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Universidades latinoamericanas: ¿última esperanza?
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 169, pp.5 [2006-03-16]
 

Las relaciones entre la universidad, la democracia y el desarrollo han sido un tema recurrente para los especialistas en educación superior. Se discute, tanto en foros nacionales como internacionales, si la participación de los establecimientos universitarios es un elemento crucial para que las sociedades del mundo actual alcancen mejores niveles de vida para sus poblaciones y, también fortalezcan las instituciones que rigen su vida democrática. Hace pocos años, el documento Higher Education in Developing Countries: Peril and Promise, elaborado por un grupo de expertos y patrocinado por el Banco Mundial y la UNESCO puso de relieve nuevamente el papel crucial que juega la educación superior para el bienestar y el fortalecimiento de la democracia en los llamados países en desarrollo. Se dijo en ese entonces, que ningún país podría alcanzar mayores niveles de progreso social y económico, sin un buen sistema de educación superior.

A mediados del año pasado, Adrián Acosta destacado estudioso de los temas universitarios, publicó en la revista Universidades (Núm. 29, enero-junio 2005) un interesante artículo sobre estos temas. El punto de partida de su reflexión es precisamente revisar la idea preconizada por organismos multilaterales y gobiernos internacionales de la necesidad "de más y mejor educación para abatir problemas de pobreza, desigualdad, fragilidad de las democracias, frenar la expansión de comportamientos fanáticos y la generación del nuevo oscurantismo social". Sin embargo, Acosta demuestra a lo largo de su análisis que no existe una relación simple e incuestionable entre educación, democracia y desarrollo: "sus vínculos son confusos, y sus resultados suelen ser contrastantes cuando se comparan a lo largo de grandes periodos históricos". Así, son las democracias más antiguas, con mayores niveles de escolarización, las que tienen mayores posibilidades de sobrevivir y consolidarse, en comparación con las democracias más incipientes, jóvenes y con baja escolaridad. Las evidencias señalan que la educación por sí misma no democratiza ni produce riqueza, pero, bajo ciertas condiciones estructurales, puede constituir una poderosa ayuda en la construcción de bienestar y democracia.

Asimismo, el autor destaca también que una de las grandes paradojas de nuestro tiempo -época de globalización e internacionalización crecientes- asume que la educación sigue siendo "la última utopía, certeza o proyecto para la reforma cultural, ética y cívica de las sociedades". En este orden de cosas, Adrián Acosta señala el hecho que las universidades han tenido, quizás como ninguna otra institución social (a excepción, tal vez de la iglesia), la capacidad de adaptarse exitosamente a las transformaciones de su entorno, manteniendo a lo largo de los siglos muchas de sus propiedades y funciones básicas. Sin embargo, "sus contribuciones manifiestas y latentes en distintas dimensiones de la vida social y económica se han vuelto mucho más opacas, menos evidentes y, en algún sentido contradictorias con la lógica de las nuevas políticas y modelos de desarrollo nacionales". Además, frente a los retos y limitaciones de la globalización, el crecimiento económico, la desigualdad social o los intentos de consolidar los regímenes democráticos, las universidades experimentan una sobrecarga de demandas y expectativas sociales, que ponen en riesgo la viabilidad de sus funciones sustantivas. Las universidades de América Latina tienen ante sí, en los momentos actuales y futuros, una situación de suyo compleja que pone en entredicho su centenaria capacidad adaptativa.

Acosta finaliza su ensayo subrayando que, de acuerdo con las evidencias empíricas de la investigación contemporánea, "la educación puede constituir una palanca eficaz para el desarrollo económico y social sólo bajo ciertas condiciones, a saber, mediante la confluencia exitosa de políticas demográficas, económicas y sociales capaces de crear las condiciones y las dinámicas adecuadas para que la educación despliegue sus potencialidades movilizadotas, cohesivas y creativas". En este sentido, podría decirse también que un proyecto educativo ambicioso que pretenda no sólo acabar con sus grandes deficiencias, sino transformarse en un motor importante del desarrollo económico y social del país, tendrá pocas posibilidades de éxito si no se enmarca dentro de un proyecto más amplio de nación que logre conjuntar los esfuerzos de todos los sectores de la sociedad. En eso consiste su utopia, pero también su potencialidad de convertirse en el inédito viable que Paulo Freire señalara en vasta obra educativa.


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