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Estudiantes sin tiempo en una época de competencia
María Herlinda Suárez Zozaya
Campus Milenio Núm. 513 [2013-06-06]
 

Actualmente, es común escuchar a las personas quejarse de no tener tiempo. Expresiones como “el día debería tener más de 24 horas”, “necesito más tiempo”, “siempre ando a la carrera”, están a la orden del día. El problema es muy importante porque la falta de tiempo está relacionada con la calidad de vida y particularmente con la salud, la construcción de relaciones personales y sociales comprometidas y sanas y la participación en actividades políticas y culturales.

De acuerdo con los datos de la Encuesta de Estudiantes de la UNAM (ENEUNAM,2011) la falta de tiempo afecta a los y las jóvenes matriculados en esta institución, en el nivel de licenciatura. Según los resultados arrojados por esta fuente, el 49% de los estudiantes marcaron esta opción como uno de los tres problemas personales más importantes que tenían en el momento que se levantó la encuesta. Además, los más, respondieron que el motivo por el que no participaban en organizaciones y grupos deportivos, culturales y políticos de la institución era, justamente, que no tenían tiempo.

Sin querer sobrevalorar los datos de la ENEUNAM, la mención que hacen los estudiantes de la UNAM de la falta de tiempo como uno de sus principales problemas es un signo elocuente de las improntas que el contexto sociocultural de esta época está ejerciendo sobre los y las jóvenes contemporáneos, cuando menos sobre los que están estudiando una carrera universitaria en la UNAM.

En la actualidad, la juventud está expuesta a la expansión, diversificación y masificación de las oportunidades de consumo y para aprovecharlas, y poder ser plenamente joven, se necesita tiempo. Si a las muchas ofertas de consumo cultural extraescolares que hoy tienen los y las jóvenes se le suman las exigencias propias de un buen desempeño académico no resulta extraño que la juventud universitaria contemporánea se sienta agobiada.

Si se quiere entender lo que están siendo las tendencias esenciales de la relación que los estudiantes establecen con la universidad es necesario reflexionar en el vínculo que establecen los y las jóvenes estudiantes con el tiempo. Para ello, es necesario tomar una distancia absoluta con respecto a los prejuicios que estipulan maneras ideales de distribuirlo y que condenan otras. No se trata de enjuiciar o banalizar las actividades con las que los y las estudiantes llenan sus vidas, sino de dilucidar por qué consideran que la falta de tiempo constituye un problema que lo/as afecta.

Desde un sentido filosófico y social, considerar la escasez de tiempo como problema se encuentra vinculado con realidades y percepciones de falta de libertad y de llevar una vida dominada por condiciones de necesidad. Es menester mencionar que estos sentimientos y realidades inhiben el principio de opcionalidad y, por lo tanto, conlleva la pérdida de la capacidad creativa de los y las jóvenes.

Dicho claramente, me parece que hemos llegado a una situación muy grave: si los imperativos de la época están causando que las nuevas generaciones y, particularmente los estudiantes del nivel superior tengan sentimientos de escasez de tiempo, entonces la Universidad está perdiendo lo que ha sido uno de sus principales patrimonios, que es precisamente la capacidad creativa de sus estudiantes. En estas circunstancias, la educación superior está corriendo el peligro de convertirse en una etapa de la vida a la que los y las jóvenes significan como obligación, más que como tiempo y actividades dedicados a la reinvención personal y a la intervención activa en la construcción de conocimiento y de las propias instituciones educativas.

En el fondo, la falta de tiempo expresada como problema por los estudiantes universitarios, y la consecuente significación de la educación superior como obligación, constituyen la base de la tendencia pedagógica que pondera la competencia y que inculca sentimientos de insuficiencia e incumplimiento ante el “deber ser”. El tiempo se considera escaso porque la vida no alcanza para cumplir con los requerimientos impuestos para competir y merecer el éxito; mucho menos para ser y hacer lo que uno quiere.

Entonces, a través de instalar la falta de tiempo como “el estilo de vida del siglo XXI” se ejerce una lógica de dominación y manipulación basada en la culpa y en el reconocimiento de que uno no es ni ha hecho lo suficiente; es decir se encuentra en falta. El drama es que este ejercicio lógico es el que da sustento a las prácticas de evaluación que actualmente se están generalizando en el campo de la educación. Así las cosas, me parece que los imperativos de evaluación que hoy se están imponiendo están gestando un sistema educativo en el que el dominio a las instituciones y sus actores se ejerce a través del cultivo de sentimientos de agobio, incumplimiento, carencia e insuficiencia.


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