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Estado, desarrollo e innovación
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm 457, pp.14 [2012-04-12]
 

En los actuales tiempos electorales, la relectura del libro del urbanista y sociólogo español Manuel Castells, La sociedad red, primero de la trilogía La era de la información: economía, sociedad y cultura, resulta de enorme utilidad para entender el papel del Estado en el desarrollo económico y la innovación tecnológica, así como sus repercusiones en las esferas social y cultural. La revisión de esta obra también es pertinente para contextualizar y orientar las discusiones que se están comenzando a plantear alrededor de la creación de una Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, idea que parece ir tomando cada vez mayor consenso para ser incluida en las plataformas políticas de los partidos políticos que contendrán en las próximas elecciones.

Castells señala que, para entender la relación entre tecnología y sociedad, el papel del Estado —ya sea para obstaculizar, estimular o conducir la innovación tecnológica—, es un factor decisivo dentro de todo el proceso, ya que expresa y organiza las fuerzas sociales y culturales dominantes en un espacio y tiempo determinado. En gran medida, la tecnología expresa la habilidad de una sociedad para impulsarse a sí misma en el dominio tecnológico mediante diversas instituciones, incluyendo el Estado mismo. El proceso histórico mediante el cual el desarrollo de las fuerzas productivas tiene lugar, asigna las características de la tecnología así como su capacidad de enlace y articulación dentro de las relaciones sociales.

Para ilustrar lo anterior, Castells ofrece los ejemplos de China y Japón, quienes a lo largo de la historia han pasado por periodos de desarrollo tecnológico, aislamiento y resurgimiento técnico-económico. En el primer caso, resulta muy interesante saber que a principios del siglo XV, la sociedad china era la civilización más avanzada del mundo debido al número de invenciones que había realizado. Los desarrollos tecnológicos en las áreas metalúrgica, mecánica, agrícola, textil, hidráulica, química, naval, médica, papelera y de impresión, precedieron con mucho a lo hecho en el mundo occidental. Sin embargo, la sociedad china se mantuvo en aislamiento del resto del planeta durante un largo periodo. El autor se pregunta ¿por qué una cultura que por siglos había sido líder en el terreno tecnológico durante tanto tiempo repentinamente se estancó precisamente cuando Europa se había embarcado en una era de descubrimientos que antecedieron a la revolución industrial? La respuesta para explicar dicho conservadurismo tecnológico parece tener como factor determinante los temores de la clase dominante china respecto al impacto potencial disruptivo del cambio tecnológico sobre la estabilidad social.

Para el autor, existen dos grandes enseñanzas derivadas de este caso de desarrollo tecnológico interrumpido. Por un lado, el Estado puede ser, y así lo ha sido a lo largo de la historia, una fuerza líder para la innovación tecnológica; por el otro, debido a esto mismo, cuando el Estado da marcha atrás en su interés por el desarrollo tecnológico, o se vuelve incapaz de llevarlo a cabo bajo nuevas condiciones, el modelo estatista de innovación conduce al estancamiento, debido a la esterilización de la energía innovadora autónoma de la sociedad para crear y aplicar la tecnología.

En el caso de Japón, también mantuvo su aislamiento de occidente por largo tiempo, incluyendo el periodo entre 1636 y 1853, precisamente durante el cual se inició la formación del sistema industrial norteamericano y europeo. Sin embargo, a partir de 1868 con la Restauración Meiji, se dieron las condiciones políticas para una modernización encabezada por el Estado, a partir de la cual Japón progresó en la tecnología avanzada a pasos agigantados. Una de las experiencias más exitosas ha sido, como se sabe, en el terreno de la ingeniería eléctrica y en las comunicaciones. Puede decirse, de paso, que la infraestructura construida en este terreno, arrasada durante la Segunda Guerra Mundial por los aliados, permitió recuperar la experiencia y los conocimientos necesarios para la reconstrucción.

Otro caso destacado por Castells fue la incapacidad del estatismo soviético para manejar la revolución producida por la tecnología de la información, la cual provocó la paralización de su capacidad productiva y la pérdida consecuente de su poderío militar. Los tres ejemplos muestran que la intervención del Estado puede servir para estimular u obstaculizar el desarrollo tecnológico de un país. Por supuesto que la sola acción del Estado no es suficiente pues éste deberá tener, además, la capacidad de concertar los esfuerzos de los distintos sectores que integran una sociedad determinada.

Sería muy conveniente que quienes intervengan en las discusiones y debates no sólo en torno a la creación de la nueva secretaría, sino a la estructuración de una nueva estrategia nacional para el desarrollo científico, tecnológico y la innovación, tuvieran en cuenta las reflexiones y la información ofrecida por Castells y otras obras sobre este mismo tema.


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