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Política y cambio en la educación superior
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 490 [2012-12-06]
 

Actualmente, hay expectativas de un cambio de rumbo, particularmente en materia educativa, debido al arribo de un nuevo gobierno. Por diferentes vías hemos expuesto que deseamos un proyecto para construir una universidad que esté fuera del control político por la vía del subsidio extraordinario, el cual demanda un tipo de planeación y organización que introduce efectos perversos en la docencia y la investigación.

Deseamos, también, nuevas políticas para revalorar el trabajo académico, porque las formas de evaluación que se han empleado han contribuido a deshacerlo en su esencia. La política de evaluación y las otras políticas aplicadas por el gobierno federal han orientado la vida de la academia hacia la desinstitucionalización. Por eso, hay que cambiar la forma de la evaluación por otra que sea formativa y desvinculada de manera directa a los recursos económicos, fuera de la monetarización de la academia.

En el punto de establecer nuevas políticas para la educación superior coincidimos varios actores: el Rector de la UNAM, la ANUIES, varios Rectores de Universidades Públicas y un cúmulo de académicos, de los que escribimos ensayos en medios como éste y de los que hacemos investigación en la materia. A los estudiantes les gustaría encontrar profesores que les enseñen sin prisas ni angustias por la puntitis y que se mejoren sus condiciones de estancia en las universidades.

Al nuevo gobierno le cabe tener en cuenta la opinión de los universitarios para formular y ejecutar nuevas políticas. A los universitarios, nos toca mejorar nuestras prácticas. Nos toca realizar un análisis profundo de nuestra actividad, de lo que hemos hecho hasta ahora y, a partir de ahí, de lo que nos proponemos hacer hacia el futuro, a fin de satisfacer los desafíos de la sociedad y sus demandas.

Con este propósito, sería bueno que las universidades públicas encausaran su proyecto institucional y las estrategias para llevarlo a cabo hacia lo que será la década del conocimiento, que estará basada en un nuevo modo de producción del mismo, sustentado en la colaboración de distintos actores y agencias sociales.

Estoy convencido de que necesitamos hacer un esfuerzo por sacudirnos las competencias insanas y fundar un régimen académico en el que la docencia y la investigación vayan juntas, en un terreno solidario y colaborativo, intersectando y combinando conocimientos que atiendan a los problemas urgentes y emergentes del entorno.

En lo que viene, nuestras instituciones seguirán siendo multifuncionales y más diversificadas. El sistema universitario tendrá una mayor matrícula y habrá renovado y acrecentado su planta académica. Necesitará más recursos. Para que el sistema, y cada institución se planten en un nuevo tipo de sociedad, caracterizada por el uso de la ciencia y la tecnificación, requerirán un gobierno federal y estatal capaz de coordinarlas y rectorados que respondan a las demandas de la academia.

El gobierno de las universidades públicas, el rectorado, haría bien en colocarse de frente a sus propios cambios. Estamos en tiempos difíciles. Se han generado vacios de poder que pueden volverse complejos. La burocratización ha venido expandiéndose e intensificándose. Esta tendencia ha consolidado un gobierno universitario que se encuentra separado de sus comunidades. Centralizado en unas decisiones y lento en la toma de decisiones colegiadas, lleno de artimañas por las exigencias de las autoridades hacendarias federales y estatales, la administración universitaria obstaculiza la academia y gana desconfianza entre profesores y estudiantes.

Estas tendencias no son recientes. Se presentan desde hace tiempo. Ahora, hay una especie de crisis de representación y representatividad, que llega a límites peligrosos para el bienestar institucional, y la autonomía, porque genera autoridades políticamente vulnerables y malestar entre profesores y estudiantes, con académicos que se dan de codazos para ocupar posiciones, de funcionarios altos y medios que gozan de privilegios descomunales, con estudiantes que no saben bien qué les va a pasar cuando egresen. Faltan canales de comunicación entre la comunidad y los directivos para conocer y atender problemas cotidianos y estructurales que entorpecen la buena marcha de las instituciones.

Fuera de que, seguramente, hay quien opina lo contrario, advierto que en las universidades vivimos momentos complejos donde la interacción de factores externos e internos dicta la necesidad de hacer reformas para detener el deterioro institucional. Tenemos el reto de construir universidades más fuertes.

Aparte: Harvard le otorga exilio a Calderón. Dejó de ser lo que era. ¡Qué vergüenza!


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