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¿Y la reforma educativa?
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 528 [2013-09-26]
 

Poco antes de terminar su mandato, Felipe Calderón firmó la promulgación del decreto que reforma la Ley Federal del Trabajo. El ejecutivo sostuvo que este nuevo marco legal flexibiliza el mercado laboral.

La flexibilización a la que se refería es a la del trabajo en el mercado. El concepto fue remarcado por “el presidente del empleo”, porque supuestamente iba a permitir que más mexicanos encontraran trabajo. No ha ocurrido. Sigue habiendo un déficit entre la demanda y una oferta laboral que tiene como opción la informalidad.

En su libro sobre La Corrosión del Carácter (2004), Sennet advierte que la flexibilidad cambia el significado del trabajo. Quienes lo han leído podrán recordar que la flexibilización del trabajo implica romper la idea de carrera laboral a lo largo de la vida.

Para los trabajadores supone tener que estar cambiando de trabajo, amoldarse a nuevas tareas, estar sujetos a riesgos, uno de los cuales es quedar desempleado, recibir ingresos menores para mantener el empleo, quedarse más horas en la chamba, hacer trabajo a destajo. Finalmente, la flexibilización cambia la moral y las relaciones con los demás, las relaciones del trabajo con el capital, que es el beneficiario del asunto. La flexibilización provoca estrés y ansiedad.

Desde enero del año en curso, se presentaron miles de amparos en la corte porque la nueva ley laboral es “una amenaza de despido a los trabajadores”. La CNTE ha estado, igualmente, en contra de la reforma educativa desde que fue anunciada, porque la Ley del Servicio Profesional Docente eleva los riesgos de quedar fuera del magisterio.

Entre los especialistas en materia de trabajo y educación hay acuerdo en que la reforma carece de contenido educativo, de un proyecto de futuro para las nuevas generaciones de estudiantes. La reforma laboral del magisterio, además, implica modificar la idea de seguridad; enmarca la profesión de maestro en un denominador común: inestabilidad y evaluación periódica a lo largo de la vida activa. A la fecha, la reforma no ha hecho pronunciamientos sobre lo que será en materia de educación superior. De lo que se conoce, se puede derivar que la política educativa enfatizará, también, lo relativo al trabajo, en concordancia jurídica y política con la reforma laboral. Cambiar el contenido del trabajo es una idea transversal.

En el Plan Nacional de Desarrollo (PND), la parte de educación superior hace explícita la prioridad de desarrollar capital humano, concepto que fue desechado por las ciencias de la educación debido a su carácter economicista. El concepto nació de un estudio de Schultz en el que se intentaba explicar el crecimiento del producto nacional no atribuible a los factores puramente económicos. En el PND se retoma dicho concepto porque los funcionarios del régimen sostienen que el problema de México es la baja productividad del trabajo y porque es necesario, dicen, formar a la juventud para que encuentre trabajo o desarrolle sus propias opciones laborales.

La idea, entonces, es producir mano de obra de “calidad” que eleve la competitividad de la economía a precios accesibles a nivel internacional. Es indispensable generar políticas para que los estudiantes se incorporen de inmediato al trabajo al salir de la escuela. Una idea que, en el contexto actual del empleo, suena muy bien en teoría.

La parte cuantitativa de la educación se ocupa de la cobertura. Pero en esta materia habrá que tener en cuenta, dice el PND, que hoy en día existe un desequilibrio entre la demanda de los jóvenes por ciertas carreras y las necesidades del sector productivo. Tendrá que abrirse la oferta educativa con carreras de corte tecnológico.

En conjunto, el PND termina por redondear la idea de que la política de educación superior seguirá siendo de corte economicista. Falta expresar qué va a pasar en materia de evaluación de instituciones, programas y académicos, y sí las autoridades actuales irán a tener la sensibilidad de revisar algunas de las tantas y tantas páginas que hemos escrito los académicos, señalando los efectos negativos del régimen laboral en el que se ha fincado el actual sistema de evaluación. Para los estudiantes ha sido nefasto, porque los profesores no tienen tiempo para atenderlos, porque su esfuerzo está dirigido a obtener puntos por otras funciones.

Ahora, hay que avanzar en la crítica de lo que dice el gobierno sobre educación superior, para advertir a las comunidades universitarias de lo que puede estar por venir: un modelo educativo que mantenga la becarización de los académicos, donde la formación ciudadana, las humanidades, el arte y el deporte, no van a estar vinculados a una filosofía del trabajo, a un ethos que combine el impulso personal con compromiso social.


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