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Heteronomía y responsabilidad social de la universidad
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 267, pp.11 [2008-04-10]
 

Hace unos diez años, Daniel Schugurensky, publicó un artículo acerca de la reestructuración de la educación superior en los tiempos de la globalización, en un libro colectivo coordinado por otros dos colegas y quien esto escribe (Educación, democracia y desarrollo en el fin de siglo, México, Siglo XXI, 1998). En ese trabajo, Schugurensky identificaba las principales tendencias derivadas de la globalización de la economía, la reducción del Estado benefactor y la mercantilización de la cultura. Uno de los efectos de esta dinámica era la acotación y limitación de la autonomía, principio celosamente preservado por las universidades públicas de América Latina.

En un artículo aparecido a finales de 2006, "La economía política de la educación superior en tiempos de los mercados globales: ¿disminuye la responsabilidad social de la universidad?", Schugurensky analiza las tendencias que en aquel entonces y en la actualidad están llevando a las universidades—incluyendo las de carácter público a una situación de heteronomía. Una universidad heterónoma es aquella cuya agenda está cada vez más subordinada a la ley o la dominación de otro (en este caso, las del Estado y el mercado). Una universidad así, señala Schugurensky, resulta de dos procesos aparentemente contradictorios: laissez-faire e intervencionismo.

Quienes abogan por la universidad heterónoma consideran que las múltiples fuentes de financiamiento y supervisión promoverán la diversidad y una sana competencia, lo que a su vez llevará a mayor eficiencia y rendición de cuentas. También subrayan que los vínculos más estrechos con la industria harán más relevantes la docencia y la investigación, promoviendo un mayor desarrollo tecnológico y, en consecuencia, incrementando la competitividad internacional.

Además, se espera que los controles gubernamentales más estrictos reduzcan el desperdicio de recursos. No obstante estas supuestas bondades, es cada vez más difícil acceder a la universidad heterónoma y promover en ella el pensamiento crítico y la responsabilidad social, debido al predominio de los intereses privados. Más aún, el actual discurso neoliberal tiende a confundir el “servicio a la sociedad” con el “servicio a la industria”, y la “relevancia social” con la “relevancia económica”.

Puesto que un número cada vez mayor de universidades se están volviendo más corporativas, más tecnócratas y más comprometidas con la venta de servicios que con la educación, es preciso retomar los intereses y necesidades de la mayoría de la población a la agenda de investigación de las instituciones universitarias.

Para el autor en cuestión, lo anterior no significa que las universidades deban de interrumpir sus relaciones con el mercado o evitar cualquier tipo de investigación patrocinada. De lo que se trata, más bien, es que las interacciones deben estar claramente reguladas con el fin de reducir potenciales conflictos de interés, asegurar el libre flujo de información, eliminar la brecha entre los campos disciplinarios que cuenten con mayores y menores recursos financieros, proteger el bien común y el medio ambiente, y anteponer el interés público a las ganancias económicas.

Aun cuando el impacto del modelo heterónomo en la vida universitaria, todavía está por verse, dadas las experiencias pasadas y presentes, Schugurensky considera pertinente plantear varias cuestiones. La primera es que dicho modelo puede ahondar la brecha anotada anteriormente entre las disciplinas “pobres” y “ricas” en recursos financieros. También podría darse una importancia exagerada a la investigación aplicada (orientada al mercado) en detrimento de la investigación básica (orientada por la curiosidad y el interés por el conocimiento).

Asimismo, podría resultar en una erosión general de la vida académica, y trastocar los valores y prácticas tradicionales de la academia (colegialidad, autonomía, libertad académica y la protección del bien común), con actividades conformadas por la dinámica del mercado y la lógica corporativa (administración jerárquica, competencia y racionalidades orientadas hacia la obtención de ganancias económicas).

Por último, el modelo heterónomo podría provocar una proliferación de conflictos de interés entre los investigadores patrocinados por la industria y restricciones al libre flujo de información.

Si bien todas estas consideraciones se refieren a las instituciones universitarias en general, principalmente las de los países desarrollados, sus efectos están alcanzando a algunas universidades de los llamados países periféricos, incluyendo los establecimientos públicos en los que se realiza investigación científica y tecnológica. Es necesario, pues, conocer y debatir todas estas tendencias y sus posibles implicaciones para la vida académica, así como para revisar la función social de la universidad.


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