se alienta la comunicación, entre los investigadores y la formación de redes.

La centralización de las decisiones, la concentración disciplinaria, de investigadores, de infraestructura, la falta de nuevas plazas y de condiciones para jubilarse son males terribles que padece nuestra ciencia.

Desde los años setenta el Estado mexicano ha hecho esfuerzos y practicado políticas que no han revertido, sino parcialmente, estos hechos. Lo realizado en este sexenio tampoco. Corremos el riesgo de que si no se elabora una política del conocimiento integral, cambiar en serio el rumbo, tendremos un fracaso que puede ser enorme.

Gran parte de la comunidad científica tiene una imagen poco favorable de las políticas que se instrumentan y no es difícil pensar que ahora sea ella la que pierda la confianza. Sin consentimiento y cooperación de todos los actores involucrados en la producción y el manejo del conocimiento, la afinidad de objetivos y las coincidencias políticas serán más difíciles de construir. Como los recursos, el tiempo es escaso. No es conveniente agregar más desventajas.


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