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Poder y política en la educación superior
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 480 [2012-09-28]
 

En estos diez años de Campus se ha mostrado cómo el poder y la política están presentes en la educación superior. El poder y la política se manifiestan en la vida académica de las instituciones, y de las comunidades académicas, a través de un amplio número de factores, que ha sido necesario descubrir, en sus relaciones, por medio de la investigación, cuantitativa, cualitativa y comparativa. También, por medio del ensayo académico, a través de la manipulación de herramientas conceptuales, por el razonamiento metódico y por la imaginación sociológica, que también cuenta y mucho. Del análisis de lo político, de la política y de las políticas de educación superior se han producido conocimientos sobre aquello que está detrás del cambio institucional. De ahí su relevancia para entender y conducir a nuestras universidades.

En el campo universitario, el poder se manifiesta en el plano global, local e institucional. En este texto voy a retomar, en forma muy resumida, algunas de las líneas centrales de discusión que ha habido en la academia, muchos de cuyos avances han aparecido en este Suplemento.

En los primeros años de este siglo, apreciamos que el proceso global representaba una especie de amenaza política, porque rompe con los ideales y la concepción que se ha tenido de la universidad, porque enfatiza que la actividad institucional debe ser útil para apoyar a las fuerzas económicas preponderantes y porque le quita a la universidad su razón de ser frente al Estado-nación, que pierde centralidad en la conducción de la sociedad.

La globalización es un proceso que ha favorecido el quiebre de los pactos entre el gobierno y la universidad sobre los cuales se finca el proyecto de desarrollo nacional, ha abierto paso a la comercialización de la educación superior, introducido valores que estrangulan el espacio público y pregonado un modelo de universidad exitoso como el que existe en los países desarrollados.

Estas tesis generales han ido matizándose en los últimos años. El análisis ha reconocido que los países tienen inserciones propias en el proceso de globalización, que obedecen a sus condiciones estructurales. En la globalización no hay caminos únicos. Y aceptar lo anterior lleva a entender que la diversidad de situaciones nacionales es relevante, porque a las instituciones universitarias hay que comprenderlas como parte de sistemas nacionales de educación superior, que se desarrollan de cara a las necesidades o prioridades de los países, de acuerdo con políticas de Estado propias de quienes controlan el gobierno y el poder público. Así, sí cada país ha seguido un camino frente a la globalización y tiene un sistema educativo con características particulares, entonces puede sostenerse que la globalización no afecta a todos los países y a todas las instituciones de la misma forma.

Las respuestas, entonces, han sido distintas. Por ejemplo, en América Latina ha habido diferentes posturas políticas frente a los rankings internacionales. Hay instituciones, en países como el nuestro, favorables a la participación en los rankings; en otros casos la actitud es desfavorable. Las diferencias de postura han dificultado sortear el reto político de participar en el mercado académico mundial, y en los rankings globales, de manera conjunta, enfatizando el respeto por nuestro ser universitario, nuestras tradiciones, riquezas históricas y culturales.

Mientras, las tensiones en el campo internacional han sido continuas porque la globalización ha traído fenómenos en la esfera internacional universitaria que apuntan hacia la existencia de un sistema de dominación, en el que, un conjunto de universidades de investigación y universidades de países ricos, dominan el espectro internacional. Este pequeño grupo de universidades ha construido un campo de poder en el que ejercen su hegemonía sobre el resto de las universidades en el mundo; hegemonía que influye para que su comportamiento se oriente a construir universidades del mismo tipo que ellas. El estudio de la universidad desde una perspectiva política nos ha alertado sobre la necesidad de conjuntar fuerzas antihegemónicas, nos ha alertado de la importancia que tienen las universidades en nuestro tiempo para el desarrollo y de las pugnas políticas por su control, las cuales, probablemente, subirán en intensidad.

Este sistema de dominación nos enfrenta a retos políticos. Entre otros, cobrar fuerza mediante alianzas institucionales, en el país y entre los países latinoamericanos, para enfatizar que nuestras universidades no son iguales a las del primer mundo porque cumplen compromisos de inclusión, tienen responsabilidad social y pertinencia con los procesos de desarrollo local.

Aparte de todas las presiones que ejerce la globalización sobre las universidades, hemos tenido las propias. Las políticas educativas del Estado mexicano han sido factores decisivos en el cambio institucional de la universidad pública y en sus relaciones con el gobierno. En particular, la política de evaluación ligada al financiamiento dio como resultado un incremento de la heteronomía de la universidad con relación al gobierno federal.

La política financiera del gobierno se ha utilizado para provocar en las instituciones cambios dirigidos a los fines y propósitos oficiales. Con ello se dio paso a una multiplicidad de nexos políticos que han terminado por debilitar el peso de los rectorados frente al gobierno, al tiempo que los recursos recibidos, y su distribución, han permitido a las administraciones universitarias ejercer un mayor control sobre la academia.

En el ámbito administrativo de las universidades públicas, se dio paso al crecimiento de un sector experto en el manejo financiero de las instituciones, correlativo a la pérdida de la autoridad académica, de la vida colegiada y a una mayor politización cupular para competir por el poder universitario, ante la escasez de recursos económicos para apoyar a la academia, manejados por la vía del subsidio extraordinario.

Los análisis realizados permitieron sostener que esta forma de gestión político-financiera del sistema educativo, basada en la evaluación de la “calidad”, no alteró sustancialmente las diferencias en las capacidades académicas entre las instituciones. Conclusión que, los investigadores, necesitamos actualizar periódicamente para calibrar las tendencias de la desigualdad institucional.

También, los resultados de investigación, que narramos en Campus, mostraron la creación de un académico convertido en trabajador necesitado de sus becas al desempeño, subordinado a intereses burocráticos, conflictuado con sus colegas por el logro de estatus, conformista políticamente. Señalamos que faltan soluciones para renovar la planta académica y dar salida al problema de la jubilación. Asimismo, dijimos que la sobreevaluación, y el énfasis en la productividad, elevaron la cantidad de trabajos publicados, pero no necesariamente su calidad u originalidad; el sistema de evaluación impuso la simulación y la diversificación de tareas, restringiendo el tiempo para investigar y reflexionar. Políticamente, los académicos han sido los perdedores de esta historia, y con ello las instituciones que no reconocen la valía de sus tareas debido al sistema de puntos.

Las investigaciones que hicimos nos llevaron a afirmar el agotamiento de las políticas públicas aplicadas a la educación superior en los últimos dos decenios y la necesidad de pasar a una ronda que las reformule de fondo. Los conocimientos adquiridos nos han llevado a generar propuestas que están siendo incluidas en varios textos elaborados en nuestras instituciones.

A la altura de los tiempos, se impone luchar para que cambie la correlación de fuerzas y las políticas; es un reto de miras muy altas con perspectivas de largo plazo, para ubicarnos mejor en el mundo y ante nosotros mismos. Hemos producido algunos textos sobre la universidad que hace falta en el país para que los estudiantes encuentren un medio de realización intelectual y personal, para que se produzcan conocimientos pertinentes a un nuevo modelo de desarrollo y gestemos una cultura y una ética que nos permita comunicarnos y que le dé cohesión social a los mexicanos. Por estas razones, una vez escribí, aquí, que es la hora de la filosofía política. Hoy agrego que, también, es la hora de la historia.


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