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Por el Día del Maestro
Humberto Muñoz García
Campus Milenio Núm. 705, pp. 6 [2017-05-18]
 

Con motivo de la celebración del día del maestro, en este texto voy a tratar asuntos del personal académico en las universidades e instituciones de educación superior públicas del país.

Para nosotros, los profesores de carrera y de asignatura, y los investigadores que también profesan cátedra, este día es una fecha especial, porque en la enseñanza ciframos muchas expectativas ligadas a la formación de las nuevas generaciones y a nuestro papel en el aula, como algo que es una acción transformadora. Todos, quienes enseñamos e investigamos, creemos en lo que hacemos y estamos comprometidos con las universidades que nos acogen y nos cobijan junto con nuestros estudiantes.

Celebrar el día del maestro implica una reflexión, porque, a quienes trabajamos en las universidades, nos ha cambiado mucho la vida. Estamos llenos de problemas a causa de la evaluación del desempeño, de las formas como se lleva a cabo, de la extrema burocratización que obstaculiza la labor cotidiana, de que unos colegas sean verdugos de los otros académicos, de rendir cuentas sobre lo que se demanda producir y entregar un producto correcto en cantidad y calidad calificado como insuficiente, de que en una misma institución, dos cuerpos colegiados, tengan criterios distintos para juzgar el mismo trabajo, de dictámenes que no explican las razones de los jueces, del influyentismo de algunos académicos que se atreven a desafiar la legitimidad de los procesos académicos colegiados, por intereses propios, de autoridades sin sensibilidad para la vida política universitaria, etc.

En el país, la profesión académica ha experimentado grandes vuelcos en los últimos decenios. Por una serie de razones, a mediados de los ochentas del siglo pasado, se llegó a la conclusión de que la caída del salario de los académicos iba a terminar con las instituciones de educación superior. Y se decidió crear, entonces, mecanismos que complementaran los sueldos; también que tales programas serían temporales.

Se fundó el Sistema Nacional de Investigadores y, después, los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior, el Consejo de Acreditación de Programas de Educación Superior, el Programa de Mejoramiento del Profesorado, los Programas Institucionales de Becas al Desempeño y, asimismo, el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional, dirigido al logro de la calidad, el Programa Nacional de Posgrados de Calidad, Padrón de Revistas, etc.

Todos estos programas gubernamentales forman un andamiaje político que ha impactado la labor académica, la carrera, los sueldos (divididos en tres pedazos) y la propia vocación científica. En la vida académica intervienen varias secretarías de Estado para controlar el financiamiento y al personal, para forzar un modo de gestión resultado de los efectos de la lógica de mercado, de la imposición de una corriente valorativa contraria a la ética del pluralismo y a la búsqueda desinteresada de la verdad. Al final de cuentas, el Homo Academicus quedó sujetado en una red de programas, subordinado a los dictados de las transferencias monetarias condicionadas. Nos empujaron a una selva y nos volvimos incapaces de solucionar nuestros problemas y los de nuestras instituciones. La insana competencia nos quitó fuerza para ser un actor protagónico en la política universitaria.

En otro texto (RESU, 180) discutimos ampliamente por qué los profesores e investigadores universitarios se han tenido que adaptar a los criterios de la nueva gestión pública, al gerencialismo, sumergidos en una competencia desigual, por diferencias en las capacidades científicas de las instituciones, por falta de poder para reordenar la vida académica.

Así, los académicos se han conformado con el modus vivendi, con tal de que no se les afecte más. No hemos sido capaces de inconformarnos organizadamente y exigir otra forma de construir y conducir la docencia y la investigación. Este problema del conformismo y la falta de organización, reitero, es una de las amenazas más peligrosas que tienen nuestras instituciones. Para enfrentarlo, necesitamos discutir una nueva agenda de políticas educativas.

Para tal efecto, estoy convencido de tres cosas: los académicos son quienes permiten que la escuela, la universidad y el sistema educativo funcionen adecuadamente a las necesidades del conocimiento; en segundo lugar, que las instituciones tienen la responsabilidad de otorgar las condiciones para que los académicos cumplan con sus cometidos y; finalmente, que lo más importante es que existan buenas relaciones entre profesores y alumnos. Que existan buenos profesores, con tiempo de dedicación a sus estudiantes, con programas de superación serios y con recursos. Queremos ofrecer una buena educación y tener buenos motivos para celebrar al maestro.

Por lo pronto, festejo que sigamos pensando que con educación y cultura el país saldrá adelante. Festejo que los estudiantes tengan la mayor confianza en sus profesores y la esperanza de que las instituciones de educación superior se mejoren, ofrezcan un nuevo ethos académico y un medio ambiente cultural propicio para que la educación produzca sus rendimientos a la sociedad.


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Last modification: April 29 2020 11:44:32.  

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