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¿Qué sigue en la UNAM?: Fin de ciclo
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 631, pp. 20-21 [2015-11-05]
 

Necesitamos más investigaciones sobre las universidades públicas y autónomas para que, con base en el conocimiento sistemático, los universitarios podamos reflexionar, ejercer la autocrítica y definir nuevos derroteros para la docencia, la producción de ciencia, básica y aplicada, y la difusión de la cultura. Tener conocimiento e información sobre nosotros mismos permitirá que las universidades públicas y autónomas cumplan mejor con su responsabilidad y compromiso social, y que tengan un mejor desarrollo en los tiempos por venir.

El gobierno, la organización académica y administrativa de la universidad representan un campo de análisis al que se puede entrar desde distintas concepciones, entre ellas una que permita captar la configuración histórica de la universidad, sus formas específicas de gobierno, tradiciones y cultura. Cuando la universidad llega a un alto nivel de complejidad institucional, y se requiere hacer cambios que impulsen el desarrollo institucional, es indispensable orientarse por una perspectiva que permita sugerir, a partir de la situación actual, cuáles son los límites y posibilidades, las condiciones para avanzar académicamente, articular intereses en conflicto en el campus, y encontrar nuevas maneras de relacionar a la autoridad y a la administración con la academia.

La reflexión, en este texto, la refiero a la UNAM. Esta institución cumple un ciclo rectoral para iniciar otro. Probablemente se van a proponer cambios a su organización, para que sus funciones académicas y sociales se adecuen a los nuevos tiempos, en los que el conocimiento y la información juegan un papel central, que desafía a la forma como las universidades realizan sus tareas. Tomo a la UNAM, por ser un caso que ilustra la complejidad organizativa a la que puede llegar una universidad para el desarrollo de su vida académica. También, porque los pasos que ha dado en su historia, en ocasiones, han servido de experiencia a otras universidades públicas.

Hay que reconocer, de entrada, que la UNAM, como casi todas las demás universidades públicas en México, ha crecido y cambiado para hacer frente a las demandas sociales, a los planes del Estado Nación, al avance de la ciencia y a su participación en el sistema de educación superior del país. Por razones de espacio, tocaré, en resumen, sólo algunos puntos que pueden formar parte de una discusión, que deberíamos tener en estos momentos.

La estructura universitaria

La UNAM está compuesta por subsistemas, que agrupan unidades académicas, y se integran en un sistema mayor según disciplinas, campos de conocimiento y funciones. Actualmente, la Universidad Nacional es una institución más heterogénea, que hace 30 años, por su profunda división del trabajo y la extensión de sus actividades. Tiene tres niveles de enseñanza, un alumnado que llega a más de 340, 000 personas, una planta de cerca de 40 mil académicos, más de 20 sedes en el Área Metropolitana de la Ciudad de México, y presencia de otras en toda la República, Escuelas de Extensión en siete países, 60 unidades de investigación (institutos, centros y programas), un sistema de universidad abierta y a distancia, 143 bibliotecas, además de museos, instalaciones artísticas y deportivas, etc.

En el recorrido hacia esta estructura, la UNAM ha tenido que ampliar sus órganos de gobierno y, en su crecimiento, durante las últimas cinco décadas, ha experimentado un cambio en la composición social de su comunidad, estudiantes y académicos, en presencia de dos asociaciones sindicales y una amplia capa de administradores. La heterogeneidad también caracteriza a su medio social.

La Universidad Nacional tiene un gobierno de corte centralizado y la toma de decisiones en el núcleo afecta a toda la institución. El Gobierno está formado por autoridades unipersonales y colectivas, secretarías, coordinaciones, amén de un sinnúmero de oficinas. El Rectorado ha sido un factor importante en el proceso de diversificación académica y, al impulsarlo, ha tenido que extenderse para enfrentar las dinámicas seguidas por cada entidad académica, que han sido distintas según sus características y necesidades, para fortalecerse, conforme a su propio proyecto de desarrollo. El inicio de un nuevo rectorado, debe tener en cuenta este hecho en la elaboración y ejecución de un nuevo plan de trabajo.

Actualmente, es importante discurrir cómo reorganizarnos de cara al desarrollo de nuevos modelos de producción, transmisión y trasferencia de conocimiento, con sus particularidades disciplinarias. También, para hacer más expeditos los mecanismos de toma decisiones, cuando sea ineludible modificar los programas académicos. La Universidad tiene la exigencia de adquirir más capacidades para reaccionar ante los problemas de la sociedad, que demandan soluciones en breve, cuyas propuestas se alcanzan mejor con equipos, de investigación y docencia, multi e interdisciplinarios. Asimismo, es indispensable establecer otras formas para evaluar el desempeño, de las cuales se aprenda para que la superación académica sea continua.

Dado el tamaño, la heterogeneidad y complejidad para operar, sería conveniente contemplar el progreso institucional desde una visión holística del quehacer académico y su correspondiente organización funcional. La idea es coordinar y compatibilizar intereses en espacios académicos integrados por proyectos, funciones, y actores, donde se generen nuevos conocimientos nutridos por varias disciplinas. La gobernabilidad, entonces, deriva de tener una autoridad que cuente con la capacidad para articular demandas e intereses académicos cada vez más diversos y llegar a acuerdos. A seguir, hay que crear condiciones para que exista una mayor interacción de académicos y estudiantes, y reajustar la administración, descentralizando y desconcentrando todo aquello que sea mejor y más fácil manejar a nivel local.

Para reorganizar una institución tan compleja, el rectorado debe contar con legitimidad y los cuerpos colegiados con representatividad para la conducción institucional en sus distintos niveles. Hacer más participativa y transparente la elección de autoridades. Los órganos colegiados requieren mayor autonomía y funcionar como contrapesos efectivos a la autoridad. Es conveniente, asimismo, utilizar una visión que integre el trabajo, las acciones del rectorado y que haga más eficiente la administración. La ejecución coordinada de las políticas rectorales incluye las diferencias correspondientes a las entidades, conjuntos de entidades o subsistemas, que se enlacen para fines académicos, vinculando investigación, docencia y difusión. Integración y equidad son dos principios claves para sumar esfuerzos y evaluar el trabajo. Hay que dar un paso para que el ambiente institucional tenga similitudes y dé cabida a la diversidad y pluralidad comunitaria.

Mecanismos de participación

En los cuerpos colegiados se combina el interés general con los objetivos particulares en pro del desarrollo académico y de ellos emana la credibilidad hacia el gobierno universitario. La actividad académica en cada dependencia, se finca en los cuerpos colegiados y en la construcción colectiva de un quehacer propio, inspirado en la identidad proyecto del conjunto institucional. Agilizar la organización y estimular la participación supone reglamentar la rendición de cuentas de parte de los cuerpos colegiados, y que sus resultados sean monitoreados y evaluados por las comunidades de cada entidad académica, junto con sus representantes en dichos cuerpos.

Asimismo, es indispensable que la Universidad cuente con mecanismos que impulsen la participación en la toma de decisiones, usando nuevos medios de consulta que mejoren la comunicación entre autoridades y comunidad, tal que ésta última pueda opinar y ser incluida en las decisiones que se tomen. La política para adquirir y manejar nuevas tecnologías es de la mayor importancia, en este punto, y en ella deben participar decididamente los académicos, por sus efectos sobre el funcionamiento, la comunicación institucional y las relaciones sociales entre los actores universitarios.

En cada facultad, escuela, instituto o centro, es importante que la autoridad dedique esfuerzos para conseguir una mayor cohesión de su comunidad, estimular el trabajo colectivo de académicos y estudiantes, y ligarlo con el sistema institucional. Crear sentido de pertenencia a una misma comunidad universitaria fortalece la academia. También, sacudirse el burocratismo y eliminar los privilegios de la capa administrativa.

Modificar la organización universitaria es una tarea que lleva tiempo y debe estar inscrita en una perspectiva de mediano y largo plazo, que brinde posibilidades de experimentar, rechazar y afirmar el rumbo, y que involucre a las generaciones de jóvenes académicos, para que ellos puedan encargarse de llevar a la UNAM a una nueva etapa histórica, que mantenga a nuestra Universidad en un primer plano, y lista para reflexionar y transformarse según lo que ocurra con la sociedad mexicana de aquí a mediados de siglo.

La pluralidad académica en la UNAM y la riqueza que conlleva pueden alimentar una nueva cultura institucional que impulse y soporte los cambios en la organización, en las formas de gestión y en la correspondiente renovación jurídica. Hasta ahora, la estabilidad institucional nos ha permitido avanzar, pero con una valoración del ser académico que se basa en contenidos ideológicos ligados a la lógica de la competencia en el mercado. Tal lógica ha marcado a las nuevas generaciones de académicos, gracias a la evaluación del desempeño. Sin embargo, los principios de la competencia mercantil han terminado por desinstitucionalizar la academia, tensar las relaciones sociales, introducir incertidumbres, miedos y provocar signos de agotamiento financiero. Darle la vuelta al significado de la competencia debe ser uno de los principales ejes de cambio.

Para que la UNAM vaya hacia adelante, se sugiere crear condiciones de diálogo entre las generaciones. Hay un 20 por ciento del personal académico con más de 60 años de edad y cerca de un 18 por ciento menores de 34 años. La interconexión entre ambos grupos, y con la generación intermedia, es esencial para gestar una cultura institucional distinta, otra forma de ver y vivir en la Universidad, que apoye un cambio organizativo y que mantenga y agrande el prestigio académico, nacional e internacional, de la UNAM.

Se trata de comunicar e imbuir en los recién llegados los principios y objetivos que ha seguido la Universidad como institución pública y autónoma, prácticas basadas en un ethos académico, creencias y significados que fundamentan nuestra institucionalidad como un colectivo libre, plural, justo, tolerante, honesto, con diferencias teóricas y metodológicas, con conciencia crítica frente a la desigualdad social y con capacidad de enfrentar el análisis de los grandes problemas nacionales contemporáneos. En suma, romper la mística de la rigidez y producir una identidad universitaria que brinde sentido a un proyecto de desarrollo institucional que conduzca a un mejor futuro. Gestar un proyecto para los nuevos tiempos que recoja plenamente nuestros valores académicos, lo cual resulta trascendente para que la UNAM continúe su largo camino histórico.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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