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Incertidumbres. Segunda parte
Roberto Rodríguez Gómez
Campus Milenio Núm 45 [2003-08-21]
 

El suicidio es un acto individual extremo y atípico. Su definición escapa de la racionalidad común y cotidiana. Quien se quita la vida toma esa decisión por lo que significa para su persona algún evento y no por el evento mismo considerado en su objetividad. Una misma causa, por ejemplo ser excluido del sistema educativo, perder el trabajo, ver deteriorada la salud, o sufrir una decepción amorosa, afecta en distinto grado a los sujetos que la padecen, porque tiene para ellos diferentes significados e implicaciones. Por ello, y salvo excepciones, las razones del suicida no se entienden fuera de la subjetividad de su contexto y son generalmente apreciadas como inválidas o desmedidas.

Los recientes suicidios de Karina Gaytán y Elizabeth Delgado, ambas jóvenes que en su mensaje póstumo señalaron como motivo no haber sido aceptadas en las instituciones a las cuales deseaban ingresar (el bachillerato de la UNAM y la Normal Superior, respectivamente), provocó toda suerte de reacciones en círculos políticos, académicos y de opinión pública.

Una primera reacción de las autoridades -directa o indirectamente relacionadas con los procesos de evaluación y admisión al ciclo de enseñanza media superior-, buscó deslindar los casos de cualquier falla imputable al procedimiento de selección de aspirantes y en proponer otras hipótesis, en las cuales, por ejemplo, se hizo énfasis en la vulnerabilidad de los adolescentes en situaciones de presión social.

En el extremo contrario, hubo quienes opinaron que dichos suicidios pueden entenderse como consecuencia inmediata de los criterios de exclusión que privan en la educación mexicana. Otras interpretaciones recordaron, por ejemplo, la explicación clásica de Durkheim del suicidio como hecho social: en condiciones de desmoralización de la sociedad, debidas a la cancelación de posibilidades de desarrollo, es más probable que se presenten casos individuales de suicidio en comparación con los que ocurren en circunstancias de expansión de las expectativas.

Una perspectiva muy interesante fue la ofrecida por Gilberto Guevara Niebla en entrevistas y en estas mismas páginas: los suicidios de Gaytán y Delgado muestran, entre otros aspectos, la debilidad del sistema de formación de valores que la educación básica, en particular la secundaria, debería estar atendiendo.

En ese conjunto de opiniones apenas se ha tocado la lógica de la decisión personal: ¿qué clase de oportunidad sintieron perder las jóvenes luego de ser rechazadas del sistema y por qué les afecto a ese grado? Quizás no es casual que fueran precisamente casos del bachillerato de la UNAM y la Normal Superior en los que se presentaron los eventos. Ambas instituciones ofrecen oportunidades desmedidamente mayores a las que disponen otras opciones de educación públicas: ingresar en ellas garantiza, desde el punto de vista de los aspirantes, la prosecución de estudios superiores y a la postre un puesto de trabajo.

Tal vez eso es más claro para los padres de familia, lo que explica que ambas jóvenes sintieran que su fracaso escolar implicaba, sobre todo, una decepción con sus familias. En otras palabras, las jóvenes cargaban con una expectativa familiar que no pudieron satisfacer y de la cual se sintieron directamente responsables.

Hay otro factor. Los procedimientos de selección vigentes para el ciclo medio superior no toman en cuanta la trayectoria académica previa. Hay razones que explican esa decisión pero, al margen de ellas, está el efecto desconcertante para la persona de apreciarse ella misma como buen o buena estudiante si cursó, por ejemplo, estudios de secundaria de manera regular y con buenas calificaciones. Es frecuente la combinación de buenas trayectorias escolares y malos resultados en el examen de selección, la cual seguramente provoca niveles de frustración y descontento. ¿porqué si se siguieron todas las reglas para hacer una buena secundaria no se alcanzan resultados satisfactorios en el examen de admisión al bachillerato? Ni los estudiantes, ni los padres de familia -en el fondo tampoco el autor de estas líneas- encuentran lógica esa ecuación y es natural que la rechacen.

En fin, la infortunada muerte de las estudiantes Gaytán y Delgado ha puesto en la palestra de discusión varios temas y ojala se profundice su debate. Entre otros, la pertinencia del procedimiento de selección de aspirantes al bachillerato; las condiciones de equidad o la falta de ellas en las diferentes opciones del sistema público; la suficiencia o insuficiencia de la oferta; y sobre todo, la necesidad de buscar nuevas definiciones que aproximen de mejor manera las opciones de educación públicas a las expectativas y necesidades de la sociedad.

De alguna manera, este debate se ha entrecruzado con otro, el que se refiere al crecimiento esperado del sistema de educación superior en México. Al respecto, la rectoría de la UNAM ha puesto el dedo en el renglón: el número de nuevas plazas de educación superior generadas por el Estado es insuficiente para cubrir la demanda y, por lo tanto, se requiere una estrategia que dinamice el sistema como tal y que brinde un mayor número de oportunidades a los egresados del bachillerato.

La primera reacción de la SEP fue afirmar que, en términos generales, el sistema está creciendo conforme a lo previsto aunque quizás sea necesario afirmar la pauta de expansión en las zonas y regiones de mayor demanda. Pero el debate no está cerrado. Al contrario, apenas parece comenzar. Nos ocuparemos de ello la próxima semana.


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