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Los jóvenes, la política y la universidad
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 182 [2006-06-22]
 

Hoy, en México, ante la cercanía de las elecciones, hay incertidumbre acerca de quién será el nuevo presidente. Las encuestas, que aparecen por doquier, unas serias y otras francamente sesgadas por intereses partidistas propios, prevén que el triunfador lo será con muy poca diferencia de votos frente a sus contrincantes. Siendo esta la situación, los candidatos se encuentran nerviosos y sus partidos parecen estar dispuestos a usar toda clase de artimañas para atraer votantes que les favorezcan o cuando menos que les resten votos a los otros candidatos. Sin lugar a dudas, en la mira de estas acciones políticas se encuentran los jóvenes a los que, más que nada por su número, se les considera un grupo electoral importantísimo. Enterados de que una característica de los jóvenes de hoy es su desafección frente a la política y al mundo institucional, el gran desafío que enfrentan los candidatos y sus partidos es: ¿cómo seducir a los jóvenes para que el 2 de julio acudan a las urnas convencidos de votar por la opción que representan?

Ciertamente, si atendemos al panorama actual muchos jóvenes no irán a votar el 2 de julio, y si lo hacen será para anular su voto. Recordemos que los hoy jóvenes mexicanos cuentan con la experiencia, que por cierto los adultos no tuvimos cuando fuimos jóvenes, de haber constatado el poder de la democracia para destituir al partido encostrado en el poder. También, los hoy jóvenes mexicanos han constatado el tránsito del país desde las utopías de "el cambio" hacia la frustración de las promesas incumplidas. Además, por la anterior campaña para elegir presidente, los jóvenes mexicanos saben de las amenazas que a México hacían entonces el desempleo, la pobreza y la exclusión social. Atestiguaron cómo los candidatos a la presidencia se comprometieron a enfrentar estas amenazas y ahora, pasados seis años, para muchos jóvenes lo que antes fueran amenazas son ya parte su de su realidad. Así, por más promesas que hoy hagan los candidatos, la secuela que en la juventud ha dejado el último gobierno es decepción y desconfianza. No sorprende, por lo tanto, que al pedir a los jóvenes que evaluaran en la escala de cero a 10 la credibilidad en ciertas instituciones y personas, el gobierno federal, el presidente de la república, los partidos políticos y los diputados federales obtuvieran, cada una de las opciones, calificaciones de 6. De hecho, de los 18 rubros que les fueron presentados, sólo 4 obtuvieron calificaciones mayores a 8: la familia (9.1); los médicos (8.5); la escuela (8.3) y las universidades públicas (8.1) (ENAJUD 2005).

Fuera de tiempos electorales, la imagen ideal que el modelo económico neoliberal necesita para su reproducción es la de un joven acrítico, conformista y consumidor. Un joven que llene su imaginario simbólico con las marcas de moda, cuyas conversaciones no pasen del football y de comentar la vida de los artistas, y que su preocupación principal sea la imagen propia. Por ello, si los candidatos que apoyan este modelo económico quisieran ser coherentes con el tipo de juventud que corresponde a sus ideales económicos, deberían seducir a los jóvenes prometiéndoles traer a México una píldora mágica para bajar de peso o que el equipo mexicano de football ganará la próxima copa mundial. Pero, sí el interés de los candidatos es realmente el de incorporar a los jóvenes a la política, no solamente por la necesidad de ganar las elecciones sino para abrirles un espacio capaz de representarlos, de responder a sus demandas y de incluirlos en la toma de decisiones, un tema obligado y que con seguridad llamará la atención de los jóvenes es el de la educación. Porque es bueno que los candidatos sepan que, en el mundo juvenil, la voluntad de participación ciudadana tiene como base la trayectoria educativa. En efecto, los resultados de la ENAJUD 2005 evidencian que el nivel educativo explica la relación que los jóvenes establecen con la política. Lo que dejan ver las estadísticas es que entre los que no cuentan con educación superior hay mayor desinterés por la política. Y, hay un hecho contundente: los que pasan por las opciones educativas que ofrece la universidad están más interesados en política que los jóvenes que tienen estudios técnicos o comerciales. Así, la universidad se revela como fuente de activación de las capacidades de reflexión y del pensamiento crítico, así como de la responsabilidad ciudadana.


Pero no debemos confundirnos, no hay que esperar que la universidad de hoy sea la misma que la de antes. Esperarlo sería un gravísimo error. El clima de asambleas, los estudiantes movilizados y el debate del orden social y político no forman parte del entramado que sostiene la vida en ninguna universidad actual. Es con respecto a su significado histórico que la universidad fue, es y será, con diferentes matices de acuerdo a cada época, una institución que invita a hacer política, en cuanto que en ella, al igual que en los jóvenes, las sociedades cifran sus expectativas de mejora. No es casual entonces que gobiernos que han dado poco apoyo a la universidad causen desconfianza a su sociedad y que hoy la relación entre juventud y política no sea fácil de conciliar. Hagamos pues a los candidatos dos preguntas interrelacionadas cuyas respuestas tienen que ser bien claras ¿cuál es su compromiso con la educación? y ¿con la universidad? Estas preguntas obviamente tienen que ver con el compromiso que están asumiendo, o no, los candidatos con los jóvenes mexicanos y en sus respuestas encontraremos la proyección de futuro que busca cada uno de ellos para el país. Hallaremos, por lo tanto, el ideal de juventud que tienen en mente los candidatos, más allá de seducciones electorales.


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