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La reforma sin modelo educativo
Alejandro Canales Sánchez
Campus Milenio Núm. 631, pp. 28-29 [2015-11-05]
 

Con la reforma educativa en marcha, el asunto del modelo educativo es el que menos preocupación y atención pública ha recibido. Todo se concentró en el Censo de Escuelas, Maestros y Alumnos, en la creación del sistema nacional de evaluación, en los concursos de profesores, los conflictos, en el sistema nacional de información y gestión. Pero no, todavía nada, en lo que debiera ser la parte medular de la reforma: el modelo educativo.

A partir de que se decretaron las leyes secundarias de la reforma en curso, en septiembre de 2013, se anunció la revisión del modelo educativo y luego, hace unos meses, la conclusión de ese trabajo. Sin embargo, a la fecha no lo conocemos y el tema no parece tener importancia.

Al inicio de la actual administración, en las acciones anunciadas en el Pacto por México, quedó registrada la búsqueda de la calidad en la educación básica, el incremento de la matrícula en todo el sistema y la recuperación de la “rectoría del sistema educativo nacional”. Pero el problema del modelo educativo no figuró en esa agenda. Fue hasta que se emitieron las leyes secundarias cuando la autoridad educativa se refirió, por primera vez, al tema del modelo.

En el artículo décimo segundo transitorio del decreto de modificación de la ley general de educación, hace dos años, se anotó: “A efecto de dar cumplimiento a la obligación de garantizar la calidad en la educación, las autoridades educativas deberán proveer lo necesario para revisar el modelo educativo en su conjunto, los planes y programas, los materiales y métodos educativos” (DOF. 11.09.2013).

También en el vigésimo segundo transitorio de la ley del Servicio Profesional Docente, se anotó que: “La Secretaría formulará un plan integral para iniciar a la brevedad los trabajos formales, a nivel nacional, de diagnóstico, rediseño y fortalecimiento para el Sistema de Normales Públicas a efecto de asegurar la calidad en la educación que imparta y la competencia académica de sus egresados, así como su congruencia con las necesidades del sistema educativo nacional”. (DOF. 11.09.2013).

Después, el 15 de enero del 2014, la SEP publicó una convocatoria para la realización de los “foros de consulta nacional para la revisión del modelo educativo”. En un formato de consulta ciudadana, relativamente similar al mecanismo que se utiliza para la integración del Plan Nacional de Desarrollo y los programas sectoriales, la convocatoria especificó que se llevarían a cabo foros para educación básica, media superior y educación normal. La celebración de cada uno de los foros incluyó cinco temáticas, un comité técnico y un consejo asesor de cinco expertos por nivel.

En total, se realizaron 18 foros regionales (la 32 entidades agrupadas en seis regiones) y tres foros nacionales (norte, centro y sur). Existen relatorías de cada uno de los foros y algunas conclusiones provisionales, cuando el subgrupo de expertos se puso de acuerdo en un documento conjunto.

En el segundo informe de gobierno, el del 2014, se anotó que: “...se registraron 28,276 participantes y se recibieron 14,681 documentos con planteamientos y propuestas. Toda la información fue procesada y analizada por un grupo de especialistas y expertos en temas educativos. La información obtenida constituye la base del marco normativo y curricular del nuevo modelo educativo en los niveles básico, medio superior y de la formación de los profesionales de la educación...” (p. 208). No se volvió a hablar del modelo educativo.

Luego, el pasado 24 de agosto, el todavía titular de la SEP, Emilio Chuayffet, en el inicio del ciclo escolar, anunció que estaba listo el nuevo modelo educativo” (Comunicado 248 de la SEP. 24.08.2015). Pero no dijo nada más. A los tres días, vino el cambio de secretario y el nuevo titular solamente anunció que la reforma educativa seguía adelante: viene el reto de implementar lo que el anterior secretario inició, dijo a modo de explicación.

Después, el 4 de octubre, realizó el mayor ajuste al equipo de subsecretarios y la enumeración de las siete prioridades en las que se concentraría su equipo. Ahí quedó como especificada como cuarta prioridad: “iniciaremos o continuaremos la revisión que se ha hecho tanto del modelo educativo, como de los planes y los programas de estudio”. Una versión más elaborada de las siete prioridades las publicó en las páginas de este mismo diario el mes anterior (Milenio 12.10.2015). Así que, más o menos, desde hace casi un año la idea se ha reiterado.

¿Un modelo nacional?

Lo cierto es que si el modelo educativo ya está listo, públicamente todavía no se conoce y si todavía no lo está, no se sabe qué le falta. En el tercer informe de gobierno, el que se presentó el pasado dos septiembre, se anotan algunos avances. Por ejemplo, para educación básica se destaca que: “...se realizó la revisión del plan y los programas de estudio para contar con una propuesta curricular actualizada y pertinente. Se actualizó el mapa curricular y la definición del perfil de egreso del nivel educativo...”.

En educación media superior, se dice que ya se tiene “una propuesta de cambio al modelo educativo”, la cual desarrolla once elementos. En el caso de educación superior, al parecer, ya se tiene la estrategia para elaborar el Plan Integral de Diagnóstico, Rediseño y Fortalecimiento de las Escuelas Normales.

No obstante, el asunto del modelo se ha circunscrito, básicamente, al espacio de los foros, a la letra y a la voz de sus participantes directos. En un intercambio que parece más propenso y reservado a la argumentación, con interlocutores interesados.

Un modelo es un “arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo” (RAE). Entonces, a escala y en el sector, representaría las características ejemplares a las que debiera orientarse explícita y claramente el sistema educativo. Una serie de principios generales para dirigir y ordenar coherentemente a la educación. No se trata solamente de un modelo pedagógico, de evaluación o de organización; incluye todo, metodologías, principios, bases, formas de gestión, etcétera. Si es el caso, entonces, se supone que la iniciativa instauraría una especie de modelo educativo nacional, uno que alcanzará la prometida calidad que quedó en la norma constitucional.

¿Ha sido correcta la forma en que procedieron las autoridades educativas? En términos operativos, el mecanismo de consulta amplia, organizada en foros masivos y la recepción de miles de propuestas, puede no ser la mejor forma para una tarea fina y especializada de diseño de un modelo educativo. Pueden asistir cientos o miles de personas, pero es relativamente intrascendente si poco o nada aportan a la tarea de diseño. No obstante, la combinación de personas interesadas en los foros y selectos grupos de expertos por cada nivel educativo, con saberes, trayectorias y responsabilidades claramente identificadas, sin duda le otorgó cierta legitimidad que dificilmente se puede ignorar o desconocer.

Algunos colegas, aunque en sentidos opuestos, han hecho notar que la actual reforma educativa procedió por el camino inverso: primero por los medios y luego por los fines. Es decir, comenzó por el diseño y aplicación de instrumentos, como el servicio profesional docente o los exámenes estandarizados a gran escala y luego, si es que se elabora, por lo más importante, el diseño de modelo educativo. A algunos les parece una forma completamente equivocada de modificar el sistema educativo; otros, por el contrario, piensan que es el camino correcto, sostienen que no tenía sentido esperar resultados diferentes si se volvía a insistir en el camino de siempre.

En principio, comenzar por los medios e instrumentos no es lo más apropiado. Es como lanzarse a las aguas profundas del mar sin saber exactamente a dónde dirigirse primero ni cuál será el punto de llegada. La experiencia nacional, y especialmente en materia de evaluación, ha sido amplia y muy ilustrativa de cómo los medios se convierten en un fin en sí mismo. Si la estrategia fue exitosa, pronto lo veremos, desafortunadamente los resultados de las reformas educativas no son inmediatos, tardan una o dos generaciones en apreciarse sus resultados.

Ciertamente, la reforma, sin modelo educativo, hasta ahora se sostiene; está en la Constitución, en los documentos normativos y en dispositivos institucionales que se abren paso en el mundo de la gestión escolar. El proceso de implementación con sus complicaciones y resistencias sigue su marcha, promete un horizonte de calidad, pero todavía no conocemos lo más importante, su punto de llegada.

Lo sorprendente es que en la reforma educativa actual, la más importante de las 13 reformas estructurales que se han emprendido en esta administración –según lo han dicho el presidente de la República y el secretario de Educación Pública—, no pareciera importar el tiempo transcurrido sin saber nada del modelo. No lo ha sido para la instauración del servicio profesional docente, tampoco para “colocar a la escuela en el centro de la acción educativa”, ni para la definición de el sistema nacional de evaluación, mucho menos para el sistema de información y gestión educativa. Bueno. ¿Debemos esperar a la próxima generación, sea la que sea? No.


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