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¿Para qué evaluamos?
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 223 [2007-05-10]
 

Después decasi dos décadas nos hemos acostumbrado a la práctica rutinaria de la evaluación. Es una dimensión fundamental del campo educativo, siempre lo ha sido, pero el sentido diferente que ha adquirido en los últimos años y su asociación con los recursos financieros, nos obligan a prestar mayor atención a sus formas, mecanismos y prácticas, sobre todo si asumimos que, en buena medida, de ella depende tanto la actividad de los profesores como el aprendizaje de los alumnos, la gestión de las autoridades y el sistema educativo en su conjunto.

En el nuevo entorno, algo imposible de obviar, las tecnologías de la información y la comunicación han transformado las prácticas y los intercambios, los publicitados adelantos científicos y tecnológicos emprenden carreras vertiginosas, y todo parece encaminarse al progreso, a la búsqueda de la competitividad. Sin embargo, al mismo tiempo, está la formación de bloques regionales, la aparición de las desigualdades, las asimetrías entre y en el interior de las naciones. Aspectos que desafían el papel que puede cumplir la educación y la escuela misma. La evaluación no ha permanecido al margen de este debate y ocupa hoy parte de las reflexiones sobre cómo hacer frente a los retos del nuevo entorno, qué perspectivas adoptar y, en definitiva, cómo mejorar tanto los sistemas como el aprendizaje de las personas.

La responsabilidad de apreciar el aprendizaje de los alumnos es asignada normativamente a cada maestro, dado que es quien está a cargo de la asignatura correspondiente. No obstante, como en cierta medida es comprensible, se trata de procedimientos sumamente heterogéneos, puesto que depende de cada docente el método y la técnica que considere mejor y más apropiados. Hace más de una década que se viene insistiendo en que lo relevante es el aprendizaje; lo que aprenden los alumnos, no tanto lo que se enseña, de ahí vienen los llamados enfoques centrados en el aprendizaje. De hecho, desde la conferencia de 1990 de Jomtien quedó establecido que la educación se centraría en el aprendizaje.

Los esfuerzos por tratar de mejorar los aprendizajes propiciaron, en primer término, una mayor indagación respecto del aprendizaje mismo y luego sobre los objetivos que se perseguían. Como lo señala Casassus, los primeros objetivos fueron formulados de manera muy general y poco ayudaron a los docentes y a quienes estaban encargados de su valoración, era el caso de formulaciones tales como "hacer mejores ciudadanos". Sin embargo, progresivamente, se buscaron formulaciones más precisas, en las cuales se advertía el tipo de conocimientos que se esperaba que los alumnos alcanzaran y, sobre todo, cómo determinar si el alumno lo había logrado.

Habría que añadir que, en buena medida, las evaluaciones a gran escala de los exámenes nacionales tienen su origen en esos supuestos, como los que aplica la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) u otros organismos internacionales. En este tipo de exámenes a gran escala, se trata de esquemas estandarizados de evaluación, porque buscan medir el nivel de logro alcanzado, aunque en algunos casos tales evaluaciones se complementan con apreciaciones cualitativas para algunos segmentos.

La preeminencia del aprendizaje también tiene su base en lo que desde hace un par de décadas se alude como sociedad del conocimiento o economía basada en el conocimiento. El concepto se refiere a las transformacio­nes que provienen del proceso productivo y a las innovaciones en las tecnologías de la información y la comunicación, transformaciones que esencialmente permiten transformar los insumos en bienes y servicios con mayor valor agregado. Sin embargo, lo primero que cabría señalar es que no se trata de una sociedad del conocimiento; sino de sociedades del conocimiento, porque las asimetrías sociales y educativas entre regiones y al interior de los países, muestran la desigualdad y nos colocan en diferentes puntos de partida en cada caso.

Tal vez en el furor por la eva­luación hemos olvidado uno de sus sentidos más básicos: la mejora, retroalimentar las actividades que se evalúan. También hemos olvidado la centralidad del aprendizaje y en verdad poco sabemos del mismo (¿qué ha ocurrido con las famosos enfoques centrados en el aprendizaje que se impulsarían en todas las instituciones educativas?). El desafío para la evaluación a nivel del aula y de la institución es mayor, porque en ese nivel recae la responsabilidad de validar el conocimiento y aprendizaje que adquieren los alumnos en su vida escolar. Nada menos. Pero parece que eso no importa.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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