El seminario “Políticas de Evaluación y Acreditación Universitaria” celebrado recientemente en Córdoba, Argentina, fue el motivo para discutir estos dos temas, que son del mayor interés en los debates que actualmente se lleva a cabo en América latina en el terreno de la educación superior. Un par de aspectos de gran relevancia en este sentido fueron, por un lado, el que se refiere a la indiscutible necesidad de continuar con el perfeccionamiento de los mecanismos de evaluación de las instituciones de enseñanza superior en la región y, por el otro, el énfasis de que es menester la construcción de una mirada propia acerca de la calidad universitaria latinoamericana. Conviene recordar a este respecto, que con frecuencia se han seguido de manera mecánica y acrítica los modelos de acreditación y evaluación de los países económicamente más avanzados, sin dar el peso debido a la especificad de los establecimientos universitarios de América Latina.
Ha sido ampliamente documentado, por ejemplo, que la región sigue padeciendo tremendos niveles de pobreza y abismales desigualdades en la distribución de la riqueza. Además, en algunos países los procesos evaluativos son aún incipientes, mientras que en otros los programas que valoran el desempeño institucional presentan altos niveles de consolidación. Esta situación le imprime a la región una característica distintiva con respecto a los países donde provienen los modelos antes mencionados.
Uno de los sistemas universitarios que con mayor frecuencia se ha tomado como modelo de referencia es el que corresponde a los países del viejo continente, donde desde hace algunos años se ha venido construyendo el llamado “espacio europeo común de educación superior”, cuyo objetivo es lograr el pleno reconocimiento de títulos y la movilidad de estudiantes para el año 2010.
Los países agrupados endicho espacio han venido trabajando de manera ordenada y los avances alcanzados en este sentido han sido dignos de admiración. Para ello han tomado ventaja, entre otras cosas, de su cercanía geográfica, las reducidas asimetrías entre sus sistemas económicos, así como de su larga experiencia en la realización de acuerdos económicos y políticos.
En contraste, entre algunas de las naciones latinoamericanas aún persisten serias diferencias ideológicas y políticas, así como la falta de conocimiento mutuo y, en algunos casos, todavía se mantienen considerables niveles de heterogeneidad institucional. Más aún, se observa una situación paradójica que consiste en tener mayores niveles de colaboración académica con Europa y Estados Unidos, que entre los propios países de la región.
Es por ello muy conveniente que en encuentros como el que aquí se reseña, se discutan de manera crítica este tipo de temas, pues muchas veces sucede que las recomendaciones y la toma de acuerdos se lleva a cabo más técnico-burocrática, que con un conocimiento cabal de las particularidades de las instituciones universitarias de cada región.
En muchas ocasiones, se pasa por alto que las universidades latinoamericanas tienen características y tradiciones muy diferentes a las de sus contraparte europeas y norteamericanas. Son dichas características y tradiciones las que les han dado una identidad que merece ser reconocida y apreciada, sobre todo cuando han contribuido al enriquecimiento de la cultura y al examen crítico del funcionamiento de la sociedad.
Sin demérito de los procesos de transformación dirigidos a reencauzar y mejorar la vida académica y su relación con el entorno social, no se puede ignorar que la mayor parte de los procesos de evaluación en América Latina, cuando menos, se han llevado a efecto en condiciones de fuerte contracción de las economías nacionales. Ello ha repercutido de manera muy desfavorable en los recursos financieros que los gobiernos otorgan a los establecimientos públicos en la lógica, cada vez más implacable y extendida, de hacer más con menos.
