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Las universidades interculturales siguen marginadas en México
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm. 636, pp. 10-11 [2015-12-17]
 

A una década de la creación de las primeras universidades interculturales en México, éstas siguen enfrentando grandes retos, tanto en su modelo pedagógico, como en su batalla por lograr el reconocimiento como una alternativa viable—y deseable—a las universidades tradicionales. Mientras que para algunos, las interculturales son una reivindicación de la diversidad cultural del país, para otros representan una opción desigual para una población en condiciones de inequidad. Inclusive, por lo menos una universidad intercultural, la Universidad de los Pueblos del Sur (Unisur), del estado de Guerrero, no cuenta con el reconocimiento oficial del gobierno.

El modelo de las interculturales surgió de una década de activismo por parte de las comunidades indígenas, además del levantamiento zapatista en 1994, que centró la atención internacional en la situación precaria de los 12 millones de indígenas en México. Las instituciones se inspiran en las universidades interculturales en los países andinos y en América Central. Al ofrecer licenciaturas en áreas como Desarrollo Sustentable y Comunicación Intercultural, buscan ofrecer una educación más pertinente para las comunidades indígenas, y a ayudar a preservar sus culturas y lenguas.

La institución pionera en México fue la Universidad Autónoma Indígena de México, del estado de Sinaloa, que surgió en 2001 como proyecto de la Universidad de Occidente. Sin embargo, la primera en lograr reconocimiento oficial fue la Universidad Intercultural del Estado de México, en 2004. Hoy hay 12 universidades interculturales oficialmente reconocidas por la Secretaría de Educación Pública (SEP), además de la Unisur, que lleva ocho años luchando por el aval del estado.

La problemática indígena

Para muchos jóvenes indígenas en México, las interculturales representan su única vía a la educación superior. Mientras que 10 por ciento de la población mexicana pertenece a una etnia, se estima que solo entre 1 por ciento y 3 por ciento de la matrícula universitaria es indígena (no existen cifras oficiales). Un porcentaje aún menor logra titularse, debido a una combinación de pobreza y la falta de preparación académica previa. Según los datos más recientes del Coneval, de 2012, 72 por ciento de la población indígena vive en la pobreza y 31 por ciento en la pobreza extrema, mientras en la población en general la cifra es de 42 por ciento y 8.4 por ciento, respectivamente. Además, la mayoría de los indígenas padece “pobreza multidimensional”, que el Coneval define como fuertes rezagos en el acceso a servicios básicos de vivienda, alimentación, salud y educación.

Ante ese panorama, se llevó a cabo recientemente el “Primer Seminario de Investigación: Universidades interculturales en México: balance de una década”, en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. El seminario, que fue también patrocinado por el Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales y la Universidad Veracruzana, reunió a docenas de investigadores de todo el país, muchos de ellos profesores y egresados de las universidades interculturales.

En general, las reflexiones no fueron muy alentadoras. Entre los problemas citados estuvo la falta de claridad sobre el modelo pedagógico, e inclusive sobre el significado de la palabra “intercultural”, que muchas veces es reducida a la enseñanza de los idiomas indígenas. Los ponentes también avisaron sobre la falta de autonomía de muchas de las instituciones.

Oficialmente, las universidades indígenas forman parte de la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe (CGEIB) de la SEP, que debe aprobar sus currículos. La mayoría impartan las siguientes cuatro licenciaturas (o algún variante): Lengua y Cultura; Desarrollo Sustentable; Comunicación Intercultural; y Turismo Alternativo o Sustentable. No obstante, la CGEIB ejerce poco control sobre el funcionamiento cotindiano de las instituciones, las cuales, según el antropólogo Stefano Sartorello, están a manos de los “cacicazgos de los estados”. El ex profesor de la Universidad Intercultural de Chiapas y actual investigador de la Universidad Iberoamericana citó el ejemplo de la elección de los rectores, quienes suelen ser nombramientos políticos de los gobernadores.

Otros reto citado por los participantes es el bajo porcentaje de profesores indígenas. Para cumplir con los requisitos de los programas de estímulos federales, los docentes deben tener por lo menos el grado de maestría, y hay pocos indígenas en México con este nivel cumplido. Otros ponentes alertaron sobre el problema del acoso sexual cometido por los profesores en contra de estudiantes mujeres, quienes representan la mayoría de la matrícula en algunas instituciones.

A pesar de esos obstáculos, las universidades interculturales representan una opción particularmente atractiva para para mujeres indígenas, quienes históricamente han sido excluidas de la educación superior nacional. Actualmente, en algunas instituciones, como la Universidad Veracruzana Intercultural, representan hasta 75 por ciento de los alumnos.

No obstante, lograr la “interculturalidad” sigue siendo un gran reto, aún en países como Ecuador, en donde la constitución les otorga amplia autonomía a las comunidades indígenas. En 2013, el gobierno de Rafael Correa negó la acreditación a la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Amawtay Wasi, una de las instituciones pioneras en América Latina, por no cumplir con los estándares establecidos por el gobierno.

En México, lo intercultural también es un terreno minado. Por ejemplo, existen fuertes conflictos interétnicos en la Universidad Intercultural de Chiapas, en donde una mitad de los estudiantes no son indígenas. Estos conflictos reflejan la polarización de la ciudad de San Cristóbal, y del estado de Chiapas en general, después de 20 años de conflicto armado y siglos de discriminación hacia los pueblos indígenas. No obstante, Sartorello apuntó que los estudiantes indígenas llevan ventaja en algunas áreas, como la vinculación con las comunidades y los idiomas indígenas, en lo que llama los “contrapesos curriculares”.

En general, los participantes enfatizaron que no se puede hablar de las universidades interculturales como un grupo homogéneo. Al contrario, existen fuertes diferencias en términos de sus orígenes, tamaño y composición de su matrícula, así como en su nivel de apoyo institucional y financiero.

Extremos y opciones

En un extremo, en términos del nivel de apoyo institucional, está la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI), que forma parte de la Universidad Veracruzana (UV), unas de las instituciones de educación superior más grandes y prestigiadas del país. La UVI surgió en 2005 como un proyecto del Instituto de Investigaciones en Educación de la UV, y cuenta con el apoyo financiero y administrativo de la universidad sede. Hoy opera cuatro campus, uno en cada una de las regiones geográficas del estado: La Huasteca, Totonacapan, Grandes Montañas y Selvas.

Según un estudio realizado por Nancy Pérez Salazar, egresada de la sede de Selvas, en 2005 la universidad contaba con una matrícula de 1,643 estudiantes provenientes de 26 municipios del estado. En el campus de Selvas, una mayoría provenía de familias de bajos recursos, 75 por ciento eran mujeres, y entre 16 y 20 por ciento tenían madres que eran analfabetas.

Al otro lado del espectro está la Universidad de los Pueblos del Sur (Unisur), que funciona a base de profesores voluntarios y con el apoyo de las comunidades rurales. A diferencia de la UVI, la Unisur surgió “desde abajo” como un proyecto de resistencia en el empobrecido y violento estado de Guerrero. Sus fundadores buscaron crear un proyecto alternativo (y en oposición) a la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero, que fue creada por decreto del gobierno estatal en 2006.

La primera sede de la Unisur se inauguró en 2007, y hoy la universidad cuenta con 300 estudiantes distribuidos en 6 sedes. La mayoría son mujeres. Según René Benítez, profesor de la Unisur, el proyecto está fuertemente ligado a los movimientos de resistencia en el estado —por ejemplo, el de los policías comunitarios y el movimiento en contra de la expansión hotelera en Acapulco— lo cual explica la renuencia del gobierno estatal a darle el reconocimiento oficial (eso, y el hecho de que existe otra universidad intercultural en el estado). Para sobrevivir, la universidad recibe donativos de las propias comunidades en donde se ubican sus sedes. También, tiene convenios académicos con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y la Universidad Autónoma Chapingo.

Las cifras sobre matrícula y financiamiento también dan cuentan de la gran desigualdad entre las instituciones. En 2014, había un total de 10 mil 756 estudiantes y mil 55 profesores en las 12 interculturales reconocidas por la SEP, según el Explorador de datos del Estudio Comparativo de Universidades Mexicanas (ExECUM), que utiliza datos del Formato 911 de la SEP. En cuanto al tamaño de matrícula, varía entre 249 alumnos en la Universidad Intercultural del Estado de Puebla y 472 en la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero, hasta mil 729 en la Universidad Intercultural de Chiapas y 3 mil 141 en la Universidad Autónoma Intercultural de México. Sin embargo, estos datos son parciales, ya que cuatro instituciones no reportaron información a la SEP. Una es la UVI, que, al formar parte de la Universidad Veracruzana, no declara su información de forma separada. Las otras 3 son de creación reciente, en los estados de San Luis Potosí y Michoacán.

También hay grandes variaciones en el nivel de financiamiento de las interculturales. Entre las 8 instituciones cuyos datos están disponibles en el ExECUM, el monto total de financiamiento varía entre 36 millones de pesos para la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero a 112 millones para la Universidad Autónoma Intercultural de México. Sin embargo, esta última, que es la más grande, cuenta con la cifra más baja en términos del gasto por estudiante: 35 mil pesos por estudiante. En contraste, la Universidad Intercultural del Estado de Puebla, gasta 232 mil pesos por estudiante.

Cabe resaltar que el promedio de gasto por estudiante de las interculturales está por arriba del promedio de las universidades públicas en general: 66 mil pesos contra 55 mil. No obstante, estas cifras no siempre reflejan la realidad de las instituciones. Según Gunther Dietz, ex rector de la UVI e investigador en educación de la Universidad Veracruzana, no es fácil romper con los paradigmas de la educación superior tradicional. Si a eso se añade la historia de abandono y discriminación en contra de los pueblos indígenas en México, el reto es aún mayor.


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