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Universidad y sociedad
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 614, pp. 6 [2015-07-03]
 

La sociedad actual, en todo el mundo y con diversa intensidad, está caracterizada por un período en el que predomina la presencia de las nuevas tecnologías. Es la sociedad red, de la información, del conocimiento. Es una sociedad compleja y desigual en la que se están transformando a grandes velocidades los conocimientos científicos, pero también en la que aparecen problemas nuevos producto de la globalización. Son problemas que interactúan con los locales y que, en conjunto, ameritan nuevas respuestas políticas y académicas.

En este contexto, las universidades tienen un papel de la mayor relevancia en la generación de la sociedad, porque en ellas se produce el conocimiento científico y se manejan grandes volúmenes de información. Al mismo tiempo, las universidades viven en un momento en el que las demandas sociales a su actividad son cada vez más grandes, más diversas y, a veces, hasta contradictorias. En cualquier caso, son instituciones en las que priva la tensión que tiene la creatividad académica de por sí y tensiones por el cúmulo de respuestas que tiene que dar a la sociedad. Son tensiones que bien canalizadas dan energía positiva al cambio institucional. La suma de propósitos que hoy tiene la universidad lleva a replantear cómo conducir a estas instituciones en países como el nuestro, lo cual implica adecuar los fines y medios a las nuevas condiciones sociales.

En muchos ámbitos políticos se piensa que la universidad del Siglo actual debe vincular más la educación superior con el sistema productivo, siendo la vinculación indicador de una educación de calidad. Lo cual es una visión limitada, porque la educación superior no sólo prepara para el trabajo, también forma para la superación personal y para que sus egresados puedan desenvolverse en beneficio de la propia sociedad. En las condiciones en que se dinamiza la sociedad actual, una buena educación supone revisar y dar algunas ideas de lo que necesita hacer la universidad en materia docente.

Actualmente, las universidades enfrentan el hecho de que los estudiantes trajeron al aula las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Esta es una realidad cada vez más extendida. La computadora personal, entre otras, es una herramienta que aumenta las capacidades de las personas para acceder al conocimiento y la información vía el internet. Ha provocado un cambio en cómo aprenden los estudiantes, que reaviva el debate sobre cuáles deben ser las modalidades apropiadas de la enseñanza y del papel que juegan sus actores en el aprendizaje. Es evidente que ya no funciona el viejo molde de la conferencia y la memorización.

En los días que corren, el profesor en el aula tendrá que orientar, guiar, servir de tutor para que el estudiante adquiera la habilidad de transformar la información en conocimiento de una manera activa e interactiva con sus compañeros estudiantes. El estudiante va a construir su propio conocimiento y ese proceso se da de manera colectiva. Con ello, se recupera el sentido de colaboración, cooperación y solidaridad de la academia, de responder a problemas que son verdaderos retos personales. Las nuevas tecnologías en el aula trastocan la relación profesor-alumno y eso supone nuevos enfoques pedagógicos para reconstruirla.

Más allá de generar buenos profesionistas y científicos, la universidad de nuestro tiempo tiene el propósito de que las personas que egresen de sus aulas puedan construir una vida digna y de realización personal. También, ha de fijarse como objetivo formar buenos ciudadanos. Ambos fines requieren haber aprendido una actitud reflexiva y crítica, que es esencial en cualquier práctica profesional, y no se diga científica. Reflexión y crítica son dos componentes fundamentales de toda sociedad democrática que deseé que en las relaciones sociales prevalezca el respeto y el interés mutuo. Y esto último se logra con la enseñanza de las humanidades, que deben estar presentes como signo distintivo, en particular de la universidad pública.

Una buena universidad forma personas autónomas, que sepan investigar, evaluar sus procesos de conocimiento, con entrenamiento metodológico, escribir, analizar y discutir otros textos para sacar nuevos argumentos. Además, la universidad de este tiempo necesita, por la vía de sus egresados, contribuir a crear una cultura pública donde se pueda llegar a acuerdos, sobre las diferencias, por la vía de la razón. Es obligación de las instituciones formar “ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos” (Nussbaum, 2002).

Para la sociedad de este siglo requerimos una universidad capaz de transformarse al ritmo de los cambios de su entorno, para intervenir en ellos, y eso sólo se logra con el concurso y compromiso de los académicos. Son ellos quienes pueden formular nuevas maneras de trasmitir el conocimiento y enseñar cómo se puede aplicar en proyectos concretos de desarrollo social. Y para ello es indispensable que trabajen en buenas condiciones, con libertad del uso de su tiempo para darles tiempo a los estudiantes fuera del aula. Gozar de autonomía para ejercer su quehacer y ser creativos. Con una mejor relación profesor-alumno seguramente habrá profesionistas que se integren mejor al mundo que les rodea.


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