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Los jóvenes mexicanos del siglo XXI
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 19, pp.6 [2003-02-06]
 

En días pasados se llevó a cabo en el majestuoso Palacio de Minería de la Ciudad de México el seminario internacional “Jóvenes del siglo XXI. Sociedad de la información y nuevas identidades”. El encuentro fue patrocinado por el Instituto de Mexicano de la Juventud, la UNAM, el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, y El Colegio de la Frontera Norte. El seminario convocó a un grupo de muy destacados pensadores y estudiosos de las ciencias sociales quienes examinaron distintos aspectos de la juventud actual, tanto en el contexto internacional como nacional. La pertinencia de esta serie de conferencias y discusiones resulta muy afortunada, pues discutir la condición de la juventud actual resulta imprescindible, pues mientras mejor entendamos y conozcamos a los jóvenes mejor podremos responder -como sociedad y como participantes de las instituciones educativas- a sus requerimientos y necesidades.

La conferencia inaugural, “Los jóvenes en América Latina, la esperanza del ayer”, estuvo a cargo de Carlos Monsiváis, uno de los más atentos y agudos observadores y cronistas de la sociedad actual. Al hacer un recuento de lo que en las últimas cuatro décadas ha sido la juventud en México, precisó lo diverso del término. Así, la falta de recursos y la escasez de oportunidades con el consiguiente temor al desempleo o el hartazgo del subempleo son las características de los jóvenes de la clase baja en las áreas urbanas y rurales de América Latina.

En contraste, la juventud de la clase media alta disfruta de altos niveles de consumo, casi como en los países más industrializados del planeta. Una de las frases que sintetizaron su intervención fue “si los jóvenes no tienen futuro, la nación tampoco”.

Otra de las conferencias estuvo a cargo de Martín Hopenhayn, quien disertó sobre “El mundo del trabajo y los jóvenes”. En el análisis de este sociólogo chileno, el concepto de decentración –pérdida del lugar del Estado-nación en el mundo globalizado, la desterritorialización” del proceso de producción a nivel mundial, entre otros- juega un papel central como herramienta de análisis. En el mundo moderno, agregó, el conocimiento es más independiente que nunca del trabajo humano. En ese contexto, Hopenhayn se pregunto, ¿qué pasa en América Latina con los jóvenes y el trabajo? Señaló al respecto que en el subcontinente los procesos productivos con alto valor agregado se incrementan a niveles muy bajos con respecto al sistema internacional.

Asimismo, en América Latina el desempleo juvenil duplica al desempleo global y triplica el desempleo adulto. Además, en Latinoamérica el trabajo se está informalizando, pues en los últimos años, siete de cada diez empleos se crearon en el sector informal de la economía. En este sentido, el empleo informal casi siempre implica menos salario y menos protección laboral y social.

Al final de su intervención, Martín Hopenhayn se preguntó como enfrentar esta situación que aqueja a millones de jóvenes en la región y examinó a grandes rasgos algunas de las propuestas que al respecto han planteado los organismos internacionales. Uno de los aspectos que destacó fue que algunos estudios han mostrado que se requieren 12 años de escolaridad para lograr salir de la pobreza. Lo anterior implica que la solución a dicho flagelo todavía está fuera del alcance de la mayoría de las sociedades latinoamericanas, más aun cuando se tienen ejemplos de que la escolaridad por sí misma no es suficiente cuando la economía se halla en crisis, tal como lo ha mostrado el doloroso caso de Argentina.

En su intervención Norbert Lechner del PNUD, Chile, presentó los resultados de una encuesta realizada a la juventud chilena. Destacó la existencia de tres pares de tendencias y desafíos: individualización-socialización; apoyo a la diversidad social-integración; y sensibilidad lúdica-generación de un imaginario de sociedad. La encuesta también mostró cómo tendencias adicionales un alto grado de desconfianza hacia otras personas y el miedo a los conflictos (“discutir diferencias lleva a conflictos”).

Se encontró también que la tasa de participación en el grupo de 18 a 22 años es muy baja, y que su visión de la democracia es muy elitista (“muchos juegan, pocos ganan”). Lo anterior implica, según Lechner, que la democracia no encarna un imaginario colectivo. Uno de los aspectos más interesantes de esta ponencia fue que los resultados mostrados guardan una semejanza muy grande con lo encontrado en otros países latinoamericanos.

Otra participación muy interesante fue la del profesor Philip G. Altbach, cuyo trabajo fue publicado en el número 18 de campus MILENIO (“Estudiantes: política y revolución”). En su análisis los movimientos estudiantiles en el mundo, Altbach ha observado que éstos han sido, sobre todo en los países en desarrollo, un factor muy importante para el cambio social. Por arzones de espacio, sólo he dado cuenta de algunas de las conferencias del seminario. Es de esperar que pronto puedan ser publicadas para que alcancen mayor difusión y puedan ser examinadas y discutidas, tanto por quienes estudian el tema como por quienes viven esa maravillosa etapa de la vida: los jóvenes, nuestros jóvenes.


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