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El sismo y la universidad
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 725, pp. 6 [2017-10-05]
 

Este artículo toca varios asuntos sobre el papel de la universidad en la emergencia y daños del temblor.

1. Fuera de las brigadas y la asistencia directa a los afectados por el sismo, de parte de estudiantes y profesores, para quitar escombros, recopilar y distribuir alimentos y medicinas, o llevar entretenimiento, es de la mayor prioridad saber y ayudar a quiénes han resultado dañados en su persona o en sus bienes, y que son miembros de la comunidad universitaria. Sé de varios compañeros de la UNAM que sufrieron pérdidas o daños de sus hogares.

2. En el caso de Morelos, el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM-UNAM) ha respondido de manera organizada. Sus académicos y estudiantes están involucrados y presentes en Cuernavaca, y en municipios donde el terremoto causó estragos. La presencia del Centro es bien recibida por el prestigio de que goza, por su calidad y compromiso con el desarrollo de la entidad. Además, hay un proceso natural de consulta, de la población y del sector público, en el que se demandan asesorías en aspectos muy variados como salud, genero, educación, infancia, participación política, medios, resguardo del patrimonio cultural, etcétera.

El CRIM posiblemente presentará algún plan de intervención, donde las ciencias sociales juegan un papel sobresaliente, sobre cómo armar o fortalecer el tejido social. Morelos está muy dañado en lo material y en lo anímico; es correcto que los académicos demos sugerencias para salir de la emergencia y volver a producir sociedad.

3. Se ha discutido en los medios que el temblor del 19 de Septiembre pasado ha complicado los escenarios políticos porque se encimo sobre la crisis. En los debates se ha manifestado que la crisis, como proceso estructural, no ha llegado todavía, a pesar de que se acepta que en muchos ámbitos de la vida pública sí existe, aunque sin una pérdida del control político general que pueda presionar a un cambio de régimen.

El temblor no reveló que tenemos un gobierno corrupto, según lo califico un niño de primaria. Eso ya lo sabíamos. El temblor ha dado evidencias de una ampliación de la fractura entre la esfera política y la organización social. Quienes están codo a codo con los afectados son los soldados, los marinos y los universitarios, que representan a las tres instituciones en las que se deposita la mayor confianza. Con el sismo, perdieron confianza y legitimidad los políticos, los partidos y la policía.

Todos tememos que la solidaridad desatada como fuerza social se apague cuando se “regrese a la normalidad”. El punto, creo, no es ese. De lo que se trata es de construir una normalidad diferente, en la que exista una sociedad civil, una ciudadanía organizada para la actividad política en el ámbito público.

La propia emergencia nos hizo ver que no estamos organizados a la hora de responder a un problema mayúsculo como el de estos días o para responder adecuadamente frente a la necesidad de un cambio debido a la cuarteadura del gobierno. Tengo la impresión de que vamos a coincidir en que tenemos un gobierno fallido y no tenemos sociedad civil. Construir ambos y las relaciones que deben guardar son un objetivo para considerar en un nuevo proyecto nacional.

Son justamente, las universidades, esto es, los universitarios, quienes pueden dedicarse a presentar un plan nacional de desarrollo con sus planes sectoriales. Puede ser una contribución muy relevante ahora que vamos a entrar a un cambio de autoridades políticas, particularmente si convocamos a colegas de las universidades públicas estatales a debatirlo. En la urgencia todos vamos a entrar a colaborar con ideas frescas.

4. El discurso, de que la ciencia y la tecnología no pueden cumplir su papel, porque no se les entrega suficientes fondos, tiene que ir más allá. Necesitamos un cambio profundo, al menos para las ciencias sociales y las humanidades, porque acercarnos a la realidad a recoger información no da puntos y retrasa el ritmo de producción que se exige. Salir al campo en estos momentos de coyuntura no cuenta, hasta que no se haya producido un paper publicado en una revista indizada, que leen algunas decenas de colegas. La producción académica, así, no le sirve a ninguno de los actores sociales; se desperdicia.

En el mismo tenor, soy testigo de que jóvenes académicos que terminaron su primer libro sufren un verdadero viacrucis para publicarlo. Les piden que sea una editorial de prestigio y publicarlo por la propia institución en la que se trabaja es calificado de endogamia. ¿Y quién les pone 150 ó 200 mil pesos, que es lo que vale la publicación de una obra completa? Cada individuo hace sus gestiones, busca conexiones, y hasta pide prestado. No se vale. Más todavía, publicamos obras que no se agotan, que se guardan en una bodega. Necesitamos cambiar los estilos e instrumentos de evaluación. Democratizar el conocimiento social.


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