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Globalización en la universidad: efectos perversos y destructivos
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 21 [2003-02-20]
 

Quienes pronuncian un discurso favorable a la globalización sostienen que su tendencia es inevitable y que es un hecho justo, como en todos los procesos sociales, que haya ganadores y perdedores. Para los mexicanos, hasta ahora, la corriente mundializadora ha tenido efectos negativos, particularmente para las universidades y la educación superior. Conviene examinar sus consecuencias, pensar en darles otro cauce para que no terminen siendo completamente perjudiciales y, lo más importante, proponer otras visiones de institucionalidad.

Las tesis generales

Los puntos de vista acerca de la globalización son muy variados. En lo económico, se trata de una reestructuración del sistema capitalista en la cual gobiernos y empresas transnacionales han apostado para obtener ventajas comparativas bajo la lógica del libre mercado, a través de tecnologías que aumentan la productividad del trabajo y del capital. Es la formación de una base económica que incluye producción, consumo, intercambio, flexibilidad laboral y rápido movimiento de flujos de capital por medio del desarrollo informático del sistema financiero.

Ha creado un sistema competitivo de mercado, con una nueva división internacional del trabajo en la cual la producción de conocimiento es crucial, bloques comerciales y el predominio de consorcios transnacionales que controlan buena parte del producto y la mayoría del comercio mundial.

Desde otro ángulo, la globalización toma un contenido y una forma, orientados por el neoliberalismo, que implican: a) la instauración de un orden social único, autorregulado espontáneamente, con libertad individual, que garantice a las personas actuar por motivaciones propias desde el principio de la competencia para el éxito; b) restringir las funciones del Estado y del gobierno para asegurar que la producción de bienes y servicios funcione bajo la égida del mercado (Giddens, Más allá de la izquierda y la derecha) y para promover la competencia económica internacional. El papel del gobierno consiste en auspiciar la privatización, recortar el gasto social y tornarse eficiente con un mínimo de recursos. El Estado-nación queda disminuido, sujeto a grandes fuerzas internacionales son otra alternativa que ajustarse a las reglas del juego global.

La globalización ha sido estudiada por varios autores desde un enfoque valorativo. En algunos textos (e.g. Burbules y Torres, Globalization and Education) la presentan como la emergencia de nuevos modelos culturales forjados por los medios y las tecnologías de comunicación que contribuyen a dar forma a las identidades y afiliaciones. Con la globalización se afianza la cultura postmoderna y surgen nuevos sujetos culturales.

Observada desde todas sus aristas, la globalización resulta un fenómeno integrado por varias dimensiones que influye prácticamente todas las instancias que componen la sociedad. Pero cada una de sus dimensiones se desarrolla mediante procesos desiguales y con sus propios ritmos.

Las consecuencias de la globalización también han sido múltiples. Respecto a la distribución social se han acentuado las “distancias entre ricos y pobres a escala mundial y en el interior de muchas sociedades nacionales” (Touraine, ¿Podremos vivir juntos?).

Exclusión y grandes franjas de pobreza, fragmentación del tejido social son actualmente rasgos sobresalientes en los países periféricos. Otras refieren a lo que este mismo autor sugiere como la destrucción del pasado sin crear futuro y a la decadencia de las instituciones por las fuerzas desintegradoras del mercado. Su lógica en la periferia es más acentuada porque el retiro ortodoxo del Estado no encuentra todas las veces quién lo supla en el mercado. El primero deja de contar con los medios para corregir las imperfecciones del segundo y pierde, en buena medida, los mecanismos para producir el sentido de lo colectivo.

La crisis del Estado nacional y de las instituciones que le dan soporte restan capacidad a la política y a los actores políticos para construir la sociedad. Vulnerabilidad, incertidumbre y riesgo (incluso de violencia) integran la realidad histórica de individuos y colectividades. El sistema global lleva en su seno una enorme cantidad de presiones estructurales. ¿Tendrá capacidad para manejarlas?

Globalización: amenaza a la universidad

El contexto de la globalización y sus consecuencias sociales afectan la dinámica universitaria y la institucionalidad de las casas de estudio. Hay tres puntos, de entrada, para observar las amenazas de la globalización: uno es que rompe los ideales, fundamentos y la concepción que se ha tenido de la universidad; la institución debe ser útil y apoyar a las fuerzas económicas preponderantes. Otro es que le quita a la universidad su razón de ser frente al Estado-nación, que pierde centralidad como actor en la economía y como impulsor de la cultura nacional.

A partir de ello se quiebran los pactos entre el gobierno y la universidad sobre los cuales se finca el proyecto de desarrollo nacional; y, tercero, abre paso a la comercialización de los servicios educativos, introduce valores que estrangulan el espacio público y procede cubriéndose con lo que Readings (The University in Ruins) llamó la “americanización” de la cultura, que pregona como paradigma de universidad el existente en Estados Unidos. Estos puntos se aprecian mejor desde las humanidades y las ciencias sociales que, en el devenir complejo de lo perverso, resultan despreciadas por el mito de su escaso valor de cambio en el mercado.

Los estudiosos de la reestructuración de los sistemas de educación superior en el mundo coinciden en que la globalización los conduce por una senda de convergencia. Uno de los puntos de mayor acuerdo consiste en indicar los recortes a los presupuestos de las universidades y la reducción de costos, muy relacionado con el abandono por parte del Estado de su papel como agente económico y promotor de la cultura. A su vez, la reducción de los subsidios se liga a políticas que demandan a los usuarios el pago de los servicios públicos y a las instituciones mayor eficiencia, pertinencia y rendición de cuentas.

El gobierno dicta políticas, evalúa y certifica. Pero también estimula la creación de universidades privadas para contener con la demanda educativa, y la difusión de una mala imagen de las públicas. Estas últimas corren el riesgo de quedar como reducto para quienes no pueden pagar las altas colegiaturas en las universidades privadas. Se gesta una fragmentación social (entre las élites y las masas) en la educación superior a medida que se diversifica el sistema.

La privatización, como orientadora del rumbo educativo, se origina, asimismo, con la introducción de mecanismos de competencia entre las universidades públicas. Las que satisfacen una serie de condiciones contenidas en las políticas oficiales obtienen recursos financieros para seguir operando en un contexto de escasez. Las que no la cumplen, quedan rezagadas. Al ingresar en una dinámica competitiva y de beneficios desiguales, el sistema universitario se segmenta y polariza.

Esto hace más difícil su coordinación e integración; establecer nexos entre las instituciones que se encuentran en los extremos. Se abre la puerta a una estratificación institucional que reproduce las desigualdades académicas y financieras.

En la misma tesitura, los fondos para la investigación se otorgan por concurso favoreciendo aquellos proyectos estratégicos para el desarrollo de las empresas y la innovación tecnológica con miras a elevar la capacidad de competencia nacional en el mercado mundial. Las alianzas entre academia y empresa, con la presencia del gobierno, y la venta de servicios por parte de las universidades sirven para diversificar las fuentes de financiamiento.

El arribo del “capitalismo académico” (Leslie y Slaughter, Academic Capitalism; Marginson, Markets in education) trastoca la noción y el sentido de la universidad. Esto que se ha denominado como el compromiso sin límite con la verdad, la ampliación, interpretación y preservación de la cultura, la producción de conocimiento dirigido hacia el bienestar de la sociedad. Hoy, la universidad pública es la única institución del sistema de educación superior que cumple con todos estos propósitos. De ahí su importancia en el conjunto y la necesidad de no debilitarla.

Cuando las universidades son empujadas a producir capital humano, conocimiento científico y tecnológico para el mercado, o para el gobierno como metáfora del mercado, entran en lógicas que tensan sus relaciones con el Estado. Por la vía del subsidio el gobierno hace un doble movimiento: al mismo tiempo que se retira comienza a utilizar instrumentos de apoyo económico que le brindan una mayor injerencia y control de las universidades como instituciones sociales para moldearlas como organizaciones operativas.

El cambio significa una pérdida gradual de la autonomía que lleva a término el modelo histórico en el cual se fundaban las relaciones entre la universidad pública y el gobierno. Ceden su lugar a presiones y resistencias entre ambos por el control del rumbo institucional, con todo lo que esto implica para la universidad en términos de su vida académica. Esta es, seguramente, una de las principales transformaciones que la globalización, el predominio del mercado y a nueva fisonomía del Estado provocan sobre las universidades públicas.

Universidad activa y propositiva

En medio de la tormenta que amenaza a la universidad pública es indispensable tener claro cuál es el ámbito institucional que ocupa en la sociedad y eliminar sus debilidades, cualesquiera que sean, para no sucumbir ante los factores externos que buscan definir su futuro. Tomar el espacio público es la tarea, porque la universidad con las nuevas tecnologías, la desaparición de las fronteras disciplinarias, la emergencia de rasgos pluriculturales y las demandas que le plantea la sociedad ha rebasado, desde hace tiempo, el espacio del campus. Actualmente, mantenerla encerrada es dejarla sin respuesta oportuna al entorno, con una actitud reactiva y defensiva.

Crear una actitud de apertura significa que la universidad sea activa para fijar y establecer sus lazos con la sociedad y propositiva, no sólo con respecto a sí misma sino también en cuanto al planteamiento de soluciones y opciones para el desarrollo social. La globalización le ha significado, para seguir con Readings, quedar “desreferenciada”. La apertura, el activismo, el planteamiento y realización de soluciones le dan la necesaria referencia en lo público y, con ello, posibilidades de seguir participando en el proyecto histórico de la colectividad a la que sirve.

Si la universidad es frágil en sus defensas bien harían los universitarios en actuar unidos para refrendar la autonomía y acrecentar un poder propio que se oponga a un control cada vez mayor de las instituciones. Esto significa que la institución debe mostrar y convencer de que en su espacio real o virtual es donde se articula lo social, lo político y lo cultural, motivo por el cual logra hacer planteamientos más completos, desde el cruce de conocimientos, para resolver los problemas que enfrenta la sociedad.

Pero las comunidades universitarias también necesitan una nueva referencia con sus instituciones para actuar con arreglo a estos fines. En este punto hay que hablar de la construcción de un sentimiento de pertenencia a la institución que brinde la posibilidad de integrar las más variadas identidades a través de la solidaridad y cooperación que son esenciales en la academia.

Los poderes externos a los cuales se enfrenta la universidad son muy variados: los estatales, económicos, mediáticos e ideológicos. Juntos constituyen una fuerza extraordinaria que no es invencible por un pensamiento crítico riguroso, que pueda desvendar la esencia de la apariencia y formular vías alternas al desarrollo nacional. La universidad es la institución que la sociedad ha creado para debatir en forma organizada sus problemas, pasados, presentes y futuros. He ahí la contienda de la historia y el peso político de la institución. Ganarlo -con universidades públicas respetadas por sus logros académicos- es vital para hacer frente a la globalización.

Esta última, alimentada por el neoliberalismo, ha abierto muchos flancos en la sociedad. La pobreza injusta de millones de seres humanos, el individualismo, minorías discriminadas, el grave deterioro del medio ambiente, un movimiento masivo de población del sur al norte, descubrimientos genéticos que modifican las nociones de la vida y la muerte, y el desarrollo de tecnologías informáticas que influyen en la toma de decisiones democráticas. Todas estas cuestiones están en el debate político, forman parte de las agendas legislativas y de las plataformas partidarias en todo el orbe y en cierran un fuerte contenido moral para la acción del Estado.

Representan para la universidad verdaderos desafíos de conocimiento y a su capacidad para trabajar por una nueva organización social de la ciencia (Rothblatt y Wittrock, La universidad europea y americana desde 1800) en que la mira de su actividad esté centrada en los grandes acontecimientos contemporáneos, las necesidades sociales, los problemas emergentes, la ética colectiva y la estética reflejada en el patrimonio artístico. Una presencia crítica ante la sociedad que retome la misión cultural del país. Y ello supone formar personas que sepan reflexionar y hacer juicios morales de los signos de los tiempos; interpretar la realidad y actuar como ciudadanos para construirla de otra forma.

Oponerse a las tendencias que amenazan a la universidad pública requiere fortalecer la investigación y generarle oportunidades a todas aquellas áreas del conocimiento, en las humanidades y las ciencias sociales, que puedan hacerse cargo de contribuir a eliminar los peligros que acechan a las instituciones y al país en esta era del riesgo y la complejidad. En las palabras de Derrida (Universidad sin condición), “ésta es una llamada en forma de profesión de fe: fe en la universidad y, dentro de ella, fe en las humanidades (del ahora y) del mañana”.


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