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El error de Peña Nieto y sus implicaciones sobre la calidad de la educación superior
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 444 [2011-12-15]
 

La preocupación por la calidad de las instituciones educativas, particularmente las de educación superior, ha sido uno de los elementos más recurrentes en los discursos y planes de los gobernantes de nuestro país desde que, en las últimas décadas del siglo pasado, los organismos internacionales declararon que, a partir de entonces, la competitividad de un país dependería, cada vez más, de sus capacidades para producir y asimilar conocimiento.

Por supuesto, los depositarios de las capacidades de producción y asimilación de conocimiento somos las personas y, en efecto, el medio más eficaz y reconocido para desarrollarlas es a través de la educación y de sus instituciones.

Vale decir que, entre éstas, destacan las universidades por ser consideradas cruciales para el desarrollo de tales capacidades y que, por lo tanto, los egresados de estas instituciones son sus principales agentes o portadores. Si esto es así, el error que en días pasados cometió el priísta Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro (FIL), en Guadalajara, debe preocuparnos mucho.

Según consta en su sitio web oficial titulado “Quien soy”, el aspirante a ser presidente de México estudió la carrera de Derecho en la Universidad Panamericana y una maestría en Administración de Empresas en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM).

Entonces, no queda duda de que Peña Nieto es un universitario; no sólo es licenciado, sino que cuenta con estudios de posgrado. Por si esto fuera poco, sus estudios los realizó en dos instituciones privadas que gozan de prestigio académico y social.

Además, por sus orígenes de clase, sería de esperar que tuviera capital cultural, y no se diga social y económico, para ser un digno representante del “heredero” construido como tipo ideal del estudiante, de acuerdo con la propuesta que hicieran Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron hace medio siglo.

Cabe preguntar: ¿qué le pasó a Peña Nieto, que no pudo recordar siquiera el título y autor de un solo libro (confesó que la Biblia no la ha leído completa), no digamos tres, y vincular su contenido con su trayectoria de vida? Las causas pueden ser varias, pero no es válido decir que “se puso nervioso”, porque él es un político de estirpe, lo que significa que la capacidad de hablar en público y transmitir lo que se piensa es parte de su acervo familiar.

Así que un argumento válido para explicar tan penoso hecho es que la asistencia a instituciones educativas privadas de prestigio no le sirvió para comprender la importancia de conocer el nombre y las circunstancias de los autores de los libros que estudió.

Tampoco se tradujo en el desarrollo de la capacidad de ser reflexivo respecto del conocimiento de sí mismo, ni acerca de las huellas que dejan en uno las ideas y propuestas de grandes pensadores, poetas y escritores.

En cambio, parece que la educación recibida sí le sirvió para ponderar su “yo mismo”. Habiendo asistido a la mencionada feria para presentar un libro de su autoría, no pudo recordar siquiera el nombre de alguna obra que él mismo haya utilizado como bibliografía. Esto es indicador de que Peña Nieto, aún sin saberlo, es contrario a la postura de Jorge Luis Borges, quien decía: “muchos se jactan de los libros que han escrito, a mí me enorgullecen los que he leído”.

Pero más allá de lo penoso y preocupante que resulta lo sucedido a quien probablemente será el próximo presidente de México, lo alarmante del hecho es la derivación que esto tiene sobre la calidad de las instituciones educativas que atienden a las élites mexicanas.

¿Qué valores y prácticas culturales son las que transmiten y cultivan estas instituciones? Es precisamente aquí donde entra en juego el pensamiento de un importante autor contemporáneo: Richard Sennet.

En la obra La cultura del nuevo capitalismo, el mencionado autor revela que, en una realidad donde la desigualdad económica y la inestabilidad social son el contexto, el tipo humano que es funcional es aquel que improvisa el curso de su vida y lo hace sin una firme conciencia de sí mismo.

Agrega que el orden cultural y social emergente milita contra el aprendizaje de las cosas de una manera profunda, porque el compromiso puede ser económicamente destructivo. Por ello, afirma el autor, la propuesta de la cultura del nuevo capitalismo es la meritocracia que celebra la habilidad potencial, más que los logros del pasado.

En el nuevo capitalismo lo que se promueve es la renuncia, es decir, desprenderse del pasado. Para ello se necesita que el hombre o mujer ideales desarrollen un “yo” orientado al corto plazo, centrado en la capacidad potencial y con voluntad de abandonar la experiencia del pasado.

El ideal cultural de este tipo de capitalismo es ajeno al afecto hacia autores y libros, pues ellos habitan en el pasado. Lo que se busca es que la mentalidad de los hombres y mujeres ponderen la competencia y la fuga hacia adelante, pero de manera personal.

Visto así, el error de Peña Nieto plantea una cuestión profunda referida al tipo humano que están produciendo las instituciones de educación superior de élite en México. Si lo que están promoviendo es un nuevo orden de poder obtenido mediante una cultura cada vez más superficial, entonces es urgente hacer un alto en el camino y reconsiderar las cosas.

Aún estamos a tiempo, ¿de veras queremos los mexicanos que nuestro país este habitado y conducido por la superficialidad?


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