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La postura del Papa ante el neoliberalismo
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 520 [2013-08-01]
 

El desempleo juvenil representa un grave problema de la época actual. De hecho, dos de los efectos más claros del neoliberalismo han sido la dificultad para la inserción al mercado laboral de los jóvenes y la pérdida de nivel de empleo en las economías y las sociedades.

Al igual que en el resto del mundo, en América Latina, y particularmente en México, el desempleo juvenil es más alto que el de los adultos, la tasa de rotación de un empleo a otro es más frecuente, y los salarios que perciben los jóvenes son inferiores. De manera general, se puede decir que siempre ha sido así y que las oportunidades mejoran a medida que se avanza en la trayectoria laboral y se va adquiriendo experiencia. Sin embargo, lo específico del neoliberalismo es que ahora las personas empiezan su vida laboral con mayores probabilidades de enfrentar desempleo, inactividad y pérdidas salariales a lo largo de toda su trayectoria.

Un termómetro fundamental de la precarización del mercado de trabajo es el salario de los jóvenes como proporción del de los adultos. En América Latina, en igualdad de condiciones (nivel educativo, sexo, sector económico, etc.) los trabajadores jóvenes ganan menos que los trabajadores adultos. Podría argumentarse que la brecha entre unos y otros está relacionada con la experiencia. Sin duda, esta relación sigue siendo positiva, pero cada vez el peso de la experiencia sobre el salario es menor.

En efecto, se han hecho estudios que muestran que las diferencias entre los salarios que perciben los jóvenes respecto a los de los adultos debe ser imputada, más que a la experiencia, a la fecha en el que el trabajador entró al empleo que ocupa, es decir a la antigüedad del contrato. La permanencia en el trabajo tiene retornos positivos, pero la alta rotación laboral que enfrentan los jóvenes contemporáneos no permite esperar que en un futuro haya muchos trabajadores con antigüedad en el mismo trabajo. No cabe duda que de dejar que las cosas sigan como están la tendencia al deterioro laboral tomará visos todavía más graves.

Las diferencias en las condiciones laborales entre jóvenes y adultos tampoco pueden ser imputadas al nivel educativo. Según los datos utilizados en el capítulo 2, del informe del BID titulado “Desconectados. Habilidades, educación y empleo en América Latina” publicado en 2012, los jóvenes latinoamericanos, en promedio, ganan un 55 por ciento menos del salario de los trabajadores adultos, aunque en todos los países, el nivel educativo de la población económicamente activa es mayor para las nuevas generaciones que para las anteriores.

Se ha observado que, en el subcontinente, la diferencia a favor de los trabajadores jóvenes con educación superior, con respecto a los que tienen educación media, tiende a disminuir. Particularmente en México dicha tendencia se observa con claridad en los datos que presenta el BID en la publicación ya citada. Resulta que entre 1990 y 2009, en este país, la brecha salarial a favor de los trabajadores jóvenes con estudios universitarios, respecto a quienes sus congéneres que solamente tienen enseñanza media, disminuyó un 25 por ciento. Cabe anotar que, según la misma fuente, en el mismo país la mencionada brecha salarial se incrementó en 19 por ciento en la población adulta.

En fin, los estudios realizados sobre las condiciones laborales desfavorables a los jóvenes respecto a la de los adultos han mostrado que el problema del desempleo juvenil no se debe problematizar aludiendo a las “clases de edad” ni a la falta de solidaridad entre generaciones; se trata de un problema que da cuenta de un deterioro económico y social generalizado. Resulta iluso pensar que este tipo de problema pueda desmantelarse a partir de medidas que se toman tan solo en el sistema educativo.

En efecto, es importante advertir que las malas condiciones laborales que tienen los jóvenes contemporáneos no se deben a que en el “nuevo capitalismo” haya una especial animadversión por la juventud. El maltrato que los y las hoy jóvenes están sufriendo se debe a que son “los recién llegados” a sociedades que se han despojado de las seguridades, protecciones y derechos que antes ofrecían a los ciudadanos y trabajadores.

En estas circunstancias, la preocupación expresada por el papa Francisco en los primeros momentos de su camino a Río de Janeiro para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud, cobra importancia. El prelado de la iglesia católica culpó a la crisis económica y al desempleo de ser los factores causantes de una generación perdida de jóvenes. Exhortó a los gobiernos y a la sociedad en general a trabajar para construir una cultura más incluyente.

Con todo y que tales palabras vienen del representante de una iglesia que lucra, cuya propia crisis interna trasciende a su acción social y que actualmente se encuentra en caos, esta declaración es importante. No sólo condena los efectos del neoliberalismo sobre los jóvenes y denuncia los pilares de su funcionamiento: crisis económica, desempleo y exclusión. Además, convoca a dar una respuesta político-institucional a estos problemas y a colocar la “inversión” política y social tanto en el terreno estructural como, y sobre todo, en el de la ética.


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