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China amenaza la libertad académica
Marion Lloyd
Campus Milenio Núm. 590 [2015-01-08]
 

El gobierno chino ha encontrado una nueva forma de expandir su hegemonía a nivel global: a través de la educación superior. La estrategia tiene múltiples frentes: desde las escuelas del idioma chino (las llamadas Institutos Confucio, que suman unos 439 en 115 países, incluyendo 5 institutos en México), al envío de cientos de miles de estudiantes chinos a universidades en otros países, y más recientemente, la creación de campus satelitales de algunas de las universidades extranjeras de mayor prestigio dentro del país asiático.

Ningún país ha sentido el impacto de la estrategia china en sus universidades más que Estados Unidos—para bien y para mal.

El número de estudiantes chinos inscritos en universidades estadunidenses creció 16 por ciento el año pasado, para llegar a un total de 274,439 estudiantes, según el último reporte Open Doors del Instituto de Educación Internacional. La cifra representa 31 por ciento de los 886,052 estudiantes extranjeros inscritos en universidades del país en ese año. A su vez, hay 96 Institutos Confucio en Estados Unidos, el mayor número de cualquier país. La mayoría de ellos operan dentro de las universidades, tanto públicas como privadas, con profesores entrenados y pagados por el gobierno chino.

También, por lo menos ocho universidades estadunidenses—empezando por la Universidad de Nueva York (NYU) en 2013—han abierto campus satelitales en China. Otras instituciones de élite que han seguido los pasos de NYU son: Duke, Johns Hopkins, Carnegie Mellon y Michigan. En la mayoría de los casos, el gobierno chino dona las instalaciones y subsidia una porción de las colegiaturas de los estudiantes.

Sin duda, la inmensa inversión china en el campo de la educación superior global representa una bonanza económica para las instituciones estadunidenses. Pero ¿a qué costo para la libertad de expresión dentro de las universidades? ¿Y para los derechos humanos?

No son preguntas menores. A principio de diciembre se llevó a cabo en el Congreso de Estados Unidos la primera de una serie de audiencias sobre la nueva manifestación del “poder suave” de China. Los congresistas buscaron responder a la siguiente pregunta: ¿Representa una amenaza para la libertad académica la influencia de China sobre las universidades de Estados Unidos?

La respuesta de los expertos que testificaron el 5 de diciembre ante el Subcomité para África, la Salud, los Derechos Humanos y las Organizaciones Internacionales fue un tajante sí. El presidente del subcomité, el representante Chris Smith (republicano del estado de Nueva Jersey), puso especial énfasis en dos áreas de la estrategia china: los nuevos campus satelitales y los Institutos Confucio. En ambos casos, argumentó, las universidades estadunidenses habían pagado “costos morales” al aceptar el patrocinio del gobierno chino. “¿Está la educación americana a la venta?” preguntó. Y si es así, “¿están sacrificando las universidades sus principios de libertad académica y su credibilidad a cambio de los dólares chinos?”

Los “costos morales” van desde la censura o autocensura hasta el despido o encarcelamiento de académicos que hablan o escriben de temas considerados tabú por el gobierno chino. Entre éstos están la masacre de Tiananmén en 1989 (para evitar represalias, se debe llamar un “incidente”), las protestas pro democracia, los movimientos autonómicos en Tíbet y en Taiwán, la escandalosa riqueza de la nueva clase empresarial y política, y la libertad de religión entre otros, según Perry Link, profesor emérito de estudios de Asia del Este en la Universidad de Princeton.

Link, quien ha estado en la lista negra del gobierno chino desde 1996, fue uno de los cuatro testigos en la primera audiencia del subcomité. También estaban Thomas Cushman, sociólogo y activista de los derechos humanos de la Wellesley College, XiaYeliang, ex profesor de economía en la Universidad de Peking, quien fue despedido el año pasado por sus críticas al gobierno chino, y Sophie Richardson, director para China del grupo Human RightsWatch. No compareció ningún testigo en defensa del gobierno chino, ya que el evento buscaba la perspectiva de la academia y de los activistas de derechos humanos.

Link insistió en que el efecto más insidioso de los nuevos convenios de colaboración con China es la autocensura. “Es peor porque es invisible e imposible de cuantificar”, argumentó. Dijo que recibía varias llamadas al mes de académicos estadounidenses buscando evitar represalias por su trabajo sobre China. Muchas veces, dijo, deciden evitar cualquier crítica por miedo a ser negado el acceso a archivos oficiales o al país.

Sin embargo, el riesgo es mayor para los académicos chinos. Un caso que citaron varios de los ponentes fue el de ChenGuangcheng, el flamante disidente ciego chino. Chen estuvo como académico invitado en NYU después de escaparse de arresto domiciliario en China en 2012. Él alega que la universidad terminó su estancia después de un año en respuesta a “presión persistente” por parte del gobierno chino. La universidad ha negado la acusación. Sin embargo, según Smith, representantes de la universidad no han respondido a invitaciones a testificar ante el Congreso en 16 ocasiones.

La universidad neoyorquina, que es de las más prestigiadas y más caras del país, ya enfrenta una controversia mayor por la construcción de su nueva sede en Shanghái. A principios del mes, oficiales de la universidad reconocieron que las políticas que estableció NYU para proteger a los trabajadores que estaban construyendo su nuevo campus no fueron respetadas, según reportó el New York Times. La noticia llega seis meses después de acusaciones de abusos en contra de sus trabajadores en la ciudad árabe de Abu Dabi, en donde la universidad construyó otra sede en 2009 con dinero del país sede. Los críticos, incluyendo profesores de NYU, han acusado a la universidad de haber relajado a sus estándares éticos, a cambio de recibir instalaciones gratuitas.

En el caso del campus de Shanghái, el gobierno de la ciudad financia las dos terceras partes de la colegiatura para los estudiantes del nuevo campus, de US$45,000 por año, según Smith. “Eso es un subsidio enorme, no solo del edificio que reciben, sino para los estudiantes”, dijo, al poner preguntas a los testigos. “Entonces, ¿quiénes pueden ser estudiantes? ¿Y quién controla las políticas de admisión?”

Son preguntas que aún no tienen respuesta, dada la aparente renuencia de NYU de dar su testimonio. Sin embargo, no es difícil de imaginar que serán estudiantes privilegiados, y con credenciales políticas intactas.

Quizás de mayor preocupación son los riesgos para la libertad de expresión de los académicos en la nueva sede en China. El año pasado, el gobierno chino emitió una serie de siete temas tabú para académicos chino—conocido como “Los Siete No”—que, en teoría, pueden aplicar también a profesores extranjeros trabajando en el país. Según Link, el profesor emérito de Princeton, los “no”incluyen: cualquier mención de la democracia, la libertad de prensa, la sociedad civil, los derechos humanos, los errores del Partido Comunista de China en el pasado, la nueva clase rica, y los tribunales independientes.

Otro tema quizás más controvertido—por su tamaño y alcance global—son los Institutos Confucio. El sistema fue fundado en 2004 bajo el control de la Oficina del Consejo Internacional del Idioma Chino, mejor conocido por su nombre en mandarín, Hanban. A diferencia de instituciones como el British Council o la Alianza Francesa, los Institutos Confucio operan generalmente dentro de universidades, colegios y secundarias. También, el Hanban entrena sus propios instructores, que según Smith suman más de 10,000, y paga todos los costos de las instalaciones en la institución sede.

Comparado con Estados Unidos hay pocos Institutos Confucio en América Latina: 22. El mayor número se encuentra en México: en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Universidad Autónoma de Chihuahua, en la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Yucatán, además de otro centro en un instituto cultural en el Distrito Federal.

Para muchas universidades y colegios, la posibilidad de recibir una escuela del idioma chino de forma gratuita es sumamente tentadora. Sin embargo, según sus críticos, los institutos también fungen como un arma propagandística para aumentar el “poder suave” del gobierno chino. Y hasta hay quienes los acusan de realizar espionaje industrial. Así fue en caso cuando la BCIT, Instituto de Tecnología en Vancouver, aceptó abrir un Instituto Confucio dentro de su campus en 2008. También han desatado polémica los institutos en varios países de Europa—aunque al parecer, no así en América Latina.

Sin embargo, la estrategia china ha causado el mayor revuelo en Canadá y Estados Unidos, quizás por la gran proliferación de Institutos Confucio en esos países. En el último año, inclusive, la Universidad la McMaster, en Toronto, la Universidad Estatal de Pensilvania y la Universidad de Chicago han cerrado sus institutos, citando conflictos éticos. En el caso de McMaster, la universidad expresó su preocupación por la política discriminatoria del Hanban de no contratar a profesores que son practicantes de Falun Gong, un movimiento espiritual que está considerado peligroso por el gobierno chino. A su vez, la Asociación Americana de Profesores Universitarios y su contraparte canadiense han recomendado que sus miembros cancelen los contratos de colaboración con el Hanban o que los renegocien para incluir garantías de transparencia y libertad académica.

Se espera que el subcomité del Congreso haga recomendaciones similares ante las crecientes muestras de censura por parte del gobierno chino. De hecho, varios de los ponentes argumentaron que, a pesar de la reciente apertura económica en China, el clima de represión en el gigante asiático había incrementado bajo el gobierno del presidente Xi Jinping. En ese contexto, argumentaron, parece poco probable que las universidades estadounidenses puedan fungir como agentes pro democracia en China.

Más bien, dice Smith, queda la duda: “¿Están estas universidades americanas cambiando a China?, o ¿está China cambiando a estas universidades americanas?


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