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Nobeles y fuga de cerebros
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 7, pp.9 [2002-10-24]
 

Por estos días en que la Real Academia Sueca de Ciencias anunció los premios Nobel en ciencias, conviene recordar a los latinoamericanos galardonados con tan importante presea; la de mayor prestigio en el mundo científico. También sirve para reflexionar sobre las condiciones como se realiza la investigación en nuestra región.

Los ganadores del Nobel han sido el argentino Bernardo Houssay (1947), en medicina y fisiología, por su descubrimiento del papel de la hormona del lóbulo anterior de la hipófisis en el metabolismo de los hidratos de carbono. Un compatriota suyo, Luis F. Leloir fue galardonado en la misma área en 1970, por haber conseguido aislar numerosas sustancias que intervienen en el metabolismo de los glúcidos. El también argentino y posteriormente nacionalizado inglés, Cesar Milstein obtuvo el de química en 1984, junto con G. J. Köhler, por haber desarrollado un método para la producción de anticuerpos monoclonales. Y en 1995 se otorgó al científico mexicano Mario Molina el de química, compartido con F. S. Rowland, por haber demostrado la importancia del papel de los cloro fluoro carbonatos (CFC) en la destrucción de la capa de ozono. De los cuatro, sólo el doctor Houssay pudo desarrollar toda su carrera académica en su patria. Los otros tres realizaron sus contribuciones a la ciencia en los laboratorios de instituciones universitarias de Europa y EU.

Los tres últimos casos ilustran la llamada "fuga de cerebros", que sigue ocurriendo con mucho de nuestros grandes talentos científicos. Casi desde sus inicios, la ciencia se ha concentrado en pocos países. Ello es más patente en la actualidad, debido a que la investigación científica de alto nivel requiere de equipos e instalaciones costosos. Se da entonces una doble situación: los jóvenes talentosos buscan los lugares donde puedan desarrollar sus capacidades en ambientes más propicios; y que en los centros de gran prestigio se está siempre a la búsqueda de nuevos científicos para que ocupen nuevas plazas o reemplacen a quienes se van retirando. Otras razones para buscar mejores horizontes son la inestabilidad política o la escasez de oportunidades de empleo en la carrera académica.

Otro factor es el éxodo de talento hacia países desarrollados por la falta de tradiciones culturales de muchas naciones en desarrollo, donde el quehacer científico sea reconocido como una actividad importante, no sólo por sus aportaciones al desarrollo social, sino por sus contribuciones al concomimiento de la realidad. Ello se expresa en la poca valoración social que tienen los científicos, y el poco apoyo financiero a las actividades relacionadas con la ciencia.

En México y en casi toda América Latina, la investigación científica se realiza primordialmente en un reducido número de universidades públicas aunque existen otros centros e institutos independientes, también financiadas con fondos públicos. El bajo desarrollo de las industrias locales impide la existencia de una demanda de productos científicos o tecnológicos y propicia que se haga ciencia con fines meramente académicos. Lo anterior se explica por que las industrias más dinámicas de la región son extranjeras y tienen sus matrices en países industrializados. Algunas multinacionales cuentan con sus propios laboratorios de investigación y, en ocasiones, tienen presupuestos que superan con mucho a los de varias universidades de la región. Por ejemplo Microsoft invierte anualmente varios miles de millones de dólares en investigación y desarrollo. En contraste, el presupuesto total de la UNAM para el presente año, uno de los más altos en su historia, apenas rebasó el equivalente a mil 200 millones de dólares. Esta institución dedica alrededor de 25 por ciento de su presupuesto operativo para la investigación científica y humanística, el mayor porcentaje entre las universidades públicas del país.

La ciencia en los países en desarrollo se desenvuelve -con pocas excepciones- en condiciones poco favorables para alcanzar un desarrollo pleno. Son escasos los países y, dentro de éstos, pocas las instituciones que realizan esfuerzos significativos para iniciar o mantener tradiciones científicas con alto reconocimiento en el concierto mundial. En algunos de éstos, los organismos internacionales de financiamiento han propuesto y promovido políticas de optimización de recursos mediante mecanismos de “selección y concentración”. De esta forma -y previo concurso por fondos- sólo unas cuantas instituciones reciben los recursos para desarrollar la investigación científica.

El dilema para los países en desarrollo y para aquellos con comunidades científicas que, aunque pequeñas, gozan de un prestigio importante en algunas áreas y han demostrado tener un potencial de desarrollo considerable, es cómo reducir la marginalidad y eventualmente su exclusión total de los circuitos de creación y difusión del conocimiento. Una medida posible es aprovechar los intercambios entre científicos situados en los más diversos lugares del mundo auxiliándose de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Asimismo, el concepto tradicional de "fuga de cerebros" ha ido modificándose, pues lo que antes era una pérdida total de talentos, ahora ha disminuido de nivel, pues los científicos emigrados con frecuencia mantienen contactos con los de su país y forman parte de amplias redes que no sólo permiten el intercambio virtual de información sino que, además, promueven la realización de estancias en los centros de investigación de los países centrales. Los retos para la ciencia latinoamericana son gigantescos pero, como Sísifo, hay que persistir.


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