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El género en la agenda pública
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 600, pp.6 [2015-03-20]
 

Una de las novedades del Plan Nacional de Desarrollo (PND) y los programas sectoriales de la actual administración fue el establecimiento de estrategias transversales que permitirían alcanzar el gran objetivo y las cinco metas nacionales que se trazaron. Las estrategias anunciadas fueron: Democratizar la Productividad; Gobierno Cercano y Moderno; y Perspectiva de Género. En los documentos quedó especificado que las estrategias transversales serían observadas por “todas las dependencias y organismos” y estarían reflejadas e integradas en las metas nacionales que se propusieron.

No es la primera vez que se manifestaba un interés por atender los asuntos de género en el marco de las políticas públicas. Múltiples y variadas iniciativas nacionales se han llevado al terreno de los hechos en la historia reciente, aunque todavía de forma insuficiente. No obstante, sí fue una novedad que apareciera como estrategia transversal en los documentos programáticos de la administración pública.

El hecho de que aparezca la perspectiva de género en los programas sectoriales, a diferencia de las otras dos estrategias, es una expresión de la larga y continuada lucha de los grupos feministas nacionales e internacionales por colocar el tema como un asunto de interés público y llevarlo a la cabeza de la agenda gubernamental.

Incluso, a partir de que la perspectiva de género quedó anunciada como estrategia transversal en el PND, el gobierno federal planteó que se formularía el Programa Nacional para la Igualdad de Oportunidades y no Discriminación contra las Mujeres 2013-2018 (Proigualdad). Un programa relativamente sustituto de la administración anterior, denominado Programa Nacional de Igualdad entre Mujeres y Hombres 2008-2012.

El programa actual se dijo que estaría dirigido a alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres “utilizando para ello la planeación, programación y presupuesto con perspectiva de género, para contar con políticas públicas centradas en reducir las brechas de desigualdad que actualmente se observan entre mujeres y hombres” (DOF. 30.08.2013).

El programa sectorial de educación, como la mayoría de programas, propuso 15 líneas de acción, entre las que se contaban: el desarrollo de protocolos y códigos de acceso para la prestación de servicios sin discriminación en contra de las mujeres; impulso a la paridad en la asignación de puestos directivos tanto a nivel municipal, como estatal y federal; incremento en la participación de las mujeres en las diferentes etapas de los programas y proyectos de los que son beneficiarias; eliminar el lenguaje sexista y excluyente de la comunicación gubernamental; fomentar la expedición de licencias de paternidad, responsabilidades domésticas y cuidados; y desarrollar protocolos para la detección y denuncia de violencia hacia las niñas y mujeres, entre otras acciones.

A nivel normativo los avances parecen indudables. Nada menos, desde abril del año pasado, el ISSSTE debe otorgar permisos de paternidad de cinco días laborables con goce de sueldo a los trabajadores, tanto por el nacimiento de sus hijos como por la adopción. Igualmente, en la reforma a la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales del año pasado quedó establecido que los partidos políticos deben garantizar la paridad entre los géneros en candidaturas a legisladores federales y locales (artículo 232 y ss).

Por supuesto, una cosa es lo que dice la norma, otra que se conozca y otra más que se aplique. El derecho a solicitar licencia de paternidad puede estar vigente, pero el trabajador puede no saber de su existencia o incluso tener reticencias para buscarla. En el caso electoral, como ha quedado constancia, una vez cubiertas las cuotas de elección, los partidos políticos se las “ingenian” con permisos y sustituciones para torcer las reglas.

Desde el sexenio pasado y año con año se incrementan los recursos públicos para los asuntos de género. En el Presupuesto de Egresos de la Federación se etiquetan recursos para incorporar la perspectiva de género en el diseño, elaboración y aplicación de programas de la administración pública federal. Según los datos oficiales, en este año los recursos alcanzarán un monto de 21 mil 522 millones de pesos y se distribuirán en más de un centenar de programas. Un monto importante.

La expansión del sistema educativo ha registrado, paulatina e inexorablemente, el ingreso de un mayor número de mujeres, primero en la base del sistema y luego en los niveles subsecuentes hasta alcanzar la paridad en el nivel superior. Por supuesto, en materia de rezago educativo, la proporción de mujeres que están esa condición es mayor (superan en seis puntos porcentuales a los hombres) y lo mismo ocurre en los indicadores de analfabetismo (de los cinco millones que no saben leer ni escribir, seis de cada diez son mujeres).

Desde hace una década, la paridad en la Tasa Bruta de Escolarización (TBE) en educación media superior ya era un hecho (37.1 por ciento hombres y 37.3 por ciento mujeres); aunque en superior las mujeres todavía estaban casi dos puntos porcentuales abajo (14.6 ellos y 12.8 ellas).

Las estimaciones para el ciclo escolar 2014-2015 anotan que la TBE de mujeres en media superior rebasa a la de los hombres: 68.8 por ciento y 67.3 por ciento, respectivamente. En superior, en el mismo ciclo escolar, la misma tasa sigue favoreciendo ligeramente a los hombres, aunque la diferencia se ha reducido a un punto porcentual, respecto de hace una década: 34.8 por ciento hombres y 33.8 mujeres (Anexos estadísticos del Segundo Informe de Gobierno, 2014: 224).

Según se puede advertir, la tendencia de la TBE en media superior se incrementará y, en consecuencia, seguramente ocurrirá lo mismo en el nivel superior. Sin embargo, si consideramos la matrícula total en el nivel superior, a nivel nacional ya se ha alcanzado la paridad y en muy pocas entidades el porcentaje es desfavorable para las mujeres.

En el ciclo escolar 2012-2013, solamente Coahuila, Nuevo León, Quintana Roo, Tamaulipas y Yucatán estaban por debajo de la paridad (48 por ciento mujeres y 52 por ciento hombres). Mientras que en otras 13 entidades la matrícula de mujeres superaba a la de los hombres (entre 51 y 54 por ciento favorable a las mujeres). En el resto de entidades la matricula se dividía casi en partes iguales.

La paridad en la matrícula es una tendencia que se aprecia en diferentes países. El Informe más reciente de Iberoamérica (CINDA 2011) muestra que a partir de los años noventa, las mujeres que se matricularon en instituciones de educación superior aumentaron casi dos veces más rápido que los hombres. Por tanto, en la mayoría de países, actualmente la mitad o más de la matrícula corresponde a las mujeres, salvo los casos de Bolivia, Chile y Colombia que tienen una matrícula ligeramente por abajo del 50 por ciento.

En la educación superior, como lo ha comentado Roberto Rodríguez, la dinámica de expansión del sistema ha sido doble: una feminización y una desmasculinización de la matrícula. También es cierto que, desde hace décadas, la literatura ha documentado que las mujeres, en comparación con los hombres, tienen mayores dificultades para pasar de un nivel educativo a otro, pero una vez inscritas en un determinado nivel, lo concluirán en mayor proporción que los hombres y su desempeño será consistentemente mejor.

Las tasas de abandono escolar de los hombres han sido sistemáticamente más altas en los diferentes grados, lo mismo que los índices de reprobación. También las diferencias de promedios de calificación y tasas de graduación. A este respecto, un reciente y primer estudio exploratorio de la OCDE, disponible en su sitio web, (The ABC of Gender Equality in Education: Aptitude, Behaviour, Confidence) trata de precisar la causas de las diferencias de desempeño en las y los jóvenes de 15 años (los del examen PISA).

Los resultados del estudio señalan que, desde luego, las disparidades de género en el desempeño no se deben a diferencias innatas de aptitudes, sino más bien de actitudes hacia el aprendizaje, de ciertos comportamientos que expresan en la escuela, hábitos y formas de distribuir su tiempo.

Los avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres no han sido gratuitos, fáciles ni rápidos, pero son innegables en comparación con lo que ocurría hace apenas una o dos décadas. Tampoco quiere decir que la agenda de género ya está resuelta; hoy tenemos nuevos escenarios y un horizonte incierto. En este año se revisarán los compromisos de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en 1995, la ocasión será propicia para una amplia revisión de la agenda y un balance de la estrategia transversal.


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