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La universidad pública: Una respuesta para la coyuntura
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 685, pp. 6 [2016-12-08]
 

La teoría de la dependencia, elaborada por Cardoso y Falleto, nos ubicaba como un país dependiente, periférico, en el sistema mundo. Después de muchos años, desde la entrada de México al GATT y con el Tlcan, nuestros lazos de dependencia se amarraron con más fuerza, particularmente con Estados Unidos, país con el que comerciamos la mayor parte de nuestras mercancías.

Los amarres con Norteamérica han llegado a ser de corte estructural en la economía, tal que el crecimiento de México depende en buena medida de lo que pase en el vecino país. Los términos de intercambio consisten, todavía, en que nosotros producimos materias primas y ellos nos venden productos elaborados (el caso del petróleo y la gasolina). Importamos alimentos procesados, tecnología, conocimiento, hemos cedido territorio y puesto mano de obra barata en disponibilidad para empresas como las automotrices, y mineras que vienen de Canadá.

En México se hacen buenos negocios, con los bancos (integrados al sistema financiero mundial), con las maquilas, y hay como invertir desde el extranjero en infraestructura turística, explotada al máximo para que rinda frutos a corto plazo. Ofrecemos servicios a bajo costo para quien tiene dólares y enviamos a muchos jóvenes, hombres y mujeres, a Estados Unidos para que trabajen en el sector terciario haciendo tareas que sus ciudadanos no quieren desempeñar.

Con el libre mercado han venido grandes empresas, que han establecido parques industriales, acompañadas por otras empresas que producen insumos para el producto final. Vienen por los bajos salarios. Son cadenas productivas difíciles de desmontar. Culturalmente, hemos sido invadidos, por ejemplo, con el cine, la televisión y la moda, tres aspectos que crean subjetividades afines a la dependencia. Y, por último, pero no menos importante, producimos y vendemos drogas, compramos armas.

En todo el proceso de desarrollo hacia fuera, las instituciones sociales se han debilitado, ha crecido la pobreza y, prácticamente, se ha extinguido la movilidad social, al tiempo que la riqueza se ha concentrado. Pero, ahí no se agota el modelo, porque éste ha podido funcionar gracias a la asociación y acuerdos de los grupos dominantes en ambos lados de la frontera y gracias a la falta de alianzas y fuerza de las clases subordinadas que sostienen la estructura de poder con su voto.

En una observación de largo plazo, hemos estado sometidos a crisis recurrentes; la de ahora se puede poner peor, si se toman medidas como las que ha anunciado el próximo presidente norteamericano. Ante una perspectiva diferente de las relaciones de México y Estados Unidos, tenemos la desventaja de una economía que no jala y una clase política que se ha debilitado mucho, en lo que va de este siglo. Ha manejado el Estado a favor de los intereses de las elites dominantes de aquí y de allá, ha endeudado a la nación, recortado los presupuestos, eliminado conquistas sociales, y facilitado que parte de los excedentes salgan hacia fuera, incluido el capital cultural que perdemos con la fuga de cerebros.

En este contexto se ubican las universidades y universitarios de México. Lo que sigue para la universidad en este modelo de desarrollo, también se presenta difícil, porque la investigación requiere de inversiones fuertes, para hacer ciencia básica y transferir conocimiento aplicable, que se conecte con los sectores más dinámicos de la economía ligados al mercado interno, para generar bienestar y nuevas expectativas para los jóvenes. Nuestra universidad pública puede desarrollar una capacidad científica al servicio de las necesidades sociales. De ella salen conocimientos para progresar.

Al mismo tiempo, con todo el cuidado que requiere la academia, habría que impulsar la presencia de las ciencias sociales y las humanidades en los medios de comunicación. La universidad necesita reforzar sus nexos con la sociedad y ser un centro de reflexión y pensamiento autónomo al servicio de los intereses nacionales. Usar las ciencias sociales y las humanidades para tener conocimientos al día de cómo evoluciona la crisis del sistema mundial y cómo nos ubicamos en él. Además, para auxiliarnos en la construcción de una nueva ética social que nos haga sentir dignos.

Ante crecientes dificultades y amenazas contra nuestra sociedad, la universidad puede crear, con sus académicos, agrupaciones de investigadores, equipos multidisciplinarios de trabajo temporales, integrados a organizaciones flexibles, programa o seminario, cuya misión sea analizar de forma sistemática, en plazos cortos, las causas y efectos de los problemas y procesos locales, nacionales y globales. Los resultados que se obtengan brindarán orientaciones estratégicas que auxilien a la toma de decisiones en materia de políticas públicas. Y ésta es solo una forma de cómo la universidad puede contribuir a que el país salga adelante de esta coyuntura.

La idea es que la universidad pública concentre esfuerzos para responder a la extrema dependencia de la sociedad, de manera efectiva, ante los cambios políticos que están a la puerta. Contribuir a que la sociedad adquiera una imagen positiva de sí misma para que siga un nuevo rumbo.


Instituto de Investigaciones Económicas
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