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La crisis europea y la innovación
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 440 [2011-11-17]
 

La Unión Europea, probablemente, está en su hora más difícil desde la Segunda Guerra Mundial, dijo recientemente a sus propios correligionarios Ángela Merkel, la canciller alemana. En su opinión, la región puede y debe salir adelante, pero dependerá del alineamiento de fuerzas y los acuerdos que se adopten. La situación de crisis financiera también fue la preocupación central en la reunión del G-20 que se realizó la semana pasada en Francia. La lista de países europeos que se asoman al precipicio de la insolvencia parece extenderse a otros que por ahora no lo están. Lo paradójico es que hace apenas una década, al despuntar el siglo actual, el plan era que por estas fechas ya se habría vuelto la región más competitiva y dinámica del mundo.

Al menos eso ero lo que preveía la llamada Estrategia de Lisboa, firmada en marzo del año 2000 por el Consejo Europeo, la cual buscaba convertir a la región en una economía basada en el conocimiento y la innovación.

Hoy, sin duda, la Eurozona enfrenta un gran desafío y lo que allí ocurra tendrá consecuencias no solamente para esa región. Los líderes de las naciones con mayor influencia están buscando salidas políticas a la crisis, severos ajustes en las naciones con las mayores dificultades y probables esquemas de desarrollo.

En el marco de los problemas actuales y en el seno del G-20, el presidente Francés, Nicolás Sarkozy, invitó a Bill Gates a plantear un posible curso de acción para superar los obstáculos. El tema de la innovación, como una década antes, apareció de nueva cuenta en la agenda europea y mundial, puesto que el fundador de Microsoft enfocó su presentación y la elaboración de su breve reporte en ese aspecto.

El G-20, como su nombre lo indica, es un grupo integrado por 20 naciones. Aunque, inicialmente, cuando se reunió por primera vez a mediados de los años setenta, solamente incluía a los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales de siete de los países más industrializados del mundo por ese entonces (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Italia, Francia, Japón y Reino Unido), a los cuales luego se sumó Rusia para ser nombrado el G-8.

Sin embargo, ante la imposibilidad de ignorar la creciente influencia de naciones emergentes y de encontrar soluciones para la crisis financiera de fines de los años noventa, a los ocho países iniciales se sumaron once naciones más: Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía. Además, como bloque, la Unión Europea también tiene un asiento en el grupo para sumar, en total, las 20 naciones. La asistencia de los jefes de gobierno a las reuniones anuales se ha hecho patente desde 2008.

Al dirigirse a los líderes del G-20, Bill Gates destacó que sabía que él no tenía las mismas responsabilidad que ellos, pero que trataba de ser realista sobre los retos a enfrentar, y enfatizó su confianza en la capacidad de innovación como “la fuerza más poderosa de cambio en el mundo” y para avanzar en el logro de las grandes Metas del Milenio, porque “la innovación cambia fundamentalmente la trayectoria del desarrollo” (Innovation with impact: financing 21st century development, p. 6).

Sin embargo, dijo Gates, a pesar de ejemplos de éxito (en la productividad y en la medicina) y su enorme potencial, la innovación no ha jugado el papel relevante en el desarrollo que podría tener. Por ejemplo, afirmó: “algunas innovaciones toman lugar rápidamente en los países ricos, pero toman décadas en llegar a países pobres. El paso de la innovación específicamente para los países pobres ha sido muy lento”.

En particular, destacó el fundador de Microsoft que sería muy inspirador si los líderes del G-20 avanzaran en identificar las prioridades más altas en innovación para el desarrollo, incluso señaló que su propia fundación podría participar en ese proceso. En tales circunstancias, piensa que se podría acelerar la innovación en áreas de desarrollo clave como agricultura, salud, educación, gobernanza e infraestructura.

Además, Gates opina que prácticamente en todas las áreas de desarrollo sería posible lograr un mayor impacto con los recursos financieros que ya se gastan, sobre todo si se instaura una capacidad de evaluar el gasto en desarrollo.

El ejemplo que citó es el de México, con la creación del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y sus mediciones periódicas que indican el logro o no de objetivos.

En fin, no deja de llamar la atención que Bill Gates fuera el orador ante el G-20, el mismo que en 2004 tuvo que pagar una multa a la Unión Europea de casi 500 millones de euros —la más alta registrada contra una firma— por prácticas monopólicas de su compañía y que el comisario encargado del expediente haya sido Mario Monti, el recién nombrado primer ministro italiano.

Tampoco deja de sorprender que el tema de la innovación, como hace una década, vuelva a ser nombrado como eje para lograr un desarrollo económico sustentable.


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