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Los investigadores. Famosos, reconocidos, marginados
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 66 [2004-01-29]
 

El país tiene muchos problemas para su desarrollo científico y tecnológico y los investigadores quisiéramos contar con más vehículos de expresión para opinar acerca de sus soluciones. Tendríamos que comenzar por agruparnos nacionalmente, conocernos, promover el progreso de la actividad científica e impulsar la descentralización. Ésta última es un tema recurrente entre quienes hacen ciencia fuera de la Ciudad de México pues sienten que hay una distribución desigual de oportunidades para realizar su trabajo. Pero además, hay otras cuestiones que preocupan y que giran en torno a las condiciones laborales, los ingresos y los procesos de evaluación.

Permítaseme dar algunos rasgos generales del grupo para enterar al lector. Los investigadores nos dedicamos a producir conocimiento y para ello casi todos trabajamos en universidades e instituciones de educación superior públicas. Predominamos cuantitativamente sobre las mujeres, tenemos estudios y grado de doctor y radicamos preferentemente en unas seis entidades federativas del país. No se sabe con precisión cuántos somos exactamente. Estamos divididos en dos grupos: lo que pertenecemos al Sistema Nacional de Investigadores y los que no son miembros. Los primeros éramos alrededor de nueve mil personas hacia el 2002 y representábamos aproximadamente algo más del trece por ciento de la planta docente de carrera en México.

Para trabajar como investigador hay que estar incorporado a una institución de la cual depende el grado de apoyo que se recibe para producir conocimiento. En el país las diferencias en las capacidades institucionales son muy grandes y representan un factor determinante para la prosperidad del trabajo académico o su mala hechura, según el caso. Laborar en una que tienen grupos académicos consolidados, instalaciones y medios de publicación representa una ventaja comparativa importante para las evaluaciones. Lo mismo podría decirse cuando existe un clima de confianza y respeto y se permite que los académicos participen en la toma de decisiones. La existencia de programas de posgrado potencia, asimismo, los resultados y la energía intelectual de los investigadores. En otras palabras, el contexto institucional y geográfico son dos elementos que influyen de manera importante en la productividad, extensión y calidad de las investigaciones.

Ser investigador es difícil, no sólo por la naturaleza del trabajo sino también porque existe un alto grado de compromiso con lo que se hace, de responsabilidad con la que se produce, en jornadas habitualmente largas. Además, en los últimos tiempos se ha impuesto un régimen que multiplica las actividades, reduce la concentración en lo sustantivo y estimula que se tienda a disminuir la cantidad y la calidad de lo que se publica. Así, la lógica de “publicar o perecer” contenida en el espíritu de las evaluaciones lo que provoca es repetición y simulación.

Se ha aceptado trabajar en estas condiciones porque los salarios que imperan son muy bajos. La mayor parte de los ingresos monetarios de los investigadores proviene de becas al desempeño o a la productividad y se obtienen a través de participar en varios sistemas de evaluación. Hay quienes, a treinta años de haber empezado su carrera de investigador, reciben un cincuenta por ciento o más de sus ingresos por la vía de los estímulos. Estas becas pueden disminuir o perderse si no se cumple, cada cierto tiempo, con los requerimientos exigidos por las evaluaciones.

Pero ni investigadores jóvenes ni con experiencia pueden sobrevivir sin las becas. Es un dinero indispensable para educar a los hijos; a otros les sirve para mantener un nivel de vida clasemediero (como me dijo un colega) y gastos médicos menores. Conservar las becas se convirtió en un objetivo primordial en el mundo académico, que entre otras cosas provoca tensión mental y disturbios psicológicos. Hay académicos que viven con el temor de que los bajen de nivel o de que les quiten sus estímulos. Ello representaría reducción del ingreso, descalificación académica, pero también un problema moral, y cancelaría posibilidades de futuro.

En consecuencia, hay actitudes y sentimientos que inmovilizan. Los investigadores piensan que no se puede participar en actividades institucionales que desvíen de lo central, que es acumular puntos. En las palabras de un académico: “mi apatía no es por falta de interés; en realidad es preocupación de perder el tiempo y de incumplir las exigencias que me han impuesto”. Además de encontrase muy ocupados, y tener que atender a muchos patrones, los investigadores no sienten que las autoridades los motiven para engancharse en una actividad institucional. Más todavía, critican a los que si aceptan porque se dedican a la política y a la carrera burocrática descuidando su vocación académica (“cosa de dinero, prestigio y prebendas” según un científico). Los académicos no actuamos ni nos manifestamos, porque si se sostienen posiciones críticas, en algún momento hay un desenlace negativo, de revancha de las autoridades. No asistimos a las reuniones en que se tratan asuntos institucionales porque el control político que ejercen los directivos impide la libre manifestación de las ideas.

El mundo de los investigadores y la investigación científica aguantan por ahora una política que se quedó en metas escritas, dificultades laborales, insatisfacción con las formas de evaluación, gastos enormes de energía y tiempo rindiendo informes, exclusión de la toma de decisiones, bajo reconocimiento social a sus tareas, carencia de tradiciones y recursos materiales, dominio de intereses elitistas que sí se articulan frente a las bases, falta de continuidad para concluir proyectos, práctica docente con alumnos de posgrado que estudian tiempo parcial porque no hay suficientes becas, ausencia de medios para despertar la vocación científica de los jóvenes estudiantes y para fomentar una cultura de aprecio al conocimiento.la situación es grave. La ilustra una académica de la UNAM entrevistada por uno de mis alumnos: “La ciencia y las humanidades ya no se hacen por el gusto sino por el dinero y en esto hay una gran diferencia entre las generaciones”.

Con tantos problemas por delante, ¿Vale la pena que se haga investigación científica en México? Damos una respuesta afirmativa quienes queremos un país viable a mediano y largo plazo. Hay que hacer investigación básica y aplicada que estimule el crecimiento económico y también en los campos de las humanidades para que se llegue a construir una democracia verdadera y tengamos un sentido real de la historia por venir. Sin buena investigación estamos condenados a vivir de prestado.


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