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Los jóvenes y el sombrío mundo del trabajo
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm 88 [2004-07-08]
 

La dinámica del capitalismo y su exigencia de apropiación de trabajo excedente demanda a este modo de producción su continua expansión y ampliación de la base humana susceptible de ser explotada. La crisis experimentada por las economías capitalistas, desde el inicio de la década de los 70, puso en evidencia la necesidad de buscar nuevas formas de obtención del trabajo excedente y, de esta necesidad, surgieron las propuestas globalizadoras y de cambios en el perfil de la fuerza de trabajo.

Despido masivos, combate al sindicalismo y amenazas de cierre de empresas han sido, entre otras, estrategias utilizadas por el capital a efectos de instalar nuevas prácticas productivas y de comercialización generalizadas en todo el mundo. Las empresas, ahora, buscan trabajadores desprovistos de identidad de clase: una fuerza de trabajo sin pasado ni memoria de las conquistas históricas que desembocaron en derechos laborales y contrataciones colectivas. Sin duda, entre toda la población, hoy son los jóvenes los que mejor cumplen estas características.

No es de extrañar entonces que el capitalismo actual este llamando con fuerza a los jóvenes para que se incorporen al mundo laboral. El hecho de que hoy sean precisamente los jóvenes quienes registran las tasas más altas de desempleo no debe interpretarse como resultado del valor que otorga el nuevo capitalismo a “la experiencia” de los trabajadores adultos. Lo que está pasando es que los jóvenes son los recién llegados al mercado de trabajo y su integración a la población ocupada solamente puede realizarse si se desocupan puestos o si se crean nuevos empleos.

Los adultos, quienes todavía se encuentran cobijados bajo las conquistas históricas del trabajo obrero –en términos de estabilidad, acuerdos salariales y seguridad social- se irán extinguiendo hasta la exclusión definitiva y, cuando esto suceda, como lo ha señalado Zygmunt Bauman (1998), el mundo quedará poblado por consumidores y pobres.

Para ese entonces, los jóvenes de hoy y los de mañana habitarán el nuevo mundo flexible que hoy estamos construyendo bajo el liderazgo de “la mano invisible” del mercado.

En México los propósitos de humanización, de racionalidad autoformativa o de sanción edificada del trabajo (Weber), propios de la figura de “el trabajador” del viejo capitalismo, nunca se erigieron del todo como motivo principal del trabajo. Ahora, bajo el mandato de la mano invisible, esos propósitos se encuentran todavía más debilitados.

A modo de ilustración se pueden referir los datos de la Encuesta Nacional de Juventud, realizada en el año 2000, que muestran que muchos jóvenes mexicanos, independientemente de su nivel educativo, consideran el trabajo, ante todo, por su utilidad para obtener dinero.

Pero, por lo general, la mayoría de las ocupaciones a las que pueden acceder muchos jóvenes mexicanos, independientemente de su nivel educativo, consideran el trabajo, ante todo, por su utilidad para obtener dinero.

De hecho, para el año 2000, según datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), cerca de 70 por ciento de la población ocupada, de edades entre 15 y 29, recibía ingresos de, cuando mucho, dos salarios mínimos. Como es natural, esto es causa de frustración. Confronta y erosiona la referencia al trabajo como sentido de vida e instala el “somos pobres” como auto significación de la sociedad mexicana y, particularmente de la que viven los jóvenes.

La pobreza real e imaginada en la que hoy viven muchos jóvenes del país es un indicador de fracaso de la sociedad mexicana. Tantos jóvenes mexicanos, que deben trabajar aceptando bajos salarios, vulnerables social y políticamente, acostumbrados a la desprotección institucional, con escasa significación propia como ciudadanos, y con la autoreferencia de ser parte de una sociedad pobre, son testimonio de este fracaso.

Sabiéndose parte de la pobreza, actualmente los jóvenes se encuentran en el umbral de un mundo que anuncia que la competencia ya ha iniciado y que, poco a poco, los competidores irán conociendo el lugar que les corresponde en la nueva sociedad que se nombra globalizada. ¿Cuál será, en esta sociedad, el lugar de los rezagos?

Muchos políticos hoy llaman a la pobreza “rezago”. En un mundo que se divide en perdedores y ganadores, los rezagados son los probables perdedores que no quieren ser excluidos de la competencia. En estas circunstancias, lo que ahora está pidiendo la sociedad mexicana a sus jóvenes es: esfuerzo, mucho esfuerzo, al tiempo que les cierra los espacios y las posibilidades de realización de sus esfuerzos: lo público está siendo prácticamente aniquilado y la privatización de “lo social” se está dando a un ritmo inusitado.

Educación, salud, seguridad y hasta el trabajo se han convertido en mercancías que deben adquirir “los consumidores” en el mercado, aunque los recursos disponibles “de los pobres” no alcancen para hacerlo, de acuerdo con las propias necedades.

Pedirles esfuerzo a los jóvenes, así en estas condiciones, es injusto y, por lo tanto, es inmoral. No resulta novedad decir que la sociedad mexicana ha sido injusta con sus jóvenes. Lo nuevo es que, ahora, la injusticia de la sociedad mexicana (empujada por la sociedad globalizada) ha llegado al extremo de querer obligar a sus jóvenes a vivir bajo el sentimiento de que, aún estando en desventaja y sin contar con ninguna protección. Para sobrevivir, tienen que entrarle “con todo” al juego impuesto por el nuevo capitalismo.

Muchos jóvenes mexicanos están haciendo el esfuerzo que se les demanda. Están apostando su juventud en este juego, aportando la sangre nueva que les reclama el nuevo capitalismo para “hacer dinero”. Otros, están usando su juventud para evadir, de distintas maneras, el dolor que les provoca la traición de su sociedad que los entrega, sin protección y prácticamente sin apoyos, a una lucha darviniana (la selva).

Se preguntan estos jóvenes: esfuerzo, ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Dónde? Aquellos tiempos en los que los jóvenes encontraban sentido en los actos heroicos, como los de tirarse de un precipicio para defender a la patria, ya han pasado. A los que alguna vez lo hicieron en Chapultepec, hoy ya se les ha borrado la historia.


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