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Transformar el Sistema Educativo
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 642, pp. 6 [2016-01-28]
 

Desde los años ochenta del siglo pasado México ha intentado engancharse a la globalización. Las conexiones se han hecho mediante acuerdos políticos para abrir el mercado, y sus respectivos tratados de libre comercio. Y, sin embargo, la globalidad ni nos ha hecho más prósperos, ni nos ha dejado más satisfechos con nuestra nación. La riqueza en el mundo está muy mal distribuida. Aquí en el país, la sociedad está llena de pobres y tiene algunos pocos ¡muy, muy ricos! Diría Stiglitz que el 1 por ciento de la población tiene lo que el 99 por ciento necesita. Esquivel, Cortés, Raphael, Oxfam, Coneval, y muchos otros economistas, sociólogos, politólogos y literatos han marcado y remarcado, recientemente, la profunda desigualdad social que existe en México. Aquí, ni la democracia impulsó el desarrollo, ni éste último a la democracia. Hoy tenemos una democracia de muy mala calidad y una economía que, desde hace cincuenta años, tiene crisis recurrentes.

De los grandes problemas nacionales, y sus soluciones, hemos hablado los académicos, pero quienes ostentan el poder tienen otras preocupaciones. Los ciudadanos, aparte, queremos que haya trabajo, que los trabajos sean bien remunerados, que las familias de escasos recursos no estén excluidas de los beneficios, y que los jóvenes no tengan como única expectativa migrar hacia el norte. Es indispensable que el mercado interno juegue su papel dinamizador del crecimiento económico, y que vivamos en una sociedad con cultura, dignidad y el debido respeto de unos a otros.

Queremos una sociedad donde se produzca conocimiento propio, que sirva a todos los grupos interesados en él, que se impulse la innovación, que exista interconexión entre las instituciones educativas y amplios espacios públicos donde se dialogue y se acuerden nuevas políticas de desarrollo humano, donde la representación del voto otorgado sea efectiva. Queremos una sociedad en la que nos gobiernen con legitimidad.

En la historia de México, la educación ha sido pensada en sus vínculos con el progreso nacional y personal. Pero, las dificultades que hemos vivido, desde la crisis de la deuda externa, por el arreglo corporativo de la sociedad en sus relaciones con el Estado, y debido a la muerte de la revolución por decreto, desvirtuaron el papel de la educación y de los educadores. Las políticas que se han aplicado, desde hace lustros, para controlar el sistema educativo, han contribuido a su ineficiencia.

Dada la naturaleza y profundidad de la problemática que enfrentamos, es fundamental implantar nuevas políticas que transformen todo el sistema educativo. Una buena educación es indispensable para elevar la competitividad nacional y sostener los cambios tecnológicos. El diseño de la política educativa comprende la formación de ciudadanía. La educación superior, en particular, necesita estar ligada al impulso de la ciencia, la cultura y el desarrollo local.

Para que ocurra una trasformación de fondo del sistema educativo se requiere una convocatoria amplia a la población con miras a establecer un nuevo pacto social entre el Estado y la ciudadanía, que renueve la ética y la moral social, que refuerce la identidad con el país. El cambio educativo debe representar un esfuerzo civilizatorio, con un horizonte histórico que le dé sentido a niños y jóvenes del “ser mexicano”, y ganas de vivir en su país en los próximos tiempos.

No hace mucho, se reunió un equipo de investigadores en la Rectoría de la UNAM. Hicimos un análisis y propusimos un “Plan de diez años para desarrollar el Sistema Educativo Nacional”. Lo traigo a colación porque, en estos momentos, me parece importante que se revise este libro, en dos volúmenes. Se exponen ahí los principales problemas educativos que hay en México y un conjunto de propuestas que vale la pena retomar y discutir para que la educación y el desarrollo tengan un relacionamiento positivo.

Es una obra larga, en la que se concibe el cambio de la educación y del sistema educativo en el contexto de nuestra historia y cultura. Estas dos últimas sirven para recrear el proyecto educativo mexicano, y para fundar un nuevo modelo escolar que forme ciudadanos, que retome la idea de progreso y bienestar en favor de las mayorías de nuestro pueblo.

En esta transformación, las universidades públicas son cruciales para conectarnos a las corrientes del pensamiento y la ciencia en el mundo. También, para formar a productores de conocimiento comprometidos con el cambio social y realizar proyectos de desarrollo con los actores locales.

La transformación educativa no puede reducirse a evaluar de malas maneras al magisterio y a los académicos universitarios. La transformación del sistema es transversal a todo el conjunto de niveles, y necesita procesarse en plazos largos, con una perspectiva que incluya a varias generaciones y con visión de Estado. Hay que darnos tiempo para discutir sin prisas y hacer bien el trabajo.


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