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De clasificaciones e indicadores
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 77, pp.9 [2004-04-22]
 

Por segundo año consecutivo la editorial Reader’s Digest México ha publicado la Guía universitaria, de la cual sobresale una clasificación de las “100 mejores universidades de México”, así como las 15 más importantes en cada una de las seis regiones en que se dividió al país. La publicación tiene, como era de esperarse en las de su tipo, una presentación a todo lujo, con detalles que la hacen muy atractiva para el público al que va dirigida: jóvenes de clase media alta.

Además de las clasificaciones antes mencionadas, a las cuales por cierto se les denomina siempre con la palabra ranking, contiene información relativa a la “vida en el campus” de una docena de instituciones públicas y privadas, tanto de la capital como de distintos estados de la república. Se incluye, asimismo, una serie de entrevistas con los “triunfadores”: un político del más alto rango, un conocido comunicador, tres personajes del espectáculo dos profesionistas. Ningún científico, intelectual o luchador social aparece en esta sección.

El ejemplar en cuestión también contiene, entro otras secciones, un autodiagnóstico vocacional, “tips” para mejorar el rendimiento escolar, consejo para emprendedores, los costos de algunas carreras y un directorio de más de 800 instituciones públicas y privadas. Al revisar este último, llama la atención los altos costos de inscripción (arriba de los 5 mil pesos) y colegiaturas (más de 40 mil peso semestrales en promedio) de las instituciones particulares situadas en los primeros lugares de la clasificación.

La jerarquización de las universidades se basó en las opiniones de profesores, empleadores y, por primera vez, de los llamados “head hunters” (personas “contratadas por las empresas para buscar talentos a nivel ejecutivo”).

De esa manera, el Tec de Monterrey con sus distintas subsedes encabeza la lista, seguido por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Iberoamericana, el Instituto Politécnico Nacional (IPN), el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), la Universidad Anáhuac, la Universidad Lasalle, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la Universidad el Valle de México y la Universidad de Las Américas, Puebla.

Otras universidades públicas de gran tamaño como la Universidad Autónoma de Nuevo León, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Veracruzana, la Benemérita de Puebla y la Universidad Pedagógica Nacional aparecen en los lugares 14, 15, 18, 19 y 36, respectivamente. En el nivel regional, la clasificación correspondiente al noroeste ubica a la Universidad de Sonora (Unison), la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) y el Tec sonora a la cabeza. La del centro-norte clasifica en los cuatro primero lugares al Tec campus Monterrey, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), la Universidad de Monterrey y la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

La jerarquización de la región centro otorga a la UNAM, la Ibero, el IPN, el ITAM y la Anáhuac, los primeros lugares. En la correspondiente al golfo-sur, la Universidad de Las Américas (UDLA), la Veracruzana, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), encabezan el listado de instituciones.

Finalmente, en el sur-sureste, los primero lugares son ocupados por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), la Universidad del Mayab, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) y la Universidad Autónoma de Campeche (UAC).

Llama la atención que, de acuerdo con esta clasificación, sólo tres de las instituciones públicas (UNAM,IPN, y UAM) estén consideradas entre las diez primeras a nivel general. El resto está integrado por instituciones consideradas de “élite”, por su alto costo. Sólo cuando la jerarquización se hace a nivel regional, la situación es un poco distinta.

Una de las implicaciones del ranking aquí referido –independientemente de las limitaciones de sus indicadores- es que nos lleva a reflexionar que la calidad de la educación superior se halla desigualmente concentrada, tanto a nivel nacional, como de los ámbitos regionales.

También es importante destacar que hubo aspectos de la vida académica –como la investigación y la difusión cultural- a los cuales, tanto los observadores externos como algunos internos, no prestaron la debida atención. A veces parece olvidarse que la educación universitaria tiene como objetivo primordial el desarrollo integral de los estudiantes y no reducirla sólo a la capacitación para el mercado laboral.

Más allá de sus propósitos comerciales, publicaciones como la que aquí se ha comentado, sirven para informar a los futuros universitarios en sus decisiones y para continuar discutiendo acerca de los criterios más adecuados para juzgar la calidad de las instituciones de educación superior.


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