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Educación, universidad y multiculturalismo: Tensiones permanentes
Armando Alcántara Santuario
Campus Milenio Núm. 597, pp.6 [2015-02-26]
 

La lectura de un artículo de Immanuel Wallerstein (“El multiculturalismo y sus dilemas”, La Jornada, 22/02/2015, p. 22), el notable pensador norteamericano que ha desarrollado a lo largo de varias décadas la idea del “sistema-mundo”, me hizo recordar mi primera experiencia personal con ese fenómeno que hoy en día es motivo de profundos estudios y amplias discusiones, sobre todo a la luz de recientes acontecimientos en diversos países. Fue hace ya 25 años, unas semanas antes de comenzar mis estudios de maestría en la Universidad de Stanford, cuando la Fundación Fulbright nos había invitado a todos sus becarios, a pasar unos días en la Universidad de Washington, en Seattle, para convivir y comenzar a “sensibilizarnos” de la diversidad cultural que tendríamos durante nuestra estancia en las universidades norteamericanas.

Debo señalar que para mí representó una circunstancia muy novedosa, pues nunca me había relacionado con personas de tan diferentes nacionalidades y culturas: japoneses, chinos, coreanos, españoles, griegos, finlandeses e indonesios, brasileños y argentinos, por mencionar sólo los que vienen a mi memoria. Interesante fue también poder comunicarnos en un lenguaje común, el idioma inglés, y en un lugar “neutral”, por decirlo de alguna manera. Una vez comenzados los estudios en Stanford y posteriormente en la Universidad de California en Los Ángeles pude seguir en contacto con compañeros y personas de las más diversas nacionalidades, en dos ciudades que se distinguen por ser de las más cosmopolitas de los Estados Unidos.

Sin embargo, más allá de lo estimulante que fue comunicarme con personas tan diversas a las que estaba acostumbrado a tratar en México y conocer algo de sus costumbres y cultura, también comencé a percibir ciertas tensiones un poco dentro de la universidad, pero más visibles en su exterior. No era aquello solo un “crisol de culturas”, sino las diferentes manifestaciones propias de la confluencia de personas, costumbres y modos de pensar que no siempre eran armoniosos. Como en toda universidad en que la libre discusión de las ideas se realiza sin restricciones, llegaban al campus universitario las manifestaciones reivindicatorias de diversos movimientos como, por ejemplo, el de los estudiantes chicanos que buscaban el reconocimiento de su cultura en el curriculum (“chicano studies”). Fuera de los recintos universitarios y por el contacto con amigos y familiares, era posible percibir también las tensiones raciales, entre afro americanos e hispanos, o entre aquéllos y los “anglos”, en ciertos barrios.

Lo anterior parece coincidir con lo que Wallerstein señala en su artículo, en el sentido que, “donde quiera que residan grupos humanos, siempre ha habido quienes de algún modo se consideran más nativos de la región que otros”. Pero además, el fenómeno del multiculturalismo es “inevitable”: ha existido en la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales y, en nuestro cada vez más globalizado planeta, seguirá existiendo al igual que sus tensiones. El autor mencionado señala que todos los humanos nos hemos movilizado por varias razones, como las que derivan de los desastres ecológicos en diversos países; las que tienen que ver con la atracción económica que representan algunas naciones para los individuos de otros lugares; o las que se relacionan con la expulsión de personas debido a conflictos armados.

Los flujos humanos, recuerda Wallerstein, se han visto agudizados por dos razones que caracterizan al planeta en la actualidad: los avances tecnológicos en los transportes y las comunicaciones que “vuelven mucho más fácil migrar más lejos y más pronto que en épocas anteriores”, así como la polarización del sistema-mundo que impulsa a las personas de las naciones más empobrecidas a buscar su subsistencia en las economías de mayor desarrollo. La convivencia en las grandes metrópolis (aunque no solamente, pues también hay regiones en constante tensión y conflicto) de grupos con diversas costumbres y tradiciones, siguen representando uno de los mayores desafíos para la humanidad. El reconocimiento y la tolerancia auténtica hacia los otros y, sobre todo, hacia los diferentes, resultan en ese sentido, un elemento fundamental para resolver, o al menos atenuar las disputas o las erupciones violentas que, como hemos presenciado en los últimos meses, pueden volverse incontrolables y producir graves pérdidas humanas. La educación a todos los niveles, puede ser una herramienta de gran utilidad para el conocimiento a fondo de las culturas y conseguir así mayores niveles de entendimiento y tolerancia. Sería una contribución, en palabras de Wallerstein, a “un multiculturalismo que sea la base de un intercambio pacífico de valores culturales”.


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