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La evaluación del posgrado
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm 141 [2005-08-18]
 

En México existen casi cinco mil programas de posgrado en los diferentes niveles (especialidades, maestrías y doctorados) y tanto en instituciones públicas como privadas. Una mala noticia para cientos de ellos es que fueron valorados negativamente. En días pasados el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) informó que se rechazaron 420 programas que intentaron acceder al Programa Integral de Fortalecimiento del Posgrado (La Jornada 15/08/2005).

El Programa Integral de Fortalecimiento del Posgrado (Pifop), puesto en marcha en la actual administración, es uno de los más sobresalientes para ese nivel educativo. Pero se trata solamente de una iniciativa, no siempre afortunada, de entre las varias que operan en este nivel educativo y que buscan un reordenamiento de la gran diversidad de programas y calidad de estos estudios.

El nivel de posgrado tiene una escasa proporción en el sistema educativo. Las cifras para el ciclo escolar que recientemente concluyó, estimaban una matrícula de apenas 147 mil alumnos, cuyo mayor volumen corresponde a la maestría (71 por ciento), después a las especializaciones (20 por ciento) y finalmente al doctorado (9 por ciento; 12,700 alumnos). La matrícula en educación básica es de más de 24 millones.

Pero, aparte de su reducido tamaño, otro problema es su concentración en unas pocas entidades federativas y en unas cuantas instituciones. La oferta educativa se concentra en buena medida en el Distrito Federal (poco más de una cuarta parte) y en el Estado de México, así como en los estados de mayor desarrollo, como Jalisco, Nuevo León o Puebla. La dificultad es que cuando se amplió la oferta, especialmente en la década pasada en donde se triplicó la matrícula (pasó de 44 mil a poco más de 139 mil entre 1990 y el 2003), lo hizo en la mayoría de los casos sin la correspondiente infraestructura para ofrecer el servicio y sin el personal debidamente calificado.

Al inicio de la actual administración se puso en marcha el Programa para el Fortalecimiento del Posgrado Nacional (PFPN) con la idea de asegurar la calidad de los programas que se ofrecían. Las dos componentes esenciales de tal programa fueron el Padrón Nacional de Posgrado (PNP) y el Pifop.

El PNP se integró en el 2002 y es básicamente un mecanismo de discriminación del conjunto de programas que pululan. Pero, a diferencia del padrón de excelencia que estaba en operación desde el comienzo de los años noventa y que actualmente solamente incluye nueve programas, en el actual se reconoció no solamente a los posgrados orientados claramente a la investigación sino también a aquellos que tenían un interés profesionalizante.

Los programas que forman parte del padrón se clasifican en: competentes a nivel internacional, aquellos programas que cumplen satisfactoriamente e incluso superan todos los requisitos e indicadores de registro, y los de alto nivel, aquellos que cumplen los requisitos pero no alcanzan una competitividad internacional. Según las cifras disponibles de Conacyt, actualmente están registrados 244 programas en el PNP y de ellos 32 son competentes a nivel internacional.

El Pifop es el otro componente del PFNP. De acuerdo a su propuesta, su función esencial es apoyar los programas para que logren su registro en el PNP. En ese sentido se trata de un programa en evolución (actualmente está en operación la versión 2.0), en el que se plasman prioridades y articulado tanto a los planes de desarrollo institucional como a las metas para el nivel de licenciatura. Es el equivalente al Programa Integral de Fortalecimiento Institucional que existe para la licenciatura -programa que ya está en su tercera versión- y con el que se tiene que articular.

Las solicitudes de ingreso al Pifop son evaluadas por comités de área designados por el Consejo Nacional de Posgrado y valoran, especialmente, los planes de las instituciones para consolidar sus programas, así como las posibilidades que tienen de lograr su ingreso al PNP. Los dictámenes y los reportes de evaluación son enviados a los responsables de los programas y estos últimos, si lo consideran conveniente, pueden impugnarlos. De acuerdo a las cifras que aparecen en la página web de Conacyt, actualmente están registrados 457 programas en el Pifop.

Al parecer, la cifra de 457 ya incluye los resultados de la evaluación más reciente aunque tiene una ligera variación. Según los datos que ofreció la directora adjunta de Formación de Científicos y Tecnólogos del Conacyt, Silvia Álvarez, en este año se presentaron 871 solicitudes, de las cuales se aprobaron 451 (no 457), lo que representa el 52 por ciento (La Jornada 15/08/2005). El dato es interesante porque, de acuerdo a la misma funcionaria, el porcentaje de solicitudes rechazadas fue similar a las del año pasado.

La importancia de que un programa pertenezca al Pifop radica en la posibilidad de contar o no con apoyos financieros extraordinarios y becas para los estudiantes. Los estudiantes que obtienen beca, la conservan aunque el programa sea retirado del PNP o del Pifop; solamente los estudiantes que ingresaron por primera vez con posterioridad a la valoración negativa del programa ya no reciben beca.

El reto para los estudios de posgrado es doble: no solamente falta asegurar la calidad de los estudios que se ofrecen, y asegurar una real evaluación, sino también ampliar urgentemente e impulsar las oportunidades. Nada más y nada menos.


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