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Universidad y romanticismo
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 28 [2003-04-10]
 

Las raíces del romanticismo se titula un libro que Isaiah Berlin no escribió, pero que recoge, gracias a la cuidada edición de Henry Hardy, una serie de conferencias dictadas por el incomparable historiador de las ideas en la Galería Nacional de Arte de Washington D.C. en 1965. Por voluntad expresa del autor, quien deseaba, pero no consiguió, escribir un libro sobre el tema, las conferencias fueron publicadas post-mortem en 1999 [en español, Madrid, Taurus, 2000]. En ellas, Berlin sostiene una tesis central: que el romanticismo, en sus diferentes expresiones, estableció una ruptura fundamental en la trayectoria de la conciencia occidental, al desafiar los supuestos filosóficos, estéticos y morales de la Ilustración. El movimiento romántico, históricamente situado entre los siglos XVIII y XIX, puso en entredicho los pilares del racionalismo ilustrado, a saber: la confianza en la ciencia como método absoluto de conocimiento, la creencia en que el conocimiento científico podría establecer un principio lógico de orden extrapolable a los dominios de la ética y la política, y, en fin, la convicción de que la ciencia ponía al alcance del hombre los medios para su felicidad en la tierra. En palabras del historiador, “lo que es común a todos (los ilustrados) es la noción de que la virtud reside, en definitiva, en el conocimiento; de que si sabemos lo que somos y lo que necesitamos, y sabemos dónde obtenerlo, y lo hacemos por los mejores medios a nuestra disposición, podemos llevar una vida feliz, virtuosa, justa, libre y satisfactoria” (pág. 48).

La rebelión romántica, protagonizada por filósofos, escritores, músicos y artistas plásticos, principalmente en Alemania, Inglaterra y Francia, aunque luego irradiada al resto de Europa y América, no se articuló en torno a un cuerpo homogéneo de principios y nociones, a un canon estético estricto o a una ideología política común. En todo caso, como argumenta Berlin, los románticos compartían una actitud basada en dos principios fundamentales. Por una parte, la noción de la voluntad ingobernable: “el logro de los hombres no consiste en conocer los valores sino en crearlos” (pág. 160), y por otra la convicción de que no hay una estructura dada de las cosas, “un modelo al que debamos adaptarnos” (p. 161). Ambos principios colocan el acento en la potencia creativa del sujeto y en la urgencia de liberar sus poderes como forma de emancipación. Un nuevo conjunto de valores habría de surgir de esa concepción. La admiración por la sinceridad, la pasión por la libertad y la idea de compromiso social provienen del romanticismo. Por ello se reconoce la impronta romántica en el liberalismo moderno, el socialismo, el nacionalismo y el pluralismo, entre otras consecuencias de largo aliento.

¿Influyó el pensamiento romántico en el ideario de la universidad moderna? Definitivamente y en varias vertientes. En primer lugar, inspiró la reforma universitaria alemana del siglo XIX, de la que habría de surgir el modelo dominante en nuestra época. Esa reforma fue encabezada por el barón von Humboldt con la colaboración de Fichte y Schelling, filósofos idealistas cuyas ideas fueron fundamentales en la orientación del movimiento romántico. La transformación universitaria, experimentada por primera vez en la Universidad de Berlín fundada en 1809, consistió en basar la actividad académica en la investigación y la docencia, en incorporar en la enseñanza los resultados de la nueva investigación y en procurar vínculos entre el conocimiento generado en la institución y el sistema productivo. La reforma fue muy exitosa. Al poco tiempo Alemania se ponía a la cabeza de Europa en el campo de las ciencias, lugar que mantendría más de un siglo. Junto con esa transformación, el pensamiento romántico influyó varios campos de conocimiento, principalmente en las ciencias naturales, las humanidades y, desde luego, el pensamiento social crítico.

Las ideas sociales del romanticismo se reflejan en la perspectiva de concebir la universidad al servicio de causas nacionales. La universidad como “conciencia crítica de la sociedad” es, básicamente, una expresión romántica. También se advierte su eco en las funciones universitarias de extensión y difusión de la cultura. Así, las reformas impulsadas por James Stuart en la Universidad de Cambridge a mediados del siglo XIX, en las que se planteaban formas de acercamiento entre los estudiantes y las clases populares, idea que pronto se difundió en Europa, motivando proyectos de extensión universitaria y servicio social. No menos importantes son las huellas del romanticismo en el movimiento autonomista latinoamericano, principalmente con Eugenio María de Hostos, y en las múltiples iniciativas (en Europa y América Latina) de universidades populares. También en el pensamiento y práctica de Vasconcelos, para aterrizar en territorio mexicano, están presentes los ideales del romanticismo social: “por mi Raza hablará el Espíritu”.


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