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Rebelión estudiantil contra el proceso de Bolonia
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 349, pp.5 [2009-12-10]
 

Sin tener gran difusión en los medios informativos, algunos de ellos dieron cuenta hace un par de semanas de una serie de movilizaciones de estudiantes alemanes y suizos, principalmente, en contra de la instalación de los acuerdos derivados de la Declaración de Bolonia en las universidades públicas de sus respectivos países. Lo ocurrido a finales de noviembre parece ser una segunda gran ola de actividad estudiantil, posterior a lo acontecido en junio de este mismo año, una década después de la firma de esa declaratoria. Las movilizaciones incluyeron manifestaciones, toma de aulas y auditorios e incluso paralización de actividades en algunos departamentos y universidades.

Como se sabe, en la Declaración de Bolonia, firmada en junio de 1999 por los ministros de Educación de 31 países europeos —número que aumentaría al poco tiempo hasta llegar a 46 y cuyo antecedente inmediato fue la reunión de la Sorbona en Francia, un año antes—, se hacía hincapié en la creación del Área Europea de Educación Superior como vía regia para favorecer la movilidad de los ciudadanos y la capacidad de obtención de empleo y el desarrollo general del continente. Para tal efecto, los firmantes expresaron su compromiso de coordinar las políticas necesarias para alcanzar, en un plazo máximo de diez años, una serie de objetivos entre los cuales estaban la adopción de un sistema de titulaciones de fácil comprensión y comparabilidad.

Otro de los objetivos consistía en adoptar un sistema basado en dos ciclos fundamentales, diplomatura (pregrado) y licenciatura (grado). El acceso al segundo de estos ciclos tenía como requisito que los estudios del primer ciclo se hubieran completado en un mínimo de tres años. Se acotaba que el diploma obtenido después del primer ciclo se consideraría en el mercado laboral europeo como nivel adecuado de cualificación, en tanto el segundo conduciría al grado de maestría y/o doctorado. Asimismo, se comprometían a establecer un sistema de créditos —el llamado ECTS (Sistema Europeo de Transferencia y Acumulación de Créditos)— como medio para promover una amplia movilidad estudiantil.

Para hacer efectiva dicha movilidad, se tendrían que eliminar también los obstáculos para el libre intercambio entre universidades. Además, se reconocerían plenamente los periodos de estancia en instituciones de investigación, enseñanza y formación, para profesores, investigadores y personal administrativo. Se procuraría, asimismo, la cooperación europea en el aseguramiento de la calidad, desarrollando criterios y metodologías comparables. Y, finalmente, se promoverían las acciones comunes orientadas al desarrollo curricular, la cooperación interinstitucional, los esquemas de movilidad y programas de estudio, así como la inclusión de la formación e integración.

Todo este conjunto de acciones constituye, hasta el momento, el caso más claro de convergencia e integración académica en el mundo de la educación superior. Otras regiones del planeta han tratado de emular esta iniciativa, e incluso han recibido apoyo de la propia Unión Europea, toda vez que la Declaración establece la voluntad de “promocionar el sistema europeo de enseñanza superior en todo el mundo”. En este sentido, se han realizado algunas reuniones para crear el llamado Espacio Iberoamericano de Educación Superior, aunque los resultados son todavía incipientes.

Ahora bien, uno se preguntaría ¿cuál es el malestar que expresan los estudiantes en contra de esta iniciativa, que aparentemente promueve la integración y armonización de las universidades europeas? Su malestar se relaciona con las medidas que se han puesto en marcha en años recientes, como la introducción de cuotas de inscripción que van de los 200 a los 500 euros, cuando anteriormente las universidades alemanas eran gratuitas. Otra medida que rechazan es la relacionada con la adopción en el sistema alemán de las licenciaturas de tres años y las maestrías de dos. La idea es que los estudiantes entren más jóvenes a la universidad —al reducirse los estudios previos de 13 a 12 años— y salir de ella para entrar al mercado laboral dos o tres años después de cumplir los 20.

Anteriormente, a los estudiantes germanos les tomaba al menos cinco años obtener el llamado diploma de magíster, que en Alemania era el título universitario básico. Sin embargo, la gran preocupación entre los alumnos es que no puedan conseguir un empleo al terminar una “licenciatura” de tan sólo tres años. Algunos temen que los empleadores no los aceptarán e incluso que dicho grado no tenga ningún valor en el mercado de trabajo. Si bien algunas asociaciones patronales alemanas han expresado su voluntad de reconocer dichos grados, se han presentado algunos problemas con los egresados de las ciencias naturales.

Pero, además de la preocupación por ser aceptados en el mercado laboral, se está presentando el problema de que en varias universidades faltan profesores para satisfacer la demanda de nuevos cursos y los salones de clases tienen un mayor número de estudiantes. Esta situación está afectando la calidad de la formación académica de los alumnos. Lo anterior fortalece el argumento de varias organizaciones estudiantiles que señalan que, en la implementación del proceso de Bolonia, las autoridades alemanas se están enfocando más en la reducción de recursos que en incrementar las inversiones necesarias para mantener o elevar la calidad de la educación universitaria.

Es de esperar que los responsables de poner en marcha los acuerdos emanados de la Declaración de Bolonia —cuya gran aspiración es convertir a Europa en la zona más competitiva del orbe en cuanto a generación y difusión del conocimiento— atiendan con presteza los reclamos estudiantiles, pues de lo contrario los avances hasta ahora logrados serán frenados y, en caso extremo, podrían revertirse.

La rebelión estudiantil en un número considerable de países europeos es también una muestra de lo que podría pasar cuando los grandes acuerdos entre gobiernos ignoran los efectos que las medidas tendrían entre quienes realizan directamente las labores académicas dentro de las universidades y demás instituciones de educación superior: los profesores y los estudiantes.


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