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Cursos en línea: ¿futuro o fin de la universidad?
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm. 482 [2012-10-11]
 

Cuando hace una década, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) lanzó su proyecto OpenCourseWare, dando acceso gratuito a una selección de materias en Internet, muchos vaticinaron el fin de la universidad tradicional. Aún no ha sucedido, en parte por los límites tecnológicos del modelo.

Pero tales profecías se han intensificado en el último año a raíz del surgimiento de un nuevo fenómeno en la educación a distancia: los cursos masivos abiertos en línea (MOOC por sus siglas en inglés). Los MOOC, que han permitido a casi 2 millones de estudiantes en todo el mundo acceder a cursos de las mejores universidades de Estados Unidos, han irrumpido como un tsunami en el escenario de la educación superior.

¿Pero en realidad es justificada tanta alharaca? A un mes de haber empezado un MOOC impartido por uno de los líderes en la materia, tengo mis dudas. Me parece que lejos de marcar el fin de la universidad tradicional —es decir, con clases presenciales impartidas dentro de un campus de ensueño— estamos más bien presenciando su democratización. O por lo menos, eso espero.

Empezamos por el modelo y los argumentos a favor.

Los MOOC prometen una educación de clase mundial – todo de forma gratuita. Como el nombre sugiere, no hay límite en el número de estudiantes que pueden cursar la materia. En contraste con OpenCourseWare, que consiste principalmente en dar acceso gratuito a las ponencias y lecturas de cursos presenciales existentes, los MOOC son diseñados para ser impartidos en línea, ya que incorporan exámenes de respuesta múltiple y foros con otros estudiantes. También, suelen ser mucho más cortos; la materia que estoy cursando, Statistics One, dura solo seis semanas. En algunos casos, hasta otorgan certificados de estudios con el nombre de la universidad, aunque dejan claro que no equivalen a un título universitario.

El término MOOC fue acuñado en 2008 para referirse a un curso interactivo en línea impartida en la Universidad de Manitoba a 2,300 estudiantes. Tres años después, dos profesores estrella de Stanford, Sebastian Thrun y Peter Norvig, utilizando una plataforma parecida, ofrecieron un curso en inteligencia artificial a más de 160,000 estudiantes en 190 países. A unas semanas de empezar el curso, la mayoría de los 200 estudiantes inscritos de forma presencial en Stanford dejaron de asistir a clases, prefiriendo seguir las ponencias a través de la Web.

Thrun, quien es un vice-presidente de Google y un rockstar de la robótica, quedó impactado por la experiencia. Junto con dos colegas, decidió crear su propia compañía, Udacity, para ofrecer cursos masivos a un público cada vez mayor. “Después de hacer esto, no puedo dar otra clase en Stanford,” contó a un congreso de educación digital en Alemania en enero. “Siento que hay una pastilla roja y una pastilla azul, y puedes tomar la pastilla azul y volver a tu aula y dar clase a 20 estudiantes. He tomado la pastilla roja y he visto al país de las maravillas”.

Unos meses después, otros dos profesores de computación de Stanford, Andrew Ng y Daphne Koller, lanzaron una compañía rival, Coursera. La empresa imparte cursos masivos a través de un consorcio de más de 30 universidades de primer nivel, incluyendo varias en el extranjero. Y en mayo, Harvard y MIT anunciaron su proyecto edX, que arrancó con una inversión inicial de 60 millones de dólares. Junto con la Universidad de Berkeley, que se sumó al proyecto en julio, se están desarrollando una plataforma de acceso abierto para que otras universidades puedan armar sus propios MOOC. A diferencia de Udacity y Coursera, edX no tiene fines de lucro.

Sin duda, el éxito de los MOOC es algo impresionante, para no decir sorprendente. Para agosto, Coursera anunció que tenía 1 millón de estudiantes registrados a sus cursos y Udacity reportó tener unos 740,000. Si se suman los 104 millones de personas que han accedido al proyecto OpenCourseWare durante los últimos 10 años, se ve claramente el interés generado por el nuevo modelo de educación gratuita en línea, de la cual los MOOC son la última manifestación.

Pero si estamos ante un nuevo paradigma en la educación superior, ¿de qué magnitud? ¿Y con qué consecuencias?

Según Thrun, el cambio que viene es enorme. En una entrevista en marzo con la revista Wired, vaticinó que dentro de 50 años sólo habría 10 instituciones de educación superior en todo el mundo, y Udacity podría ser una de ellas. Vende su modelo como la solución al enorme costo de la educación superior y a la deuda estudiantil. En 10 años, pronostica, los egresados del programa podrían utilizar sus cursos como credenciales para conseguir trabajo, sin haber incurrido en deudas astronómicas.

Simon Marginson, experto en educación superior de la Universidad de Melbourne, también pronostica una fuerte crisis para las universidades, sobre todo las de segundo nivel. En una columna publicada en septiembre en University World News, compara el efecto de las MOOC con el golpe sufrido por la industria editorial por la llegada del Internet. Al ofrecer cursos impartidos por los mejores profesores del mundo, argumenta, los MOOC no solo representan “una ventaja” sobre la oferta de la mayoría de las universidades, “sino la dominación total”.

De igual forma, la calificadora de riesgo Moody´s pronosticó este mes que los MOOC mejorarían las perspectivas económicas de las universidades de mayor reputación, y pegarían a las pequeñas —sobre todo de las instituciones con fines de lucro, muchos de las cuales se han enfocado en ofrecer carreras en línea.

Tales pronósticos ayudan a explicar el frenesí por parte de las principales universidades del país de participar con sus propios MOOC. En un caso ejemplar en junio, la junta directiva de la Universidad de Virginia orquestó la renuncia de la rectora, Teresa Sullivan, citando su aparente resistencia a adoptar nuevos modelos de educación a distancia. Sullivan negó la acusación y logró ser reinstalada en su puesto dos semanas después. Pero en julio, la universidad firmó un contrato con Coursera para impartir cursos masivos en línea. Aunque oficiales de la universidad afirmaron que el contrato fue negociado desde antes de la renuncia de Sullivan, el conflicto ejemplifica la presión que sienten las universidades de sumarse a los nuevos modelos de educación en línea.

Aun así, no todos ven a los MOOC como la panacea a los problemas de acceso y costo de la educación superior, ni que van a remplazar a los modelos tradicionales de la educación superior. Por principio, el modelo presenta grandes limitaciones, tanto en términos prácticos como culturales.

Empezamos por la actitud de los estudiantes. Más de 90 por ciento terminan abandonando los cursos dentro de las primeras semanas, según los datos de Coursera y Udacity. Los cursos también han enfrentado graves problemas de plagio —algo sorprendente, dado que la mayoría de los cursos no otorgan créditos universitarios. Coursera reconoció el problema públicamente en agosto e implementó un sistema a través del cual los estudiantes firman un “código de honor”, comprometiéndose a entregar trabajo original. Falta ver si esta medida dará los resultados deseados.

Otra cuestión no resuelta es el modelo económico de los MOOC. Se ha hablado de la posibilidad de generar recursos a través de la venta de certificados de terminación del curso, o por la venta de listas de estudiantes competentes en ciertas materias a empresas de head-hunters. Pero por el momento, la mayoría de las compañías están sobreviviendo en base a dinero semilla por parte de inversionistas —dinero que pronto se acabará.

También, hay estigmas culturales asociadas a la educación en línea, sobre todo con las nuevas modalidades no tradicionales. “Los MOOC son los aretes de nariz de la educación superior” dice David Youngberg, un profesor de economía de Bethany College, en una columna publicada en agosto en The Chronicle of Higher Education. Argumenta que los empleadores prefieren a gente cuyas credenciales se consiguen de forma tradicional y que son renuentes a contratar a “gente rara”.

Otros escépticos citan la mediocre calidad de muchos de los cursos, a pesar de ser elaborados por profesores de las universidades más renombradas del mundo. Como dice Youngberg, “el que alguien sea buen profesor en el aula no significa que brillará en línea”.

Tales problemas no son exclusivos de los MOOC. Pero el formato los exacerba, por la poca interacción que hay entre el profesor y los alumnos. Mientras en algunos casos, los profesores pueden optar por participar en foros en línea, en general los estudiantes no tienen otra opción más que resolver sus dudas consultando a otros alumnos.

Así es el caso de Statistics One, la materia que estoy tomando en Coursera junto con otros 75,000 estudiantes. La clase, que es impartida por el reconocido psicólogo de Princeton, Andrew Conway, empezó bien. Las primeras lecturas, de entre 15 y 30 minutos, fueron fáciles de entender, a pesar de mi nulo conocimiento de la materia. Pero los problemas empezaron a final de la primera semana, cuando tuvimos que instalar un software de estadística, cuya versión actual no corresponde con la mencionada por el profesor.

Busqué ayuda a través de los foros de discusión, y me encontré con una avalancha de quejas. De lo aburrido que es el profesor, de la superficialidad del material que cubre, y de la pobre calidad de los videos. Por parte de los estudiantes extranjeros, hubo quejas de la falta de subtítulos, e inclusive, del hacker que paralizó la página Web durante horas a principios del mes. Pero lo que más me impactó fueron los comentarios en defensa del curso, la mayoría centrados en un solo punto: que el curso es gratuito, y por lo tanto, uno no se debe de quejar.

No tengo forma de saber si estos comentarios son representativos de las decenas de miles de estudiantes inscritos en el curso. Pero sí indican que los cursos no son para todo el mundo. Podríamos preguntarles a los fundadores de Under-Academy College, un nuevo proveedor de los MOOC que se asume explícitamente como la opción contracultura. Su nombre se traduce como “bajo la academia”, ofrece cursos con títulos provocativos como “Gramática Pornográfica”, y su lema dice orgullosamente: “no acreditado desde 2011”. Ah, y su escudo es de un puerco patas arriba.

Podría ser una metáfora para la potencial disruptiva de los MOOC. El futuro dirá.


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