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Paradojas de la juventud
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 105 [2004-11-11]
 

Agradezco a don Eusebio Fernández, profesor universitario y colega en Campus Milenio, sus comentarios sobre algunas ideas pergeñadas en esta columna. Coincido con el maestro cuando hace notar la forma en que se están regateando a los jóvenes derechos y oportunidades de formación y trabajo. El fenómeno tiene varios ángulos, uno muy importante es la obstinada preferencia del Estado por la estabilidad macroeconómica a costa del crecimiento.

Pero antes de entrar al debate sobre alternativas al modelo de desarrollo del país, tema por demás discutido en las arenas políticas y académicas, conviene abundar en la problemática que enfrenta la juventud actual, con el propósito de enfatizar su complejidad y para hacer notar la urgencia de una acción pública más decidida y mejor enfocada al respecto.

A propósito, se acaba de publicar el reporte de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL) y la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ) titulado La juventud en Iberoamérica. Tendencias y urgencias (octubre 2004) que, con un enfoque multidimensional, da cuenta del perfil sociocultural de los jóvenes que habitan en esta región. El informe es una síntesis de censos nacionales, encuestas de ingresos y gastos de los hogares, encuestas de juventud y otras bases de datos. El trabajo fue coordinado por Juri Chillán e Ignacio Perelló, de la OIJ y contó con la participación de especialistas de la CEPAL y de varios institutos de juventud, entre ellos el de México.

En las más de cuatrocientas páginas de la obra, el lector encuentra un cuidado desglose de indicadores sobre la condición juvenil iberoamericana. Aunque el informe distingue entre tendencias regionales y realidades locales, el foco de interés atiende más bien a las convergencias y pautas comunes. Consta de diez capítulos, además de introducción, bibliografía y un amplio anexo estadístico. Se consideran los siguientes aspectos: demografía, familia y hogar, pobreza, salud y sexualidad, educación, empleo, consumo cultural, y participación y ciudadanía. Aparte, en sendos capítulos, se da cuenta de las políticas de juventud vigentes y de los problemas de sistematización y divulgación de indicadores.

A modo de síntesis, los autores proponen una decena de tensiones que describen la condición juvenil contemporánea. Son muy interesantes y vale la pena citarlas y comentarlas. Primera, la juventud goza de más educación y menos acceso al empleo, es decir la paradoja de contar con la generación más y mejor educada de la historia, y simultáneamente los mayores índices de desempleo juvenil. Segunda, los jóvenes gozan de más acceso a la información y menos acceso al poder, esto es que la ampliación del consumo de información y bienes culturales no se ha traducido en mayores niveles de participación y presencia de los jóvenes en las esferas decisorias, lo que ocasiona una preocupante brecha generacional en el plano político.

Tercera, la juventud tiene hoy más expectativas de autonomía y menos condiciones para materializarla, ya que cuentan con capacidades adultas para relacionarse con el mundo pero no con las condiciones elementales para lograr independizarse del medio familiar y local. Cuarta, los jóvenes se hayan provistos de mejores condiciones de salud, pero menos reconocidos en su morbimortalidad específica, los sistemas públicos de salud adolecen de medios específicos para atender los problemas de salud físicos, de nutrición, sexuales, y sobre todo sicológicos de la juventud actual.

Quinta, los jóvenes son más dúctiles y móviles pero, al mismo tiempo, más afectados por trayectorias migratorias inciertas, la juventud es un sector particularmente receptivo de las presiones migratorias -tanto campo ciudad como flujos internacionales- pero carece de medios básicos, principalmente legales, para conseguir integrarse al ámbito de destino. Sexta, los jóvenes son más cohesionados hacia dentro pero con mayor impermeabilidad hacia fuera, priva entre ellos una percepción difusa pero objetiva de identidad entre pares y lejanía con el mundo adulto.

Séptima, los jóvenes son más aptos para el cambio productivo pero más excluidos de este, mientras que los actuales estilos de desarrollo se basan en el tipo de recursos que posee la juventud (conocimientos y flexibilidad), aumenta la exclusión social sobre todo en el ingreso al medio laboral. Octava, la juventud ostenta una posición ambigua entre receptores de políticas y protagonistas del cambio, son definidos como objeto de atención y calificados de “vulnerables”, “carentes”, “capital humano” y población a proteger, controlar o empoderar, pero se desconfía de su capacidad para generar un proyecto propio.

Novena, ocurre una expansión del consumo simbólico al mismo tiempo que una restricción del consumo material, es decir que la democratización de las imágenes de consumo convive con la concentración del ingreso. Décima, que resume el conjunto de tensiones previas, es patente un contraste entre autodeterminación y protagonismo, por una parte, y precariedad y desmovilización, por otra.

Un panorama de esta naturaleza debería llevar a las instituciones encargadas del diseño y puesta en operación de las políticas educativas, así como a las instituciones académicas, a renovar enfoques y prioridades, en especial en aquello que concierne al acceso y distribución de las oportunidades disponibles. Dejemos este tema para la semana que viene.


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