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Uso y abuso de las encuestas
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 430 [2011-09-08]
 

En esta época, la cual se supone habitada por la sociedad de la información y del conocimiento, prolifera la información. Pero es frecuente que se le produzca e interprete sin respeto a la lógica y a la metodología estadística, incluso se le utilice de manera poco ética. Más aún, la cantidad de datos estadísticos que hay en el ambiente es abrumadora, pero no suele reflexionarse en los objetivos de quienes los producen, difunden y publican; tampoco en las intenciones y la validez de las interpretaciones que los medios de comunicación transmiten.

En la actualidad, muchas empresas, negocios, partidos políticos, organizaciones e instituciones realizan encuestas para generar información sobre cosas que les ocupan y preocupan. En particular en el mundo de la política, las encuestas de opinión pública funcionan como un medio por el cual los políticos y los partidos calibran el pulso electoral. Las encuestas de opinión han cobrado tal importancia que las agencias encuestadoras han proliferado y producir estadísticas se ha convertido en un negocio redituable.

No conozco estudios serios que permitan analizar las implicaciones políticas de las encuestas de opinión pública como medio para influir en las decisiones políticas y en los resultados electorales en México, pero politólogos de la talla de Giovanni Sartori han advertido que “la sondeo-dependencia es una auscultación falsa que nos hace caer en una trampa y nos engaña al mismo tiempo”. Hay que tener en cuenta que las encuestas son herramientas que no permiten tener certeza sobre lo que piensa la gente antes de las elecciones y que sus resultados están basados en la probabilidad y, por lo tanto, son sólo aproximaciones de lo que puede estar pasando. Algo que sí está sucediendo es que cada vez son más quiénes son abordados por encuestadores y contestan “no” a la invitación de responder preguntas.

Cuando se indaga en los círculos personales cercanos si hay alguien que alguna vez haya sido encuestado respecto de sus preferencias electorales, se encuentra que no hay quien diga sí, o si los hay son muy pocos. La pregunta que surge, entonces, es ¿hasta qué punto los resultados de las encuestas de opinión reflejan a la gente como uno?

Pero, la apuesta que hacen quienes intentan utilizar las encuestas para orientar las elecciones, se basan en el supuesto de que la democracia causa una cierta desafección por pertenecer a las minorías y, en cambio, glorifica a quienes forman parte de las mayorías. Así que las encuestas se utilizan para provocar reacciones en los electores con el fin de que emitan un “voto táctico” y no ideológico y para desmovilizar la participación de quienes no están de acuerdo con los resultados que arrojan las encuestas.

Por su parte, en los mundos de la academia y de las instituciones gubernamentales se realizan encuestas destinadas a obtener información sobre las características, actitudes, creencias, valores, percepciones, acciones, etcétera, de distintas poblaciones. Más allá de las ineficiencias que puedan tener, o no, los marcos teóricos y muestrales y las metodologías de captación y procesamiento de la información, el problema que quiero resaltar aquí es la forma como se suelen interpretar los datos y lo que se difunde acerca de ellos: utilizando estadísticas se despliegan afirmaciones que se plantan y cultivan en el imaginario colectivo a manera de verdades contundentes.

Sin ningún recato metodológico ni ético se suelen realizar estimaciones sin considerar que, cuando se trabaja con datos que provienen de encuestas, las inferencias que se realizan a partir de porcentajes, medias, u otros indicadores exigen conocer el nivel de confianza con el que se está operando, así como la precisión de las estimaciones. Además, parece desconocerse que para realizar desagregaciones por subpoblaciones es imprescindible que el tamaño de muestra lo permita. El resultado de esta forma de proceder es que en las charlas de café y en todo tipo de conversaciones circulan datos estadísticos que, como tales, no tienen validez, pero que están moldeando pensamientos, conductas y estilos de vida y legitimando la toma de determinadas acciones y decisiones.

Tal es el caso de lo que recientemente se dice sobre los y las jóvenes mexicanos respecto de que aprueban la tortura y hasta la pena de muerte contra los delincuentes. Si se leen los detalles de esta noticia resulta que este encabezado sólo tiene que ver con estrategias de marketing, pues en el cuerpo del artículo se delata que los y las que piensan así son sólo una minoría. Pero, lo que ha quedado grabado en el imaginario de la sociedad mexicana es que la juventud del país está de acuerdo con que el gobierno combata la violencia utilizando violencia. Lo peor es que es que esta idea se presenta como un hecho comprobado y avalado por la UNAM, porque el levantamiento de la encuesta que se cita como fuente estuvo a cargo de investigadores de esta casa de estudios.

Hay muchos casos que pueden mencionarse para dar cuenta de cómo mediante las encuestas se vehiculan sistemas de enunciación que orientan y legitiman formas de pensar y actuar, y se manipulan creencias y se construyen verdades haciendo pasar la información como si fuera conocimiento. Es evidente que no porque se pueda dar a las encuestas este uso, se debe inhibir su producción y la difusión de sus resultados. En cambio, lo que debe hacerse es que quienes nos dedicamos a la producción de conocimiento, en las disciplinas de las ciencias sociales, nos mantengamos atentos para actuar conforme a lo que Gramsci llamó la guerra de posiciones en los dominios culturales y políticos, ofreciendo elementos para que los ciudadanos reflexionen e interpreten, por sí mismos, la información de las encuestas. Debemos debatir abiertamente con quienes llevan a cabo inferencias erróneas y elaborar informaciones propias e interpretaciones serias que nos permitan falsear lo que se presenta como verdad, sin serlo.

Para cumplir con tan importante tarea hemos de exigir el acceso oportuno a las fuentes de información que sobre nuestros temas de estudio se generan. De aquí mi pregunta: ¿cuándo va a liberar el Instituto Mexicano de la Juventud (léase la Secretaría de Educación Pública) la información de la Encuesta Nacional de Juventud que se levantó el año pasado?


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