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Ciencia y tecnología. Las comparaciones y los desafíos
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 150 [2005-10-20]
 

Es el último año de ejercicio de esta administración y el tiempo para lo planes dio paso ya al de los balances. El panorama no es muy alentador. En este mismo espacio hemos subrayado la gradual inconsistencia de los avances registrados en el sector. Algunos de los objetivos estratégicos que se planteó el actual gobierno federal en el terreno de ciencia y tecnología (CyT) los asoció al cumplimiento de las metas macroeconómicas nacionales (básicamente a un crecimiento económico anual promedio de 5 por ciento en el periodo y a las grandes reformas), de forma que si no alcanza a cumplir con las metas que se planteó, como desde ahora se ve que será el caso, queda el argumento de que se debe a que no se lograron las metas macroeconómicas nacionales.

Es probable que los argumentos referidos al nivel macroestructural ofrezcan alguna explicación de porque no se logró tal o cual propósito, pero eso ni resuelve el problema de los quiebres y continuidad en la política científica y tecnológica, ni tampoco la pérdida de viabilidad de nuestra economía. Desde fines de la década anterior, se ha insistido en la necesidad de impulsar una política de Estado en la materia: acordada por los principales actores del campo (gobierno federal, legisladores, comunidad científica, sociedad) y con un horizonte de largo plazo. Sin embargo, como también ha sido evidente, cada uno de los actores parece tener su propia idea de hacia donde debemos marchar y qué prioridades establecer. Recuérdese las continuas discrepancias entre el gobierno federal y grupos de científicos, o entre aquel y los legisladores. Las propuestas de uno y otros no son convergentes. Además, está claro que aún en el caso de que se acordaran e implementaran las iniciativas correspondientes, los resultados no se obtendrán de forma inmediata, el ciclo de maduración lleva su propio ritmo y los indicadores comienzan a registrar una variación después de cinco, diez o más años. ¿Cuánto tiempo debemos calcular para contabilizar de forma efectiva una política de largo aliento en la formación de recursos de alto nivel? Obviamente los quiebres en las iniciativas no son la mejor forma de alcanzar los propósitos y mientras más tiempo transcurra más difícil será lograrlo.

En estas páginas nos hemos referido, en oportunidades anteriores, a los contrastes entre lo que se propone y lo que se obtiene en materia de CyT. Pero el contraste es mayor si tomamos como punto de referencia la comparación internacional. Veamos unas cuántas cifras que quizás puedan ser útiles para la agenda en CyT, precisamente hoy que están en marcha las ofertas de campaña electoral.

La competitividad y el desarrollo

Dos de los reportes más aceptados a nivel mundial sobre la competitividad de los países son lo que publican anualmente tanto el Foro Económico Mundial (WFE, por sus siglas en inglés) como el Instititute for Management Development (IMD). La competitividad se refiere básicamente a la capacidad de intervención de un país en los mercados internacionales y el aumento correlativo en el mejoramiento del bienestar de la población, lo que muestra su potencial de crecimiento como país. En el cálculo entran en juego diferentes indicadores, pero generalmente se refieren a la apertura comercial, los niveles de inversión, el estado de la infraestructura, la productividad, las regulaciones laborales, el uso de tecnologías, etcétera.

De acuerdo al reporte del Foro Económico Mundial de fines de la década pasada (www.weforum.org), México ocupaba la posición 31 de un total de 51 países en materia de competitividad. En los años siguientes el Foro fue modificando ligeramente sus indicadores y ampliando la base de países que incluía en sus reportes. El reporte para este último año incluye más de un centenar de países, pero México ha descendido paulatinamente. Mientras que en el reporte 1999-2000 había ascendido una posición respecto del año previo (pasó del 32 al 31), en el 2004 había bajado a la posición 48 y para este año descendió todavía más, a la posición 55 de un total de 117 países (Chile ocupa la posición 22). Aunque las comparaciones no son exactas porque actualmente se trata de un universo mayor de países, la cifra del año anterior y el actual resultan muy ilustrativas de la pérdida sufrida.

Por su parte, el reporte del IMD, una institución educativa especializada en negocios de origen suizo fundada en 1990 (www.imd.ch), tiene un universo de más de medio centenar de países y valora la competitividad de los países en función de cuatro grandes factores: desempeño económico, eficiencia gubernamental, eficiencia empresarial e infraestructura. En cada uno incluye cinco categorías y múltiples indicadores en cada una (en total son 314 indicadores). Por ejemplo, en el factor de infraestructura incluye: infraestructura básica, tecnológica y científica, pero también educación y salud, y ambiente. Cada uno formado por una veintena de indicadores. En el año 2000, considerando el índice de competitividad global, el reporte ubicaba a México en la posición 36. Por el contrario, el reporte de este año ubica a México en la posición 56, el mismo sitio que el año pasado, pero distante de la posición del año 2000.

Las cifras muestran de forma inequívoca una pérdida de la capacidad competitiva del país en los últimos años. Sin embargo, también se debe advertir que muchos analistas sostienen una posición crítica para este tipo de mediciones dado que, señalan, están enfocadas o enfatizan la vertiente económica y no ponderan lo suficiente el bienestar de la población. De forma que, indican, de poco sirve contar con una economía o empresas altamente competitivas si ello no se refleja en un mejor nivel de vida de la población.

Una medición alternativa es la que plantea el Índice de Desarrollo Humano (IDH), impulsado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en tal índice se consideran básicamente tres diferentes dimensiones del desarrollo humano: vida larga y saludable (la esperanza de vida al nacer), el nivel educativo (tasa de alfabetización de adultos y la combinación de tasas de matrícula de educación primaria hasta superior) y un nivel digno de vida (PIB per cápita). Según el Índice de Desarrollo publicado en 2001 (aunque las cifras se refieren a 1999), México estaba clasificado en el grupo de naciones con un desarrollo humano medio y ocupaba la posición 51 de un total de 162 naciones. Por el contrario, según el Informe de 2005 (aunque las cifras son del 2003), México ocupa la posición 53 de un total de 177 naciones. Tal parece que también en este caso descendió en sus posiciones. Sin embargo, caben algunas precisiones. Por un lado, mientras que en el 2001 México aparecía clasificado en las naciones de desarrollo humano medio, en el 2005 aparece en las de alto desarrollo humano. Es decir, aunque aparentemente ocupa una posición más baja, subió el nivel de su clasificación. Por otro lado, el mismo documento previene que debido a refinamientos metodológicos y el tipo de datos capturados para los diferentes años, no es recomendable hacer comparaciones de tendencias ni de los valores y clasificaciones del IDH a lo largo del tiempo. Esto es, no son comparables las cifras entre uno y otro año.

En suma, los reportes más relevantes muestran una pérdida de competitividad del país y el que está enfocado al desarrollo humano indica un progreso paulatino (entre 1975 y el 2003, pasó de un IDH de 0.689 a 0.814)

Los rezagos

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la inversión en conocimiento (en la que se incluye Investigación y Desarrollo, software y educación superior) de los países miembros de esa organización, representó alrededor de un 5.2 por ciento del PIB en 2001 (STI Scoreboard 2005; www.oecd.org). Un porcentaje que en el caso de México no alcanzó ni siquiera el uno por ciento ni para ese año ni para el actual.

En el caso de la inversión en investigación y desarrollo (IDE), en el 2003 el gasto promedio de los países integrantes de la OCDE alcanzó el 2.24 por ciento de su PIB y los países con mayor volumen de gasto fueron Suecia, Finlandia, Japón e Islandia, con el 3.98, 3.49, 3.15 y 3.04, respectivamente. México, por su parte, para ese mismo año y ese mismo indicador destinó el 0.44 por ciento respecto del PIB. Esto es, cinco veces menos que el gasto promedio de los países miembros y casi diez veces menos que Suecia.

De acuerdo a la misma fuente, a partir del año 2000 los presupuestos públicos para IDE en los países integrantes de la OCDE se incrementaron en un 3.5 promedio anual en términos reales. Por el contrario, en el caso de México el gasto privado ha crecido en mayor proporción respecto del gasto público. Ciertamente, México era de los países miembros cuyo gasto para IDE era mayoritariamente público (alrededor del 63 por ciento). Sin embargo, entre el año 2000 y el actual, el gasto privado pasó de 6 mil a 15 mil millones de pesos, mientras que el gasto público pasó de 14 mil a 25 mil millones de pesos.

La comparación con los países integrantes de la OCDE sobre indicadores de inversión en CyT, recursos humanos o patentes, por las asimetrías existentes y como se ha dicho en múltiples ocasiones, siempre va a mostrar resultados desfavorables para el caso de México. Sin embargo, se debe resaltar que no solamente se trata de una situación en la que se constatan diferencias, sino también que se establecen diferentes condiciones de viabilidad entre naciones y la brecha parece ensancharse en vez de reducirse. De acuerdo al reporte sobre inversión en CyT de la UNESCO (UIS Bulletin on Science and Techonology Statistics Issue No. 1, 2004) en el gasto total mundial en CyT en 1990, la participación relativa por regiones se distribuía de la siguiente manera: América del Norte 38.2 por ciento; Europa 34 por ciento; Asia 23 por ciento, América Latina y el Caribe 2.8 por ciento, África 1.3 por ciento y Oceanía uno por ciento. Una década después, en el año 2000, el gasto total mundial casi se había duplicado en términos absolutos, pero las participaciones relativas cambiaron: Asia sumó más de siete puntos porcentuales a su participación (primero por la intervención de los países del sureste asiático y después por China), la región latinoamericana aumentó un punto porcentual, lo mismo que Oceanía, mientras que América del Norte, Europa (especialmente por la caída de inversión de los países de Europa del este) y África diminuyeron entre uno y cuatro puntos porcentuales.

Las decisiones en materia de CyT tienen una repercusión en la economía y en el bienestar de la población, aunque sus efectos no se producen de forma inmediata. El punto es cuánto tiempo más podemos esperar para que se tomen y acuerden las grandes decisiones en esta materia. Está claro que el problema no solamente es fomentar la actividad sino el sentido de ese crecimiento, cómo hacerlo, bajó que principios y qué resultados cabría esperar.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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