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La comercialización no es panacea
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 217 [2007-03-22]
 

En el último cuarto de siglo, los investigadores nos hemos preguntado cómo se da la comercialización en las universidades. La comercialización se refiere a la venta del trabajo (realizado en bienes y servicios) que se hace en las universidades con fines de ganancia para incrementar su presupuesto. Este proceso se sostiene en la idea de que la complejidad de una universidad se asocia a necesidades crecientes de la actividad académica y, por tanto, de más recursos económicos. La comercialización ocurre bajo la presión que ejercen las fuerzas de la economía para influir en el rumbo y resultados de las universidades. Dichas fuerzas establecen un ambiente propicio para que las universidades coloquen sus productos en el mercado, debido a la creciente importancia que tiene el trabajo intelectual para el sistema productivo. El estancamiento o los recortes al subsidio público inducen a incursiones en el mercado para allegarse fondos.

La comercialización orienta las conductas de las instituciones y de los académicos. En las universidades se favorece el desarrollo de áreas, como las ciencias de la computación, electrónica, biotecnología, biomedicina, que tienen alta demanda en ramas industriales que dependen fundamentalmente del conocimiento y de las tecnologías que transforman la información en conocimientos aplicables, con valor de cambio, en las empresas. Se impulsa, asimismo, la apertura de carreras y cambios curriculares para satisfacer los requerimientos de especialización ocupacional de las empresas. Se fomenta los campos de la administración y las finanzas requeridos en el mercado. El que los estudiantes consigan empleo se utiliza como indicador en la evaluación.

En las naciones desarrolladas, los investigadores patentan sus descubrimientos y fundan empresas, incluso con el auxilio de las universidades. También, es usual que los académicos abran firmas de consultoría o desempeñen tareas remuneradas de asesoría. Los académicos transforman su comportamiento: dedican parte de su tiempo a gestionar fondos que les permitan llevar a cabo sus actividades universitarias y redondear sus ingresos. El volumen de recursos obtenido se pondera positivamente en la carrera académica, independientemente de su valía intelectual. Cambia la ética laboral universitaria.

El fenómeno de la comercialización no es nuevo. Por ejemplo, en los Estados Unidos, la comercialización en las universidades dejaba ganancias a través de los deportes con los equipos de fútbol americano, desde principios del Siglo XX. Ahora, sus manifestaciones recientes llaman la atención. Por una serie de circunstancias históricas en ese país, las universidades se volvieron más activas y han puesto en el mercado su saber y lo que hacen al servicio de quienes puedan pagarlos. Además, reciben dinero de personas o corporaciones para que las cátedras o los títulos a los profesores lleven su nombre.

Lo narrado son experiencias tenidas en muchos países. En el nuestro, la escasez de fondos del sector público, dedicados a la educación, también ha precipitado acciones orientadas a recibir más dinero. A través de la competencia por recursos oficiales extraordinarios, de al menos cinco programas del gobierno federal, más los apoyos del CONACYT a la investigación.

Paralelamente, la diversificación de recursos ha incluido el cobro de cuotas, sorteos, productos de fideicomisos, ingresos propios a partir de convenios con el sector productivo, cobro por asistencia a actividades artísticas, museos, cursos de educación continua y a distancia, estacionamiento, reciclaje de papel, venta de libros y revistas, alquiler de instalaciones. En todos estos rubros, con distinta intensidad, se ha introducido una lógica de mercado.

Hoy, las universidades públicas mexicanas siguen este doble camino para ampliar sus capacidades económicas. Pero ni los recursos extraordinarios del gobierno ni su tipo de acercamiento a la comercialización han resuelto una situación financiera que se vuelve crónica y sí han puesto en riesgo los valores académicos y la esencia de las instituciones. Hay necesidad de un subsidio ordinario suficiente y hacer dos cosas para evitar los efectos perversos de la comercialización: fortalecer a las universidades elevando su calidad académica y aumentar los grados y formas de comunicación con la sociedad. Ambas medidas ayudan a conservar el carácter público y autónomo de las universidades y a mantenerlas como espacios de justicia.


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