Hacia finales del siglo XX se intensificó el debate sobre la universidad. La institución recibió una infinidad de críticas, desde entonces. Se dijo, por ejemplo, que la universidad dejó de cumplir su función social, que al Estado ya no le interesa su conducción porque no hay proyecto nacional, que perdió el monopolio de la producción de conocimiento, y su prestigio. No obstante, la realidad muestra que la universidad está ahí y con mucha fuerza. Que se ha ido transformando a medida que la sociedad depende cada vez más del conocimiento científico para el avance económico y el manejo político.

En México, la universidad pública ha cumplido sus cometidos, pero hay factores que en la actualidad la están presionando para que cambie más rápidamente y se ponga a la altura de los tiempos. Las condiciones estructurales del país le están demandando respuestas a los graves problemas que tiene nuestra sociedad.

¿Qué problemas? Pues los que ya son un lugar común. El incremento de la pobreza, la destrucción de la clase media, la changarrización, la concentración mayúscula del ingreso, los millones de jóvenes que no encuentran oportunidades de estudio ni tienen esperanza para hacer bien la vida, el desempleo, la violencia, la crisis energética, la falta de agua, el deterioro del medio ambiente, la mala atención en el sector salud, la anomia social y muchos más. Estos puntos son parte de la agenda a la que las instituciones de educación superior deberían dedicarle más esfuerzos; son los síntomas de la crisis que impulsan para que las universidades se vuelvan más activas y atiendan más de cerca a su entorno.

Un segundo conjunto de factores que impulsan el cambio de la universidad proviene de las presiones que ejerce la globalización sobre las instituciones académicas. Para seguir la dinámica de los avances científicos a escala internacional, universidades como las nuestras deben contar con más recursos, financieros y humanos, como los investigadores nacionales. Es indispensable usar nuevos equipos de información y comunicación para investigar y enseñar. Ajustarse a un medio social en el cual la economía y la sociedad se alimentan de la información y de la aplicación de la ciencia en casi todas las esferas de la vida, para lo cual es necesario contar con instituciones que tengan una producción de conocimiento que genere nuevos conocimientos, que renueven su planta académica. La ciencia en una escala ampliada. Y me refiero no sólo al conocimiento de la naturaleza, sino también a las ciencias sociales, las humanidades y a las intersecciones disciplinarias.

Los factores nacionales e internacionales se juntan y nos ponen frente a desafíos muy difíciles. Nos toman en un momento en el cual las políticas públicas en educación superior han llegado a un fin de ciclo. Lo cual es ventajoso porque se pueden hacer reflexiones y propuestas para ir hacia adelante.

¿Hacia dónde dirigirnos? ¿Qué exigencias tenemos? He sostenido que necesitamos una universidad más activa frente al desarrollo local. Y eso nos sitúa en la obligación de refrendar nuestra responsabilidad social como un valor fundamental de la universidad pública. La responsabilidad social, como principio (Medina Echevarría), nos impone compromisos.

En su esencia, la universidad pública es responsable socialmente. Pero en estos tiempos, la responsabilidad se aprecia por el compromiso de entregar al entorno conocimientos y propuestas de solución a sus problemas concretos. La universidad en el futuro inmediato debe ser una institución que hace investigación rigurosa sobre el acontecer de la sociedad para estimular el crecimiento económico, el nivel y la calidad de vida de la población, con visión de largo plazo. El segundo compromiso es formar a los estudiantes para que sean capaces de transformar el medio en el cual se desempeñen, con capacidad innovadora, con interés de aplicar y renovar el conocimiento en su campo, con un deseo de seguir aprendiendo, con valores ciudadanos y conciencia crítica.

Estos dos compromisos se conjugan con un tercero, que es estimular la existencia de la esfera pública. Los universitarios tenemos la obligación de difundir nuestros conocimientos para crear opinión pública por medio de los medios de comunicación de masas e interactuar con grupos y organizaciones sociales interesados en lo que hace la universidad.

Por otra parte, para que la universidad pueda transformarse en los próximos años, es indispensable ligar sus cambios con el establecimiento de una figura del académico que impulse a la institución con los nuevos propósitos que se plantee.

Éste es un tema amplio y complejo que hoy amerita mucha reflexión. Contar con una planta académica que mejore la investigación y la enseñanza va implicar una reforma jurídica, que podrá hacerse sí se tiene, previamente, una idea clara de las pautas que van a orientar el desarrollo institucional en su marcha al futuro.

En este sentido, habrá que enfatizar los conceptos de carrera académica y trayectoria. Tendremos que cuidar que las reformas permitan la flexibilidad y la diversificación de intereses intelectuales, que nos permitan alejarnos de la senda que hizo de los académicos el verdugo de sus colegas.

La universidad pública es una de las instituciones que sigue de pie en México. De ahí la importancia de debatir sobre su porvenir.

Aparte

Respecto de la Unidad Cuajimalpa de la UAM, me permito manifestar mi coincidencia con Eduardo Ibarra: para construir la sede se necesita apoyo de las autoridades gubernamentales. Además, se requiere voluntad para hacer a un lado los intereses inmobiliarios que se han desatado por no actuar a tiempo. ¡Es una pena que a un proyecto tan valioso se le trate con una visión tan corta de lo que es la universidad pública!