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El uso perverso de las cifras
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm 71 [2004-03-04]
 

El científico de la UNAM apunta que siempre se puede estar peor, situación que sienten la mayoría de los mexicanos, pero lo que es inaceptable es que se diga o se sugiera oficialmente que estamos avanzando o que el gobierno cumple promesas de bienestar usando cifras desligas de la realidad.

Cada vez es más frecuente sostener argumentos políticos con datos estadísticos y usar como prueba de veracidad que provienen de fuentes oficiales. Ocurre también a menudo que dos personas que observan la realidad nacional con las mismas cifras oficiales extraen conclusiones distintas. Si los conceptos están definidos de la misma forma entonces no se trata de mediciones diferentes.

Lo que suele pasar es que cada cual utiliza periodos que no son los mismos para comparar los datos, agregaciones o desagregaciones de categorías que son más convenientes para defender las tesis que se sustenta. Igual, el mito de la objetividad del dato le permite al político de hoy dar a conocer un solo parámetro, sacado de contexto, para ajustarlo a una interpretación que le sea favorable.

Por ejemplo, se dice cuántos ejemplos se han generado pero no se dice cuántos se han perdido. De ahí la necesidad de la crítica metodológica al discurso político apoyado en datos “duros” y de presentar públicamente visiones alternas con diagnósticos contextualizados para que el ciudadano tenga una mejor condición de juicio.

En días pasados, los medios de comunicación hicieron hincapié sobre el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) en los tres años del actual gobierno, que alcanzó una cifra promedio de 0.63 por ciento.

Se dijo que éste ha sido el menor índice desde hace décadas, a lo que el Presidente de la República respondió que en cada año de su gobierno ha habido un incremento que va de cero a casi 2 por ciento del producto y que en el año 2004 se espera llegar alrededor de 3 por ciento, con lo cual cada vez se acerca más a la cifra de 7 por ciento prometida en campaña.

Indicó, asimismo, que hay evidencia de un aumento en el salario real de los trabajadores, que se generan empleos, aunque no suficientes para satisfacer el volumen de la oferta laboral, y avances importantes en salud, afirmaciones todas que fundó en los datos oficiales.

Lo cierto es que los analistas están de acuerdo con que la cifra del crecimiento es contundente y que es un signo claro de la falta de inversión y de vitalidad de la economía, que al no ser reactivada por las políticas vigentes permanece en un estado de estancamiento-recesión. Nadie puede asegurar que la dinámica de los últimos meses signifique que la economía esté en un punto de inflexión para recuperar la senda del crecimiento; persisten grandes diferencias por sector de la actividad y por entidad federativa.

Si se observan las cosas desde otro ángulo aparece que la falta de empleo se ha convertido en un cuello de botella político porque no tiene cabal solución a corto plazo, debido al escaso crecimiento, a las restricciones del mercado laboral y al volumen de la oferta de mano de obra cuyo movimiento se relaciona con el llamado bono demográfico.

Así, los indicadores no dejarán mentir si se sostiene que el problema va en aumento. La tasa abierta de desempleo creció entre 2002 (2.70) y en 2003 (3.25). Y comparando con enero de 2003 con el mismo mes de 2004 hay un incremento de 1.09 por ciento –que es muy considerable- para situarse en 3.81 por ciento. Esto representa aproximadamente a 1.6 millones de personas que estando en edad de trabajar no consiguen ocuparse.

Los datos ofrecidos por el Instituto nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) en su encuesta de empleo urbano son más que elocuentes al señalar que el desempleo es mayo y ha crecido más entre las mujeres que entre los hombres. Pero afecta bastante fuerte a la población de jóvenes entre 20 y 24 años de edad. En este grupo el fenómeno se intensifica y crece a una mayor velocidad.

En enero de este año alcanzó una cifra de 7.7 por ciento que es el doble comparada con la tasa global. Se agrega, igualmente, que entre los desocupados el 47.8 por ciento son personas que tienen los más altos niveles de escolaridad.

Algo está muy mal si lo jóvenes y los de más alta escolaridad no encuentran un trabajo. Como en otras esferas de la vida nacional hay un desperdicio brutal de recursos, en este caso de fuerza laboral. Cancelación de expectativas, frustración, depresión y abandono de compromisos son la secuela que ilustra la información estadística sobre las capacidades del empleo que tiene el país.

¿SERÁ POR TODO ESTO QUE NOS HAN DECLARADO UNA SOCIEDAD ENFERMA?

Pues como no, si de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares, 60 por ciento de los mexicanos más pobres se queda apenas con 25 por ciento del ingreso, mientras que 10 por ciento más rico se embolsa casi 40 por ciento. Hay evidentemente una fractura muy pronunciada en la sociedad sin que se observe en el horizonte una mejoría en la equidad.

Siempre se puede estar peor, lo que se siente cotidianamente. Pero lo que es inaceptable es que se diga o sugiera que estamos avanzando o que el gobierno cumple con sus promesas de bienestar usando cifras desligadas de la realidad.

Hay un espejismo perverso, una especie de esquizofrenia que mina la legitimidad y encona al receptor del mensaje al comparar lo que se le dice con su situación concreta. El renco y la cólera invitan a una respuesta política hacia la búsqueda de otro cambio. El terreno está fértil. El cambio prometido está lejos de ser el deseado.

La pobreza y las malas condiciones de empleo (¿qué come, cómo se cura, cómo se educa la población excluida?) generan desesperación y desesperanza en la gente que mira y siente que la clase política del país carece de eficacia y eficiencia en el manejo de la cosa pública, que no termina por beneficiar sino a ella misma. Que esta en conflictos provocados por intereses de grupo al interior de los partidos, que acusa de malos manejos de dinero a los dirigentes de estas instituciones. La corrupción penetra en el imaginario colectivo, se hule su presencia por doquier.

El teatro de la política contiene un acto en que el gobierno no consigue conciliar a las fuerzas en torno a las reformas que pretende llevar a cabo. La escena revela descoordinación en el poder ejecutivo, falta de jerarquía en las prioridades.

Los hilos del sistema están sueltos. En el público nadie parece quedar satisfecho con el bullicio, en como funciona la división de poderes, el manejo del poder para conseguir más poder, el adelanto de las candidaturas para el 2006. Se vive una democracia aparente en la que se convoca a la participación para refrendar decisiones de cúpula, que ya no engaña y que se ha extendido más de lo debido a casi todo el conjunto de instituciones.

Lo dicho para el campo político es simplemente la recolección de las impresiones que tienen los analistas y lo que señala el ciudadano común. Un colega sociólogo me llamaba la atención al hecho de que la clase política se ha vuelto un estamento, quiere decir que se ha separado de la sociedad, recibe recursos del erario para reproducirse y su interés es ganar posiciones que paguen bien en la administración o en los partidos. Se asiste a un ejercicio patrimonialista del poder.

El interés es obtener los votos indispensables para no salirse del circuito por medio de la mercadotecnia y el manejo de la imagen. N i las ideas sobre el proyecto de nación ni los programas políticos se debaten en lo que puedan tener de substancia. Los procesos políticos no educan a la ciudadanía.

En un libro excepcional escrito poco antes de su muerte, el eminente Doctor Francisco López Cámara, analizó los prolegómenos del colapso del sistema político mexicano en la coyuntura de 1987. Desde entonces hasta ahora ha habido una descomposición de la clase política. Hoy no consigue resolver ni sus propios problemas. Está entrampada y, en consecuencia, sin condiciones a corto plazo de darle una salida al país que haga válidos los principios irrenunciables de la justicia social.

En una encuesta realizada en febrero de este año (Consulta Mitofsky) 68 por ciento de los entrevistados declaró estar en desacuerdo con la reelección de diputados y senadores porque tal medida alimentaría la corrupción. Se niega que los que están sigan en el poder. Una ciudadanía expectante les reclamará o los castigará con su voto, sino es que se abstiene como en las elecciones del año pasado. Por ahora, el deseo de otro cambio es nítido a juzgar por las cifras que arrojan varias encuestas sobre preferencias electorales. Ya veremos.


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