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Educación, desigualdad y proyecto nacional de desarrollo
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 415 [2011-05-19]
 

Para escribir sobre educación y desigualdad social es necesario decir que se trata de una relación que es resultado de un proceso histórico y tiene manifestaciones específicas en el marco estructural que caracteriza a una determinada sociedad.

En el diagnóstico del país, coincido con todos aquellos que han señalado que estamos sumidos en una crisis profunda, que no es exclusiva del terreno económico y de la falta de empleo. Es una crisis que se ha extendido al ámbito de la cultura y los valores, manifiesta en la impunidad, en la inmoralidad. Vivimos en la anomia, la desconfianza y en el miedo de quedar inesperadamente en el terreno de un fuego cruzado. Incertidumbre cotidiana, porque nos arrancaron el pasado y no se ve dónde queda el futuro.

La sociedad civil que se manifiesta ha refrendado el enorme desprestigio de los partidos y el descrédito de toda la clase política, la podredumbre en el ejercicio del poder, el fracaso de la transición a un régimen ciudadano, la mala influencia de los llamados poderes fácticos, la imposición de contenidos y símbolos contrarios al interés común de la nación de parte de los medios, de las televisoras.

Nos enfrentamos todos los días a un sector informal que crece continuamente en las calles, fuera de las leyes del capitalismo, expulsando a los jóvenes que le sobran a este sistema hacia el norte, fuera del país, dejando a otros sin expectativas, hayan o no estudiado. Finalmente, estamos situados en medio de una guerra interna que parece ajustarse al capitalismo del shock, en medio de una confabulación de intereses y poderes internos y externos que conforman una especie de leyenda negra moderna contra la nación y contra la mayoría de los mexicanos.

En el país hay millones de personas que viven en tal pobreza que su ingreso mensual no alcanza para adquirir los requerimientos básicos de alimentación, salud, educación, vestido, vivienda, transporte, aun dedicando todo su dinero al gasto de estos rubros. El Coneval declaró, enfáticamente, que la desigualdad no había mejorado sustancialmente en los 14 años previos a 2006. Entre 1992 y 2006 el ingreso del 10 por ciento más rico del país había pasado de retener 41.2 por ciento de la riqueza nacional a retener 39.3 por ciento. En 2008 había cerca de 20 millones de personas en pobreza extrema y se estimaba que la pobreza en general iba a aumentar hasta 2010.

Los datos de la revista Forbes de 2011 indicaron que 11 personas en el país acumulan más millones de dólares (aproximadamente 145 mil) que la reserva nacional (120 mil). Por lo ilustrado, políticamente hablando, es tiempo de cambiar el enfoque sobre la contabilidad de la pobreza y comenzar a plantearnos cómo redistribuir el ingreso y estimular el mercado interno para generar empleo.

En México, el ingreso de las familias se relaciona positivamente con el acceso a la educación y con el grado de escolaridad. El promedio de escolaridad ha aumentado para toda la población. Pero los más ricos han aumentado más años de escolaridad que los más pobres. Venir de una familia con recursos económicos facilita estudiar y tener buenas condiciones de estudio. Por ejemplo, entre los 18 y 29 años asiste a la escuela escasamente 5.8 por ciento del decil más pobre, en comparación con 35.4 por ciento del decil de los más ricos.

Obtener educación, más años de escolaridad, es ventajoso para entrar y desempeñarse en el mercado de trabajo. Por eso, la educación sigue siendo valorada y abriendo expectativas entre las familias más pobres, que piensan que por esta vía les puede ir mejor a sus hijos en la vida. No les falta razón. La información muestra que hay una relación positiva entre el grado de escolaridad y el monto de los ingresos por trabajo. Más todavía, hay análisis que permiten afirmar que, con alguna excepción, el aumento en el grado de escolaridad da una ganancia de ingresos mayor respecto del grado educativo inferior.

Es fundamental advertir que las relaciones entre los ingresos de la familia y la escolaridad y entre la escolaridad y los ingresos por trabajo se encuentran intervenidas por una enorme cantidad de variables. Las dos son relaciones que se modifican en el tiempo, en el espacio social y en el territorial. Se alteran por el capital cultural y social de las personas, de tal suerte que la educación no siempre rinde los mismos frutos para todos. En la crisis, la educación ha continuado siendo un ordenador social, lo cual no quiere decir que la educación pueda resolver todos los problemas que enfrenta México.

Sin embargo, si de lo que se trata es de superar los problemas estructurales que se mencionaron como parte del contexto, entonces es fundamental contar con las bondades de la educación. Se trata de abrir más oportunidades de educación para tener una fuerza de trabajo más calificada. Se trata de establecer un pacto social por la educación. Se trata de cambiar el sistema educativo y vincular tal cambio a un nuevo proyecto nacional de desarrollo.

Es fundamental pensar y proponer con celeridad una política educativa para nuevos fines nacionales de largo plazo, que dé certeza hacia adelante. La política educativa no puede seguir obedeciendo a los intereses corporativos y a quien los encabeza. Eso sería nefasto para el porvenir, porque son los mismos intereses que han provocado la quiebra del país. Nos quedaríamos peor de lo que estamos.


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