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Los jóvenes en la universidad pública
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 107 [2004-11-25]
 

Consecuencia de la vorágine del cambio que marca la época actual es la enorme brecha generacional que existe entre jóvenes y adultos, tanto en el ámbito de las ciudades como en el campo. En un México como el de hoy, en el cual las “fuerzas del cambio“ se empeñan en dar la espalda al pasado, los jóvenes viven situaciones que tienen poca relación con las que vivieron sus padres en su juventud. Para éstos es prácticamente imposible derivar de sus experiencias pasadas consejo para que sigan sus hijos, lo que todavía es más notorio entre madres e hijas.

La recurrida evocación de experiencia de los adultos como forma de autoridad ante los jóvenes hoy se ha vuelto impertinente. Los jóvenes constatan a diario que “sus mayores” no tienen ni idea de “cómo es” y que los consejos que les quieren dar suelen resultar inadecuados para enfrentar la realidad en la que viven.

Si esto está siendo así en el terreno familiar es en la escuela donde la impertinencia de los adultos es más patente. De hecho, los aprendizajes que actualmente moldean las identidades juveniles suelen estar ausente de lo que se enseña en la escuela.

Ya casi para nadie es novedad escuchar que los medios de comunicación, especialmente los de tipo visual, están siendo los principales “maestros” de la juventud.

Los datos que aportó la Encuesta Nacional de Juventud levantada el año 2000 sirven como recordatorio acerca de la importancia que tiene la televisión en el proceso educativo de los jóvenes mexicanos.

Un poco más de 30 por ciento dijo pasar más de tres horas frente a la televisión, en un día regular, y el mismo porcentaje correspondió a quienes declararon que es principalmente en la televisión donde han aprendido más sobre el tema de la política.

Más allá de otros comentarios que se pueden derivar de estas estadísticas, lo que aquí quiero resaltar es que los aprendizajes que obtienen los jóvenes mexicanos de las representaciones televisivas suelen estar fuera de sus contextos sociohistóricos, y producen una imagen de la juventud en la cual las perspectivas éticas y la participación en la vida pública se vuelven inimaginables.

En este punto, el interés no sólo es la manera como la cultura dominante está definiendo el concepto de juventud, a través de las imágenes que proyecta, sino cómo está educando a los jóvenes con respecto del futuro: sin responsabilidad social y sin responsabilidades políticas ni morales.

La relación entre jóvenes y adultos siempre ha estado marcada por conflictos generacionales e ideológicos. Lo que hoy resulta específico es que los adultos hemos perdido el compromiso con una conciencia pública que prevea un futuro en el cual se impulse el bienestar general de la sociedad.

Por esta falta de compromiso con “lo público”, los jóvenes está enfrentándose a visione de un mundo proyectado con violencia, con creciente pobreza y desempleo, al que padres y maestros parecemos estar dispuestos a aceptar como amenazante destino.

Ante tan dolorosa visión, la juventud aprende a definirse fuera de las instituciones y de sus responsabilidades públicas. Se encuentra atrapada en un referente generacional constituido por un lenguaje de mercado y la cultura de los medios de comunicación masiva que manipula por medio de la publicidad y la moda.

La ausencia de alternativas privadas y públicas preocupadas por confrontar la representación apolítica que se tiene de la juventud y de la relación entre generaciones plantea a la universidad pública el reto de restituir el pacto histórico de los adultos con los jóvenes.

Esta innovación es un llamado a reactivar el significado social de la universidad pública en México como institución crítica y reflexiva cuya razón de ser es su compromiso con la construcción del porvenir.

A contrapelo de todas las tendencias actuales que las empujan a hacerse a un lado, la oferta que hoy deben y pueden hacer las universidades públicas a la juventud es la de dotar nuevamente de vigor a la acción política.

Con esta condición, que más pronto que tarde debe convertirse en experiencia propia de los jóvenes, éstos (en su representación global y no sólo en su condición de estudiantes) aprenderán y comprenderán la importancia de su contribución personal para la contienda que debemos librar, intergeneracionalmente, en nombre del bienestar de todos quienes vendrán después de nosotros.


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