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Corea del Sur frena su propio avance educativo
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm 445 [2012-01-12]
 

La educación en el mundo

El presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, tiene un mensaje para los que buscan la universalización de la educación superior: cuidado con lo que desean.

Contrario a lo que aspira la mayoría de los países del mundo, el mandatario asiático quiere reducir el número de estudiantes que ingresan a las universidades del país. La razón: no hay suficientes trabajos para tantos egresados universitarios.

“El ingreso imprudente a la universidad está ocasionando grandes pérdidas a las familias y al país mismo”, dijo Lee en declaraciones hechas públicas en octubre. Por ejemplo, abundó, “los futbolistas profesionales sólo tienen que saber pegar al balón. No necesitan ser egresados de la Universidad Nacional de Seúl”.

Es un mensaje sorprendente para un país que se ha convertido en modelo internacional en materia educativa, tanto por el tamaño de su matrícula que por la calidad de sus estudiantes, medidos en términos de pruebas internacionales. El Presidente estadounidense Barack Obama, por ejemplo, no se cansa de citar al tigre asiático como la inspiración para su ambicioso plan de incrementar el número de egresados universitarios en 5 millones para 2020.

No es para menos.

Después de 20 años de expansión galopante en su sistema de educación superior, el 82% de los surcoreanos ingresan al nivel superior, en lo que representa la tasa más alta entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Es, sin duda, un logro impresionante para un país que hace relativamente poco contaba entre los más pobres del mundo; en 1977, menos del 5% de los surcoreanos entre 18 y 22 años asistían a la universidad, según un reportaje en el diario semanal estadounidense The Chronicle of Higher Education. Hoy el 60% de los surcoreanos entre 25 y 34 años de edad cuenta con un título universitario, comparado con el 40% en Estados Unidos, según cifras del OCDE.

Además, el sistema de educación básica surcoreana es considerado entre los mejores del mundo. Sus alumnos se colocaron en primer lugar en matemáticas y lectura, y en tercer lugar en ciencias, en la más reciente prueba PISA. (La prueba es aplicada por la OCDE a estudiantes de 15 años en sus 34 países miembros y varios países más). En comparación, los alumnos mexicanos se colocaron dentro de los últimos lugares, mientras los estadounidenses se ubicaron a la mitad o hacia el final, según la materia.

Sin embargo, uno de los logros más reconocidos de Corea del Sur parece haberse convertido en problema.

A pesar de que la economía surcoreana está relativamente robusta – creció 6.1% el año pasado – el 40% de los recién egresados universitarios no encuentran trabajo, según un estudio de 320,000 egresados realizado por el diputado federal Lee Jae-sun el año pasado. Otros estudios recientes estiman que el nivel de desempleo entre los egresados con menos de 30 años supera el 20%.

Entre los afortunados que encontraron empleo en el primer año después de titularse, la mitad ganaban menos de US$1,400 al mes – monto insuficiente para repagar sus deudas estudiantiles. Como es el caso de Estados Unidos y Chile, Corea de Sur enfrenta una explosión en la deuda estudiantil; el número de morosos en el país asiático disparó de 670 casos en 2006 a 25,366 en 2010, según un reportaje en University World News.

Entonces, ¿qué falló con el milagro surcoreano?

Parte del problema, dicen educadores y empleadores, está en la creciente mediocridad de las universidades coreanas, problema a su vez relacionado con la masificación del sistema desde la década de los 80. De las 140 universidades públicas y privadas en Corea de Sur, sólo la Universidad Nacional de Seúl figura consistentemente entre las primeras 200 universidades del mundo en los rankings internacionales. Tal situación es aún más sorprendente dada la alta producción científica de las universidades surcoreanas– un indicador que pesa mucho en los rankings.

Sin embargo, el enorme incremento de estudiantes no ha sido acompañado de un incremento comparable en la cantidad de fondos destinados a las universidades. Corea del Sur gasta menos que el promedio de los países de la OCDE en educación superior: US$7,796 contra US$8,970, según las cifras más recientes de la OCDE, de 2007. En comparación, Estados Unidos gastó US$24,230 por estudiante en ese año. A su vez, hay 30 alumnos surcoreanos por profesor, comparado con el promedio de 16 de la OCDE. Otros problemas citados del sistema de educación superior surcoreana son la falta de énfasis en el pensamiento crítico y la poca relación entre lo que enseñan la universidades y las habilidades que requiere la industria surcoreana.

Sin embargo, hay otro problema más general que debe de preocupar a gobiernos en todo el mundo. El boom informático y tecnológico de las últimas décadas, del cual ha sido líder y beneficiario Corea del Sur, no necesariamente genera una mayor demanda para trabajadores con altos niveles de estudios. Al contrario, hay cada vez más software y robots que pueden realizar trabajos que antes requerían de ejércitos de trabajadores humanos. También, la revolución informática facilita el outsourcing de trabajos a otros países, en donde el costo de la mano de obra es menor. (Un ejemplo son los abundantes servicios de call centers en la India).

Según el Presidente Lee, la solución para su país está en reivindicar los estudios preparatorios como punto final para muchos estudiantes. Según esta lógica, el sistema universitario se retornaría más eficiente y efectivo, permitiendo al país mejorar su desempeño en ciertas industrias estratégicas. A la vez, bajarían los niveles de desempleo entre los egresados universitarios, y entre los jóvenes en general.

Aún así, ¿cómo convencer a miles de jóvenes de abandonar a sus aspiraciones universitarias, sobre todo en una cultura que otorga un altísimo valor a la educación? Sin duda, requeriría de un cambio cultural muy fuerte, tanto familiar como empresarial. El presidente ha ofrecido incentivos económicos a las empresas que contratan a trabajadores con sólo estudios de preparatorio. Pero falta ver qué impacto tendrán estas medidas.

Por otro lado, ¿qué lecciones deja el dilema coreano para países como Estados Unidos o México? ¿Deben estos gobiernos abandonar a sus aspiraciones a ampliar la matrícula en educación superior?

No necesariamente. En el caso de Estados Unidos, el país está lejos de alcanzar la el porcentaje de egresados universitario que tiene Corea del Sur. Y va en retroceso. En menos de dos décadas, Estados Unidos ha bajado del primer lugar al doceavo lugar a nivel mundial en el porcentaje de jóvenes entre 24 y 35 años con título universitario.

Parte del problema está en la falta de equidad en el acceso a la universidad. Mientras el 42 de anglosajones de entre 25 y 34 años de edad cuenta con un título universitario, sólo el 26% de los afroamericanos y el 18% de los hispanos cuentan con el título, según un estudio reciente del National Center for Higher Education Management Systems. Como estos últimos grupos tienen mayores tasas de natalidad que los anglosajones, se estima que la brecha se ensanchará aún más, con repercusiones tanto económicas como sociales para el país.

El Presidente Obama ha buscado remediar el problema a través de la American Graduation Iniciative (Iniciativa Americana para el Egreso) de 2009. Ésta invertiría miles de millones de dólares en la expansión de la red de Community Colleges, que atienden a gran parte de los estudiantes afroamericanos e hispanos. Sin embargo, la iniciativa ya ha enfrentado enormes recortes presupuestales, debida a la crisis económica y el parálisis legislativo en Washington.

En el caso de México, el país sólo sueña con tener los problemas de Corea del Sur. Actualmente, sólo el 20% de los jóvenes mexicanos entre 25 y 34 años cuentan con un título universitario, y muchos son egresados de universidades de muy baja calidad.

No obstante, el dilema que enfrenta Corea del Sur podría ser compartido por muchos países. No es sólo el resultado del éxito de país asiático en materia educativa. Más bien, es reflejo de la poca claridad que existe – aún en los países más desarrollados - en torno al papel que debe jugar la educación superior en el Siglo XXI.


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