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Sobre cultura política y educación cívica
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 471, pp.11 [2012-07-19]
 

Con la pretendida objetividad que pudiera dar el mirar desde algún lugar del mundo lo que hoy ocurre en la escena política mexicana—me encuentro en Sudamérica participando en un congreso sobre cultura y educación para la integración latinoamericana—, es posible tomar conciencia de un ambiente parecido a lo que popularmente se conoce como una “calma chicha”. Aunque por fortuna hasta el momento no ha habido incidentes violentos en los reclamos para declarar la invalidez de las elecciones presidenciales—no obstante, la cuenta siniestra de los miles de muertos por las disputas entre las sanguinarias bandas delincuenciales sigue en franco ascenso—, se percibe también una incertidumbre en muchos ciudadanos quienes se mantienen expectantes al resultado del desahogo de las impugnaciones de la coalición de partidos de izquierda ante las diversas instancias, proceso que culminará con la declaración que en pocas semanas habrá de realizar el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE).

Hasta ahí parece que todo sucede con relativa tranquilidad y civilidad, con alguna que otra irrupción de indignados ciudadanos en algunas tiendas comerciales o en frente de las sedes de ciertos medios de comunicación privados a los cuales se acusa de haber colaborado con la compra-venta de votos o con la creación y promoción de la imagen del candidato a la presidencia del país. Existe, además, una preocupación latente por ver cuál será la reacción de la coalición de izquierda y los movimientos sociales agrupados a su alrededor en la eventualidad de que el TRIFE, en uso de sus atribuciones, deseche las impugnaciones y declare presidente electo a quien—comprados o no—obtuvo el mayor número de votos en la elección del pasado 1º de julio.

Considero que es ahí, donde volverá a ponerse a prueba—en una situación muy crítica para la institucionalidad democrática del país—la cultura política, tanto de quienes participan o han participado activamente en las movilizaciones anteriores y posteriores a los comicios, como de quienes pertenecen o simpatizan con el partido presumiblemente ganador y de los otros partidos participantes, así como de quienes se manera activa o pasiva se han mantenido hasta ahora al margen de las disputas post electorales. Es indudable, por otro lado, que lo ocurrido en estas elecciones—juzgadas con el calificativo de “ejemplares” por el IFE y descalificadas por sus detractores—están demostrando que a nuestra democracia le queda todavía un trecho muy largo por recorrer antes de alcanzar su pleno desenvolvimiento.

El que todavía existan las prácticas clientelares. mediante las cuales se solicita u obliga a los ciudadanos a emitir el voto por una determinada fórmula electoral a cambio de alguna dádiva o apoyo de diversa índole, y de las que se acusa a los presuntos ganadores, son evidencias claras de que nuestra cultura política sigue siendo muy pobre. Ha sido muy claro también que esas prácticas son más susceptibles de ocurrir en aquellas localidades en que se combina un interés político que no duda en recurrir a cualquier medio con tal de “triunfar” en la lucha electoral, junto con personas que se ven obligadas a participar en dichas prácticas debido a sus enormes carencias económicas y culturales.

Hay quienes señalan que mediante este viciado orden de cosas, el viejo PRI se pudo recuperar de las pérdidas de la presidencia en los dos sexenios consecutivos de dominio panista, y de ese modo el tricolor pudo otra vez poner en marcha su atávica maquinaria electoral a lo largo y ancho del país. A ello abonó también, por supuesto, el enorme desgaste del panismo por los malos resultados de su gestión al frente de las dos administraciones en que ocupó la presidencia del país y la funesta guerra contra la delincuencia organizada, así como a la proverbial falta de unidad de la izquierda.

Pero también ha un elemento que merece reflexionarse muy seriamente y tiene que ver con el papel que la educación en general, y la superior en particular, han tenido en la construcción de la actual cultura cívica y política. En este orden de cosas se pueden plantear, cuando menos un par de cuestiones: ¿hasta qué punto los contenidos y prácticas didáctico-pedagógicas han jugado algún papel relevante en la falta de una sólida cultura política? ¿O ha sido, por otro lado, la propia cultura política la que ha estado presente en los movimientos contestatario surgidos recientemente, como el de los estudiantes del #Yo soy 132?

Indudablemente que lo que ocurra en las próximas días y en los posteriores a la resolución que tome el TRIFE darán pistas importantes a estas y a muchas otras cuestiones álgidas de nuestra atribulada vida democrática, en el entendido que, por otra parte, será necesario insistir que ésta no se agota ni se reduce a la emisión del voto, sino que abarca toda una forma de convivencia social. Será preciso también iniciar el debate arriba mencionado acerca del papel de la educación en sus diversos tipos y niveles, en la construcción de una democracia que eleve el nivel del debate político y permita fortalecer la cohesión social, en momentos en que la violencia criminal sigue escalándose y amenaza seriamente la convivencia social, así como la viabilidad de varias de las instituciones más importantes del país.


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