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La UNAM en los rankings internacionales. Segunda parte
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 154 [2005-11-17]
 

La semana pasada comentamos aquí las puntuaciones de la UNAM en la edición 2005 de los rankings del Times Higher Education Supplement (THES). Los buenos resultados alcanzados por la Universidad Nacional dieron muy buena prensa a la institución y resultó casi unánime la opinión encomiosa. ¿Qué hubiera pasado si, por azares del cambio de metodología de la nueva revisión, en vez de resultar favorecida nuestra casa de estudios hubiera disminuido el lugar ocupado el año pasado?

La pregunta no es retórica. Para ilustrar una reacción posible, tómese en cuenta lo ocurrido en Malasia una vez que se dio a conocer la lista. La Universidad de Malasia descendió del puesto 89 al 169 y la Universidad de Sains, colocada en el lugar 121 en 2004, ni siquiera alcanzó sitio en las primeras doscientas. Para colmo, una universidad de Tailandia (Chulalongkorn), país con el que Malasia tiene una histórica rivalidad, figuró en el sitio 121, cuando en 2004 ni siquiera pintaba. Aparte de la reacción de prensa, el asunto llegó al congreso y fue calificado por el partido de oposición como una "crisis" de la política de educación superior en ese país. Según consigna el propio THES, el líder opositor Lim Kit Siang calificó la situación como un motivo de "infamia y vergüenza nacional" (THES, 11 de noviembre 2005). ¿Será para tanto?

En parte sí, desde luego si aceptamos que un efecto de la globalización es la comparabilidad internacional. La lógica que subyace los sistemas de clasificación de universidades del mundo es que una economía competitiva requiere instituciones productoras de conocimiento de muy alto nivel. Sin ellas, no parece posible tener acceso al escenario de la economía y la sociedad del conocimiento. Así, medir la calidad universitaria mediante instrumentos comparativos buscaría responder a la pregunta ¿qué tan preparado está un país, en términos intelectuales, para enfrentar condiciones de competencia global?

Sin embargo, tanto la reacción de orgullo como la de "vergüenza nacional" ya comentadas, dan por certeros los resultados de estudios que, ellos mismos, reconocen márgenes de incertidumbre. Tanto la lista THES, como el ranking internacional elaborado por el Instituto de Educación Superior de la Universidad Jiao Tong de Shangai (este año clasificó a la UNAM en el puesto 153 entre las mejores quinientas universidades del planeta), reconocen que sus respectivos sistemas de clasificación están todavía en proceso de consolidación, que hace falta desarrollar indicadores más precisos, y que el nivel de agregación de los datos desaconseja un juicio absoluto en la comparación de resultados.

Varios especialistas han señalado problemas metodológicos en los rankings internacionales. Por ejemplo, Anthony F. J. van Raan, de la Universidad de Leiden (Holanda), publicó en el número 133 de Scientometrics (2005) el artículo "Fatal Attraction: Ranking of Universities by Bibliometric Methods". En él, el autor hace notar que los métodos bibliométricos no fueron diseñados con fines de evaluación y, menos aún, de comparación. El papel del entrecruzamiento de referencias, en que se basa la bibliometría contemporánea, "juega el papel de recuperación de información científica relevante, no el de una base de datos ajustada a fines de evaluación" (pág. 4). El segundo problema mencionado por van Raan se relaciona con el procedimiento de búsqueda en bases de datos extensas. Si el productor del ranking construye el indicador mediante referencias a las universidades, pierde información en los casos en que los autores no citan su universidad de procedencia.

El mismo autor, en "Challenges in Ranking Universities", presentado como ponencia en la Primera Conferencia Internacional sobre Universidades de Clase Mundial (Shangai, junio de 2005), endereza una razonable crítica a la metodología de "revisión por pares" utilizada en los rankings THES para construir el factor de prestigio institucional. Recordemos que ese factor pondera la mitad del resultado en la lista del suplemento británico. En este caso, el argumento crítico de van Raan se enfoca sobre la capacidad de los árbitros para reconocer calidades universitarias más allá de sus primeras elecciones. Según el autor, el "par académico" está en condiciones de mencionar, en primer lugar, las universidades que conoce personalmente y sobre las que puede tener una opinión más o menos objetiva. De manera que la probabilidad de ser mencionadas universidades poco conocidas en el mundo, independientemente de la calidad de su desempeño, es mínima.

Por su parte, N.C. Lyu y Y. Cheng, del equipo encargado del ranking de Shangai, reconocen tres problemas. Uno, que el idioma para la difusión internacional del conocimiento científico es básicamente el inglés, lo que pone en desventaja cuantitativa y cualitativa a las comunidades académicas no angloparlantes. Dos, que la obtención de premios internacionales (la lista de Shangai pondera a los ganadores de premio Nóbel) se circunscribe a un circuito académico de alcance muy limitado. Tres, que las universidades que enfatizan la docencia sobre la investigación, obtienen resultados muy escasos en los indicadores de calidad considerados. Con todo, los autores concluyen que "cualquier ranking es controvertido y ninguno es totalmente objetivo. Sin embargo, los rankings universitarios se han vuelto populares en muchos países (...) y llegaron para quedarse. El tema principal entonces es cómo mejorarlos en beneficio de la educación superior."

Desde su refundación moderna, las universidades han procurado desarrollar síntesis entre dos misiones en relativa tensión: participar en el proyecto universalista de las ciencias y contribuir al bienestar de la población. La UNAM, junto a otras universidades públicas, incluido el Politécnico Nacional, destaca en ambos aspectos. Por ello, al margen de los indicadores de desempeño académico recogidos en los rankings, es importante desarrollar metodologías e indicadores que hagan notar la relevancia social de nuestras instituciones.


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